13. No me llames tanto

385 34 9
                                    

13.        No me llames tanto

Martes por la tarde. Vega caminaba por un barrio casi desconocido para ella. Le había dado por volver a casa caminando desde el trabajo, aprovechando una tarde soleada primaveral. Ya no estaba lejos de casa y, sí, podía confirmar que aquel debía de ser el barrio más caro de la ciudad y del país. Había casas gigantes y otras más modestas que seguro por dentro eran el MOMA de Nueva York. ¡Qué pasada! Los bloques de edificios altos tenían entradas imperiales y no quería ni pensar en qué clase de gente viviría por allí.

Bueno, uno sí. Porque allí vivía Den, confirmado por Trizia, confirmado a su vez por los chicos del salón de belleza masculino de en frente del centro de estética. ¡Ay! Ella sería tan feliz allí. Podría mimetizarse en seguida con ese ambiente de lujo y de buena vida y esas cosas. Suponiendo que, aquellos que allí vivían, hacían una buena vida. Es que si ella y Den estuvieran casados, serían la pareja más feliz del barrio. ¿Qué más daba que se llevaran catorce años? Ella le haría muy feliz, seguro. Y ella lo sería, por descontado. Pasearían al perro por ese parque que ahora veía y quizá llevarían a sus niños a tirarse por el tobogán. A los suyos de los dos, los de Den ya estarían algo mayorcitos.

Iba pensando en eso, mientras pasaba por una casa de color amarillo palo, con una verja negra, cuando sintió su teléfono vibrar en el bolsillo.

      —¡Ay! No me llames tanto —dijo antes de descolgar.

Rico, desde que su amiga había desaparecido con el chico castaño, le llamaba cada rato para saber si había novedad. La traía frita. ¿Novedades de qué? Siempre la misma respuesta.

      —No, un mensaje con una carita feliz y un «que tengas buena tarde» —le decía. Y luego la pregunta—. ¿Y qué más quieres?

Alan había sido monísimo. De verdad que lo había sido. Lo fue besándola en esas escaleras, lo fue cuando se le ocurrió llevarla a pasear por aquel paseo peatonal hasta llegar a esa plaza llena de luces, volvió a serlo besándola allí y lo fue acompañándola a casa. Se habían intercambiado los números de teléfono y de vez en cuando alguno le decía algo al otro en un mensaje. Era muy majo, pero Vega no quería ilusionarse mucho. Bueno, sin más, ¿no? Besas a un chico en una discoteca, con veintiocho años, y luego no tienes sexo con él. ¿No es como volver al instituto? ¿Por qué tendría que ir la cosa en serio? Teniendo en cuenta que ella llevaba poco en la ciudad, un amigo más nunca estaba de más.

Sí que le gustaba, no iba a engañarse, pero que Vio y Rico fueran tan metomentodos le rayaba demasiado. Ellos, con todas sus preguntas, habían conseguido que ella no dejara de pensar en por qué no paso esto, en por qué no le decía otra cosa, en por qué bla, bla, bla. Así que, estaba perdiendo el interés a pasos agigantados. Aunque, cuando recibía un mensaje, le volvía como de sopetón.

Se le venía a la mente cuando, sentados en el poyete de una fuente, él le hacía una foto para guardarla en el móvil junto a su contacto. «Así cuando me llames me acordaré de tu cara, porque no estoy seguro de si mañana me despertaré pensando que esto es un sueño o eras más fea de lo que estoy creyendo que eres». A ella le resultó primero tierno y luego, a pesar de todo, demasiado divertido. A ella se le había olvidado de alguna vez para otra la cara de un chico que había besado para encontrarse otra noche con una cara que apenas reconocía, así que la idea del chico le pareció buena y sacó su teléfono para hacer lo mismo. Aunque él puso una cara muy tonta, cada vez que veía su foto en el teléfono le parecía muy guapo. Tenía un poco de miedo, era demasiado perfecto, ¿no?

      —Vamos a ver, Rico, te veo en quince minutos. Estoy cerca de casa ya. Sí, sí. Peli de de Niro y palomitas. Vale. ¿Nunca estudias tú o qué?

Quizá no era casualidad que ella quisiese ver una película de Robert de Niro. Bueno, se rio con Alan cuando lo imitaba diciendo eso de: «Tú, tú eres buena…», como en Una terapia peligrosa. Le había hablado tanto de la película que a Vega le dio curiosidad por verla, así que se lo comentó a Rico desinteresadamente y, como su amigo nunca dice que no a nada con tal de no sentarse a hacer un Editorial, pues ese era el plan que tendrían esa noche.

     —Y chino, vale —le dijo.

También cenarían comida china.

Achinó la vista frente a un bloque de cuatro pisos y estilo de principios del siglo XX, porque unas cortinas de The Who rompían totalmente con la estética de la fachada. ¿Quién podría ser tan friki? Sonrió al pensarlo, pero se encogió de hombros. Quizá era un mod en potencia. Uno de esos que viven la vida en la era pop continuamente. De los que tendrían una Lambretta aparcada en el garaje con sus miles de espejos, o ¿quién sabe? A lo mejor sólo era un hortera de la vida.

Alan le dijo que The Who le parecían sobrevalorados y ella casi lo insulta en ese mismo instante, pero luego habló sobre The Kinks, The Shadows, The Yardbirds y The Beatles y le tuvo que perdonar. Parecía saber mucho de la Invasión Británica y eso le había hecho preguntarse a qué se dedicaba. Alan era diseñador gráfico, no tenía nada que ver con la música, pero le contó que hasta hacía poco había tenido una banda con unos amigos. Tocaban en algunos bares pero nunca intentaron más. Él tocaba la guitarra. Todos estos pequeños detalles no hicieron que Vega se interesara más en él. Mentira, sí que lo hicieron. Ella adoraba la música precisamente porque era incapaz de hacer música.

     —Vale, pesado. ¡Cuelga ya y no me llames tanto!

Se rio porque colgó el teléfono sin escuchar la frase entera de su amigo y caminó mirando la pantalla del teléfono pensando en si llamarlo o no, porque en el fondo le daba lástima haberlo colgado así. Pero bueno, nada, luego le escucharía el sermón que él tendría que darle y al final se reirían juntos.

Detrás de ella sonaba Revolution de The Beatles, pero ella sólo escuchaba el sonido del semáforo que le daba paso en el paso de cebra.

No te emociones tantoWhere stories live. Discover now