4. No te agobies tanto

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4.No te agobies tanto

Si no era la primera vez que hacía eso en veinte años, ¿por qué esa mañana estaba tan desquiciado? ¡Ah, sí! Porque la última vez que leyó algo de lo que tenía que ver con su música era para decir que sonaba desafinado, anticuado y que sus ademanes de chico de barrio refinado ya no colaban. Se lo había dicho a Meg de veinte mil maneras posibles: «Si no funciona, lo dejo». Y la rubia de diez años menos que él, seguía animándolo como si fuera la última fan en el planeta. Creía mucho en él. Había creído en él toda su vida, en sus canciones, y ahora seguía creyendo en él. Meg lo amaba de pies a cabeza, era devoción lo que sentía por él.

La rubia entró a formar parte del equipo de la productora cuando terminó sus estudios de relaciones públicas. Era una mísera becaria que lo único que hacía era llevar el café en las reuniones de los peces gordos con sus explotados artistas. Mejor eso que nada. Un día le propusieron encargarse de la banda de Den. Ella tenía que controlar que todo estaba perfecto cuando los chicos llegaban a un evento, tenía que ordenar que les llevaran el café, que no faltaba agua en el backstage, que las guitarras no hubieran sufrido ningún desperfecto en el trayecto, tenía que encargarse de los billetes de avión, de la limusina que los recogía, de todo. Se ganó la confianza de Den bromeando acerca de cómo quería de caliente el agua de su bañera. Aquello le hizo demasiada gracia al músico y empezaron un vaivén de conversaciones sacadas de contexto y subidas de tono que acabaron en la cama. Meg había avanzado mucho en el escalón de la fama, sin duda alguna.

            —Escúchame, Deneb —le decía la chica tratando de que lo mirara a los ojos—. ¿Qué coño importa lo que pregunten? Tú nunca has tenido problemas en las entrevistas más comprometidas. Todo el mundo piensa que a ti todo te da igual, sólo compórtate como tú eres.

            —Si este disco no funciona, te lo juro que lo dejo. Lo dejo, Meg. Se acabó la música para siempre.

Al otro lado de la pecera, en el estudio de la radio, el presentador del programa de media mañana estaba hablando de la carrera que lo había mantenido en auge sus primeros diez años. La cosa fue yendo en declive desde entonces. Que si era mejor cuando se drogaba, que si el pop comercial se ha comido al rock, que si la piratería ha hecho mucho daño a las discográficas. Pamplinas. Hay que estar en la brecha, como dice Ach, aunque estar en la brecha sea que tu mujer te acaba de poner a parir en el HOLA. Pero Deneb Murphy no estaba seguro de si sabía seguir estando en la brecha.

            —El último single, en su línea melódica de siempre, pero más desgarrador que su último trabajo, es un auténtico temazo. Estoy seguro de que lo va a pegar mogollón —decía el locutor con sus cascos puestos. Den inspiró aire pensando que mentía, pero ¿qué iba a decir? Primero porque él estaba delante y segundo porque seguramente le habría escrito el guion algún becario novato de redacción—. Os lo pongo en tres, dos, y… ¡han vuelto con todo!

Den ya no escuchaba nada. Sólo veía miles de luces en el control y suponía que su último single estaba ahora mismo sonando en las radios de quienes estuvieran escuchando. Estaba nervioso, de verdad que lo estaba. Se pasó la mano por la cara de manera preocupada y comenzó a morderse el labio sin contenerse.

Al grabar todos estaban contentos con el resultado. Los de publicidad habían hecho un gran trabajo. Meg había hecho un gran trabajo. Ach no paraba de alabarlo cada dos por tres. «Vamos a ser ricos, Den. Más ricos todavía. No se te gasta nunca el ingenio, eres un puto genio». Pero eso también había ocurrido la última vez. Ach le dijo: «No te preocupes, tío. Tienes un carrerón a la espalda. ¿Qué pasa por un disco que no ha pegado tanto? Tú música es buena, tío. Es el puto público de hoy en día que está gilipollas. La puta televisión, que les idiotiza, tío. Los niños de Disney, ese es el puto problema». Den se sintió un poco confuso con eso porque él pensaba que esos nuevos cantantes adolescentes no estaban tan mal. Y su manager seguía con que eran basura. «Basura, tío, pura basura. Lo que tú hacías hace diez años sí que era música. Eso sí que eran canciones que ponían a la gente de pie. Eran lemas de una generación. Sólo tienen que acostumbrarse a este nuevo sonido». Den no pensaba que hubiera mucho nuevo sonido, sino un sonido antiguo retocado. Le parecía que este último disco sonaba más a los Beatles que nunca. Es más, sonaba a rock del de siempre. Sonaba a Elvis. Sonaba a gloria, ¿por qué estaba tan cagado? Él era el mejor. Era el mejor y punto.

            —Soy el mejor —anunció mirando a Meg.

            —Eres el mejor —terció ella completamente en serio.

Den asintió convencido. Tragó saliva y alzó la barbilla con su típico gesto de fanfarrón que era ya propio, nada de poses, él era así. Entonces el locutor le hizo un gesto. Ya podía ir pasando. Volvió a asentir, convenciéndose. Estaba nervioso. No lo podía evitar, hacía mucho que no hablaba por la radio. Entró al estudio y le dijeron donde sentarse, se puso los cascos y estiró la cara abriendo la boca, porque notaba como los nervios lo agarrotaban.

            —Estamos en publicidad, en breve entramos —le comentaba el presentador. Sonrió de forma confidente—. ¿Cómo estás? ¿Listo?

            —Sí, tío. Un poco nervioso, pero sí.

            —No me pasaré mucho —le dijo el otro de forma amigable. Necesitaba un Den suelto, con su humor ácido de siempre y esa capacidad de hacer  a la gente escuchar. Tenía delante a una de las personas con más carisma del mundo de la música—. No te agobies tanto.

            —Vale, tío —le dijo Den. Asintió otra vez, se rascó el pómulo mirando al suelo y volvió a morderse el labio inferior.

            —¡Estamos otra vez contigo! Y digo estamos porque no estoy solo—comenzó el presentador cuando le hicieron una seña desde control—. Junto a mí está Den Murphy, el vocalista que ha marcado mi vida. ¡Buenos días Den! ¿Cómo estás?

            —Hola, hola a todos —carraspeó Deneb en un intento porque su voz sonara clara. Se pasó la lengua por los dientes de abajo en un gesto un poco infantil y sonrió mirando al hombre. Mejor tómatelo como una conversación con un colega, sí, como siempre has hecho antes—. Pues, si te soy sincero, prefería estar en la cama, colega.

            —¡Si ya son las once y media! —dijo el chico después de soltar una carcajada—. ¿Sabes, Den? Estoy súper contento y agradecido de que estés aquí con nosotros. He sido tu fan desde que era un crío y, por lo que he oído de tu nuevo disco, seguiré siéndolo una temporada más.

            —¿En serio? ¿Cuánto coño hay que pagarte para que lo seas durante dos temporadas, tío? —soltó con toda su naturalidad. La de siempre. Meg sonrió al otro lado del cristal. Lo tenía chupado, con sólo hablar una frase se ganaba a cualquiera.

            —Bueno, depende. Habla con mis jefes —le dijo el otro siguiéndole la broma—. Dime, Den, ¿cómo defines tu último trabajo?

            —El mejor.

            —¿Eso crees? ¿Supera a los primeros?

            —Teniendo en cuenta que en el primero no sabía tocar la guitarra y que en este ya sí, creo que sí. Lo supera.

            —¡Grande! —soltó el locutor con una risa. Sí, lo admiraba de verdad, no era postureo. Deneb empezaba a sentirse mucho mejor—. Lo que he escuchado está muy en la línea de las canciones optimistas de tu primera época. ¿Y eso? ¿La crisis de los cuarenta o qué?

            —¡Qué cabrón! —le soltó Den con una sonrisa sincera—. Puede ser que sí, tío. Te ves con cuarenta putos años, crees que ya lo has hecho todo y ¿cómo sigues ganando pasta? Nos sentamos todos en el mismo bar, nos miramos las jetas y dijimos: «¿Y si volvemos a empezar?». Y ya ves, eso fue lo que salió. Canciones de cuarentones con resaca de veinte años.

            —Una Fecha para veros.

            —Doce de abril.

No te emociones tantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora