Capítulo 14

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Víctor

Los canelones que hacía la madre de Iván estaban buenísimos. Paco y yo repetimos dos veces.

—¡Cada vez están más buenos! —exclamó Paco.

—Yo los noto como siempre —dijo el padre de Iván, Jacinto.

—Y tú tan seco como siempre —dijo Ester—. ¿Qué decías de los canelones, Paco?

Mi amigo siguió agasajando la comida de la anfitriona. Después hablamos de temas del pueblo y, cuando acabamos, nos fuimos a jugar a la consola un rato.

—Oye, Paco, córtate un poco con mi madre, ¿no? —Iván parecía molesto.

—¿Qué? ¿Por qué lo dices?

—Te has pasado toda la comida «Ay, Ester, qué bien cocinas», «Ay, Ester, qué maja eres».

—¿Estás celoso? ¿Quieres que te diga cosas bonitas a ti también?

Se vacilaron un rato hasta que Iván acabó picado de verdad y apagó la consola. Miré la hora y pensé que era buen momento para ir a ver a mi padre. Se lo dije a mis amigos y me sorprendieron queriendo venir conmigo.

—No sabéis cómo está. Hace un año que no lo veis y... os puede impresionar un poco. No hace falta, de verdad. Además, no sabrá quienes sois, ni se enterará de que habéis ido a verlo.

—Pero nosotros sí sabremos que hemos ido a verlo. Eso es lo importante —dijo Iván y me dio una palmada en la espalda—. Vamos.

—Bueno —dije al final—, pero os tenéis que dejar ganar al parchís.

—Paco no tendrá que esforzarse mucho en eso —le vaciló Iván.

—Yo perderé con honor, por tu padre, como un gran guerrero en la batalla —dijo el aludido con fingido dramatismo.

En el camino siguieron bromeando, pero antes de entrar hablé con seriedad. Les avisé cómo tenían que comportarse. No podían presentarse como «amigos de su hijo», ni mucho menos mencionar la muerte de mi madre. En la etapa que mi padre estaba, ella vivía y estaba de gira con su grupo de baile.

Llegamos a la residencia, un edificio de dos plantas, largo y de ladrillo terroso. Entré saludando a todo el mundo, tanto residentes, como profesionales, los conocía a todos. Carlos, el enfermero, me vino a dar el parte del día.

—Veo que traes compañía, buen día para hacerlo. Hoy tiene día MacGyver.

—Genial, ¿dónde anda?

—En la salita, construyendo algo con las piezas de dominó y unos libros.

Un «día MacGyver» era en el que mi padre recordaba la serie e intentaba construir cosas. A veces confundía parte de los capítulos con la realidad y hablaba como si el protagonista de la serie hubiera sido su amigo.

—Hola, señor Vargas —saludó Iván con corrección.

—Hola —nos unimos Paco y yo.

—¡Ay, muchachos! Llegáis justo a tiempo. Mirad. Aquí está la clave. —Nos señaló una especie de circuito que había hecho—. Y así, sale todo —dijo como si eso fuese suficiente explicación.

—Ha quedado muy bien —le dije.

—Gracias. Llevo días trabajando en ello.

«No, papá, llevas un rato de la tarde haciendo esto...», pensé.

—¿Te gustaría jugar al parchís? —dije en su lugar.

—¡Claro! Es mi juego favorito. Pero os aviso, mozos, soy muy bueno.

Malditos veraneantes [COMPLETA]Where stories live. Discover now