cuatro

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Abrí la puerta del café con inseguridad. ¿Y si acaso no era el Damián el que me había citado? En volá era un loco que se las estaba dando de chistosito nomás y el otro ahueoao ni siquiera había dado su brazo a torcer.

A penas puse un pie, el olor a café inundó mis fosas nasales, dándome ansias de tomarme un café con leche bien dulcecito.

El lugar era muy bonito y acogedor, me sentí como en casa altiro.

Di una rápida mirada al lugar, deteniéndome en un mino de pelo café claro, serio, con sus audífonos ajeno a todo y con la mirada puesta en la ventana.

¿Y este qué se creía?

Ni que estuviera en un video clip, hueón.

Apreté la correa de mi mochila, ansiosa, mientras alzaba la barbilla y caminaba a paso seguro hacia la mesa donde se encontraba sentado.

—¿Te apiadaste de mí? —Sonreí con sarcasmo.

Me miró serio.

—Llegaste tarde—Musitó tajante, mostrándome la hora en la pantalla de su samsung.

Me alcé de hombros.

—Tenía que asegurarse que tú fuiste el que me llamó, ¿Imagínate era un hueón loco del liceo que quería hacerme algo?

Soltó una risa amarga que me hizo enojar.

La Gaby tenía razón... Era el típico hueón rico e insoportable. Que mejor ella se lo joteara, yo no estaba ni ahí.

—¿No teniai una excusa mejor?

—Chupalo.

—¿Eres la gemela mala o la buena? —Tiró su talla culiá fome amargamente.

Me crucé de brazos, ya chata de que no me tomara en serio.

—Jaja, chistoso—Murmuré sentándome por fin al frente de él. —, mejor dime altiro por qué me dijiste que nos juntáramos.

Sus ojos verdes me miraron con intensidad, haciéndome sentir completamente expuesta, incluso paranoica, creyendo que estaba intentando ver cada imperfección que tenía mi cara.

No dijo nada, limitándose a suspirar simplemente para luego sacarse la corbata azul con agilidad, dejándola quién sabe dónde, en su regazo quizás...

—Lo pensé y...

—Hola, ¿qué desean pedir? —Nos interrumpió la mesera con una sonrisa de oreja a oreja, la miré sorprendida al notar lo joven que era, debía tener uno o dos años más que nosotros, no más. Era linda y el pelo negro le caía liso sobre los hombros—, tenemos unas tortas exquisitas en oferta.

—No quiero nada, gracias—Sonrió el Damián por cortesía, aunque la mina no lo pescó porque tenía la vista fija en un mino que estaba sentado en una de las mesas de la esquina con la mirada puesta en ella, llevaba nuestro uniforme.

—Yo quiero un vaso de agua, por favor—Le pedí.

Andaba terrible sedienta, necesitaba hidratarme un poco.

Sus dos litros al día, obvio.

Hizo un pequeño gesto indicando que volvía luego, volviendo a dejarnos solos.

Apoyé mi mejilla en el dorso de mi mano, mientras jugaba con la servilleta blanca que había sobre la mesa redonda.

—¿Lo pensaste y...?—Insistí.

Cruzó sus brazos y se tomó su tiempo para volver a hablar.

—No diré nada—Murmuró.

Abrí mis ojos como platos. ¿El maldito insensible estaba aceptando quedarse callado? No lo creía. Imposible. No podía ser tan simple...

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