Capítulo 5

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AITANA

Llegó el fin de semana y con este mis amigas. Las esperé junto a la valla, deseando ver en cualquier momento aparecer el coche familiar de Jimena. Cuando distinguí la mancha oscura del BMW sonreí y abrí la puerta. El vehículo entró al tiempo que la ventanilla tintada de atrás bajaba.

—¡Aitana! —me gritó Jimena—. ¿Dónde aparcamos?

Les indiqué un sitio al lado del coche de mis padres. La chófer Dolores fue la primera en bajar y abrió con premura la puerta de Jimena, que salió con unas gafas de sol gigantescas y el pelo de un rubio casi blanquecino.

—¿Te lo has vuelto a decolorar? —le pregunté.

—Claro, que venimos al pueblo, pero con glamour.

Me dio un breve abrazo y Cecilia se unió enseguida. Ella también llevaba gafas maxi, y tenía el pelo recogido en un moño muy prieto en un intento de alisar su pelo, ya que odiaba sus rizos.

—¿Cómo estás? —me preguntó mirándome a los ojos.

—Bueno, tranquila. He leído mucho en el jardín y he comprado en el mercadillo.

—Sobre todo tomates, eh, pillina. —Jimena me dio un codazo.

—Cuando los probéis dejaréis de reíros —me hice la ofendida.

—Señorita, ¿dónde pongo las maletas? —interrumpió Dolores, la chófer.

—Pues... déjalas ahí mismo —dijo Jimena con una sonrisa repentina mirando a un punto específico.

Seguí su mirada hasta la casa. En la puerta estaba mi primo Nathan, cruzado de brazos, mirando la escena. «Oh, no», pensé y, antes de que pudiese frenarla, Jimena empezó a gritar y agitar una mano.

—¡Nathan! ¡Nathan!

El aludido se acercó hacia nosotras. Apenas habíamos cruzado asentimientos de cabeza cuando nos veíamos en la casa, nada más. Todo estaba enrarecido y contaminado por las discusiones de nuestros padres. Por eso me sorprendió que se acercase con toda naturalidad.

—Joder, Aitana, no nos habías dicho que está tremendo —susurró Jimena—. Esos pantalones cortos blancos, madre mía.

—La verdad que tengo que darle la razón a Jime —dijo Cecilia—. Estos últimos tres años han sentado de maravilla a tu primo.

—Menuda siesta tiene.

—¡Ya vale! —grité justo cuando Nathan llegaba hasta nosotras. Me miró extrañado y después saludó con galantería.

—Jimena y Cecilia, ¿verdad? —Las implicadas asintieron mucho más cortadas de lo que habían estado segundos antes—. Un placer veros. Mucho tiempo. ¿Qué os trae por Villa del Valle?

—La fiesta —respondió Jimena sin pensar.

—La piscina —dijo Cecilia.

Yo me limité a reírme nerviosa. Estaba muy incómoda. Mi primo había hablado más con ellas que conmigo en toda la semana.

—Coincidiremos seguro entonces —dijo sin aclarar en cuál de los dos escenarios—. ¿Necesitáis ayuda con las maletas?

—No se preocupe, señor, lo hago yo —dijo la chófer, que había estado atendiendo a toda la interacción desde las sombras, como el servicio solía hacer. Invisible pero disponible.

—No, Loli, bastante has hecho conduciéndonos hasta aquí —dijo Jimena—. Puedes marcharte. Buen viaje de vuelta.

—Que lo pase bien, señorita. Recuerde que puede llamarme en cualquier momento para que venga a recogerla. Cualquiera —dijo Dolores con preocupación. La de veces que nos había recogido yendo perjudicadas de fiesta.

Malditos veraneantes [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora