veinticuatro

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—¿Crees que estuvo bien haberlo dejado ir así? —Pregunté de repente. El Félix se alzó de hombros sin mirarme mientras se hacía un pan. Bufé.

—Para él es importante afrontar el tema—Contestó con la boca llena.

Mordí mi mejilla por dentro, quedándome con la vista en el café que me había servido. Hoy era Sábado, y se suponía que estaba invitada a la casa del Damián, pero estaba más que claro que aquello no se iba a poder concretar. Me preguntaba si estaría todo bien con él; después de todo, según lo que me contó mi hermano la situación no parecía estar a favor de él, además no cabía duda, si yo había visto lo loco que se había puesto el Vicente con el temita.

—Y es muy valiente de su parte—Sonrió mi mamá llegando a la cocina junto a nosotros. —. Habla muy bien de él, me gusta el Damián, se nota que es un buen cabro—Susurró y me quedó mirando con dulzura, a lo que me puse roja y aclaré mi garganta sonoramente buscando algo que decir. ¿Acaso ayer se había dado cuenta de algo? Quizás lo miré mucho o actué muy preocupada.

Qué embarazoso.

—Mmh sí, es... Simpático—Dije sin más. ¿simpático? ¿en serio Denise? ¿nada mejor que decir eso?

El Félix me dio un empujón, claramente molestándome.

—Simpático dice la patua—Se rió y mi mamá lo siguió a coro.

—¿Qué están insinuando?

—Que te gusta. —Hablaron al mismo tiempo y cuando se dieron cuenta se miraron con los ojos como platos. Mi cara se distorsionó y ardía como nunca.

—¡¿De dónde sacaron eso?! —Alcé la voz horrorizada. Tomé mi café y me dispuse a ir a la mesa—, es obvio que no.

—Denise, te tuve nueve meses en mi guatita, te conozco como a la palma de mi mano. Reconozco todo de ti, deja de negar lo que se ve más claro que el agua, mujer.

Tragué saliva con el ceño fruncido. ¿Tan evidente era?

Me quedé callada y el Félix con mi mamá siguieron hablaron de la situación del Damián, sólo que esta vez yo no me uní, disponiéndome a tomar mi café rápido, se me hacía muy vergonzoso que todos supieran algo que yo quería mantener como propio. Era lo único sincero que hacía con mi vida; querer al Damián.

Y por eso también estaba tan preocupada por él, esperaba de todo corazón que sus papás entendieran la situación, porque a pesar de que era la novia de su hermano, también fue su profe y eso claramente no estaba bien visto por nadie, ni tampoco era correcto, a pesar de que la Millaray nos llevara por pocos años.

Pensar en ella me desagradó y me cuestioné aquello. Yo y el Damián no éramos nada, no tenía derecho a ponerme de esa forma.

Suspiré cuando sentí mi celular vibrar encima de la mesa, aunque tampoco fue muy grato saber de quién se trataba, incluso un sentimiento de nerviosismo me recorrió de pies a cabeza, y no precisamente porque esa persona me hiciera sentir algo, sino porque jamás pensé volver a saber de su existencia después de todo lo que había ocurrido.

Era el Franco.

—¿Quién es? —Ladeó la cabeza mi mamá con inocente, llevando entre sus manos una taza de té. La miré por unos segundos que se me hicieron eternos, tratando de inventar algo.

—Número desconocido—Sonreí forzadamente.

—Mejor que no contestes, hablan para puras tonteras—Arrugó la nariz.

Asentí y posteriormente me paré de la mesa, volviendo a la cocina para lavar mi taza, ya se me había ido todo el apetito. ¿Qué diablos quería? Tenía cosas más importantes que hacer que responder a sus llamadas, aparte estaba segura que no debía ser algo tan urgente, porque nosotros ya no compartíamos cosas en común, absolutamente nada.

CondicionesWhere stories live. Discover now