6. No te muevas tanto

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6.     No te muevas tanto

¿Por qué no entendía que no le apetecía salir? Quería estar en casa, encerrado, fumarse un canuto tranquilo, a lo mejor jugar a la consola y dormir. Pero no, Meg no lo entendía. Meg quería salir, quería que él sociabilizara. Esa noche había un evento en una discoteca del centro, de esos en los que alguien presenta algo. Quería que se codeara con gente y que todos alabaran su nueva canción, que lo estaba petando en la radio. Pero él no tenía ganas. Simplemente no estaba preparado mentalmente para algún comentario despectivo. ¿Era el miedo escénico que lo atacaba hasta ese punto tan maquiavélico? ¿Ahora? ¿Veinte años después?

Era todo. Era que su casa no era su casa de siempre sino otra. Era que Meg no era Brit, que el perro de Meg no era su perro. Era que no veía a Duhr jugando con la pelota en el jardín o que Ras no estaba por allí con un libro de lectura haciéndole ver lo rápido que leía ya.

¡Maldita sea! Qué difícil era ser egoísta en esos momentos. Con lo fácil que le había sido toda su vida. Aunque en realidad lo seguía siendo, sólo que Meg no lo entendía.

            —¡No me jodas más, Meg! No quiero ir a esa puta fiesta, no me apetece una mierda. Ve tú si quieres. Llama a Cob o a quien te salga de la polla. No tengo ganas de que soplapollas me digan lo bueno que es el tema. ¡Joder! Obvio que es bueno, es mío.

            —¿Tienes que decir todas esas palabrotas al hablar?

            —Sí… —le contestó mirándola. Se le escapó una sonrisa.

Meg alzó una ceja de forma contradictoria a la sonrisa que tenía en la cara, por eso Den se quedó dudando mientras la miraba. ¿Estaban de broma o no estaban de broma? Da igual la edad que tenga una mujer, todas son difíciles de entender. La chica se sentó sobre las rodillas de él y lo abrazó rodeándole el cuello con los brazos. Se quedó mirándole fijamente. Era tremendamente guapo a pesar de las patas de gallo que se le formaban en los ojos. Ya no había rastro del chico de veintidós años que empezó a cantar en los noventa. Ya era un hombre, con sus arrugas y sus marcas de la edad. Sin embargo, seguía siendo un hombre guapo, demasiado guapo. O no, pero así lo veía Meg. Estaba enamorada de él hasta puntos insospechados que ni ella llegaba a comprender. Sería capaz de cualquier cosa por seguir manteniéndolo a su lado. Habría quién la tachara de enferma. Miles de bloggers se habían llevado las manos a la cabeza cuando se confirmaba su relación. ¿Acaso no veía que él iba a engañarla como a Brit? ¿Acaso estaba loca, con diez años menos que él y jugando a las mamás de otros niños que no eran suyos? ¿Acaso no veían ellos que a ella le daba absolutamente igual? ¡Amargados! Era la mujer más feliz en la Tierra y estaba haciendo feliz al mejor hombre en la Tierra. Punto.

            —Me gusta cuando sonríes porque se te hacen marcas aquí… —le decía clavándole los dedos en los hoyuelos que le aparecían al sonreír.

            —A mí me gustas tú entera, cuando sonríes y cuando no.

Meg sonrió de forma instantánea, como si Den pulsase el botón de la risa. Luego ladeó la cara mirándole fijamente, aprendiéndose su gesto de memoria. Sus ojos azules de largas pestañas, su barba incipiente, su nariz afilada, el pelo que se le arremolinaba rebelde delante de las orejas, la personalidad que le daban unas cejas espesas… Sin duda era guapo, muy guapo. No sabría decir qué era lo que más le gustaba en su físico. Adoraba todos sus cortes de pelo y todo su armario. Adoraba sus patas largas y su espalda ancha. Disfrutaba de su sentido del humor, absurdo muchas veces e irónico casi siempre. Sufría de amarlo tanto.

            —A todos les gustas cuando sonríes… —comenzó a decir como sugerencia. Él frunció el ceño. Ella se mordió el labio con resignación.

No te emociones tantoWhere stories live. Discover now