veintisiete

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Denise


El rostro del Damián comenzó a verse borroso ante mis ojos debido a las lágrimas acumuladas. Mi pecho me dolía como nunca y el susto me carcomía, causando que la ansiedad aumentara de sobremanera y las ganas de desaparecer me ganaran ante la ardua batalla de emociones que tenía en mi interior. Mi respiración se tornó agitada, llegando a faltarme el aire. Ver al Franco en el piso no me causó ningún tipo de emoción, sólo quería vomitar, cerrar los ojos y despertar de la horrible pesadilla que estaba viviendo crudamente. Me había traicionado nuevamente. Mi respiración seguía sin controlarse y la punzada en mi pecho no desaparecía. No quería llorar frente a todos, no quería que me siguieran mirando de esa manera, hablando de mí, teniéndome lástima, morbosos. No quería. Sentía que mi mundo se caía a pedazos como una torre y yo me quedaba atrapada en ella. Había terminado de hundirme por completo y ya no había vuelta atrás.

Corrí sin pensarlo sintiendo las lágrimas brotar por mis mejillas rápidamente. Mi mente se había bloqueado de sopetón y ya no quedaba rastro de pensamientos coherentes. Sin querer pasé a llevar a varias personas, pero no me detuve, seguí corriendo sin ningún tipo de rumbo porque no me importaba, no pensaba, no quería seguir, sentía como mi mente y cuerpo me daban claras señales de que aquella lucha por la que se esforzaban día a día ya no valía la pena, cada vez las cosas se ponían más cuesta arriba de una manera interminable y yo ya me había rendido.

No podía más.

Me senté en un rincón bastante apartado de gran parte del colegio, cerca de los estacionamientos de los profes, una especie de arbusto me escondía lo suficiente.

Abracé mis piernas y no pude evitar soltar sollozos. Me llevé las manos a mi cabeza y sin poder evitarlo comencé a tirar de mi pelo con rabia. Rabia porque era una hueona estúpida, patética y cobarde. Me odiaba, estaba harta de mí, de no poder nunca estar tranquila, de no lograr jamás ser feliz, estaba condenada a sufrir porque mi existencia no tenía ni un puto sentido y tampoco quería encontrárselo. No quería vivir, no más. No quería seguir batallando por algo que ya estaba perdido. Toda mi vida había sido igual, cambié mi personalidad y mi apariencia por la gente, por la gente de mierda que siempre me había rodeado y ya había sido suficiente, yo no quería vivir en un mundo así, no era lo suficientemente fuerte.

Sangre comenzó a brotar de mis brazos por los fuertes rasguños que les estaba propinando con mis uñas, pero no sentía nada, no me dolía en lo absoluto, mi cuerpo no me importaba. Volví a sollozar y eché mi cabeza hacia atrás. Miré al cielo gris preguntándome por qué tenía que vivir si yo no quería. El pecho me pesaba y lo golpee con mi puño llorando sonoramente. Los recuerdos de la Michelle y la Lucía molestándome se colaron por mi mente con brusquedad, los episodios donde me daban ataques de ansiedad, las miradas de asco de todos cuando era gorda y tenía la cara llena de espinillas, los recreos comiendo en el baño sola porque nadie me hablaba ni se quería juntar conmigo. Mi boca comenzó a temblar y abracé mi cuerpo tratando de buscar consuelo pero no lo hallé. No podía calmarme, me faltaba el oxígeno.

Una gota fría cayó sobre mi frente y después otra, y así siguió hasta que caí en la cuenta de que se había puesto a llover. El frío nuevamente se coló por mi cuerpo, y me estremecí de lo helado que estaba. Me llevé las manos a la cara, ¿por qué no podía ser otra persona? ¿por qué me había tocado a mí pasar por todas estás hueás? Sólo era una niña a la que le borraron su sonrisa y su brillo; ya nada quedaba de ella, sólo una mina con mil inseguridades y una personalidad completamente falsa y creada a mi conveniencia. Yo ni siquiera existía, ni sabía quién era, no me reconocía. Apoyé mi cabeza en la reja que protegía el estacionamiento, mi mirada se había perdido en un punto fijo, me encontraba ida en mi propio mundo. Seguía abrazándome, intentando brindarme un poco de calor, pero no podía evitar tiritar, estaba empapada. Me sentía mal, muy mal.

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