Capítulo 15

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Aitana

Estaba leyendo en el porche cuando escuché la valla de la parcela abriéndose. Pensé que quizá mi madre se había arrepentido de su marcha y volvía. No fue ella la que apareció, sino un chico alto, fuerte y sudadísimo. Se notaba que había estado corriendo. Tenía la respiración agitada. Se acercó hasta mí.

Yo estaba tumbada en una hamaca blanca sobre la hierba, tomando el sol vestida muy «de estar por casa». Llevaba unos pantalones cortos y una camiseta anudada a la cintura. Pero Víctor no se fijaba en mi atuendo. Se sentó a mis pies, que encogí para hacerle hueco. Puse el trozo de servilleta que estaba usando como marcador en el libro y lo dejé a un lado, esperando a que me explicase qué significaba su visita y por qué parecía que lo habían perseguido los lobos a través del bosque.

Esa explicación no llegó. «Di algo, Aitana, venga», me intenté animar. No se me ocurría nada y estaba claro que Víctor estaba pasando por algo. «Quizá debería abrazarlo. Eso es. Venga», pero no me moví. Víctor se levantó y moví la mano, como si pudiese detenerlo y decirle algo.

—Eh...

Las palabras no me salieron. Vi cómo se marchaba. Llegó hasta la valla y, tras cerrarla, siguió corriendo.

«¿Qué-ha-sido-eso?», me pregunté sílaba a sílaba. No entendía qué acababa de suceder. Como la buena cobarde que era, no me atreví a ir detrás de él.

Pensé en contárselo a mis amigas, pero me pareció algo tan extraño y, sobre todo, tan íntimo que decidí guardármelo.

La siguiente semana pasó sin pena ni gloria. Mi madre estuvo varios días fuera y después regresó, y con ella, las discusiones a gritos en la cocina. Nathan y yo nos distraíamos el uno al otro y nos hicimos bastante independientes, incluso empezamos a hacernos la comida para nosotros solos y comíamos a otra hora. «¡Si me viera Ernesto!». Mi asistente quedaría muy sorprendido cuando viese que no solo sabía ya hacerme unos macarrones, sino que encima me quedaban ricos.

Mis amigas estaban muy emocionadas con volver a Villa del Valle y tenían el grupo siempre lleno de mensajes. La verdad sea dicha, a mí no me apetecía. Jimena querría quedar con los chicos. Yo no quería verlos en la piscina, estar obligada a socializar, ni mucho menos irme de fiesta con ellos.

—Prima, ¿en qué nube andas? —Nathan pasó su mano por mi rostro.

—En la que vienen mis dos amigas mañana y la lían en un solo finde.

—Uf. Ya —dijo él algo sombrío.

—Ya sé que Jime a veces es...

—No, si no es por ellas —me cortó—. Son simpáticas.

—¿Entonces?

Ahí estaba otra vez. Ese algo que mi primo no me contaba.

—Cuando estén ellas aquí, ¿quedaréis con Víctor y sus amigos? —me preguntó.

—Supongo —dije resignada. Me pareció raro que no dijese «Iván y sus amigos», ya que de hecho los conocimos por él—. ¿No era Iván tu amigo?

—Algo así.

Me incorporé tan rápido que se me cayó el libro del regazo.

—¿Cómo que algo así? ¿Nathan?

—Soy un idiota. —Se sentó y se tapó la cara.

Me acerqué a él y le puse la mano en la espalda.

—No sé si estoy entendiendo... lo que estoy entendiendo —dije en un arranque de locuacidad; no sabía cómo hacer para que me contase más sin hacer que cerrase esa pequeña ventana de confianza que acababa de mostrarme.

—Es peor de lo que imaginas. —Mantuve el silencio para animarle a seguir—. Yo... Iván... Da igual. Ahora está con Jimena.

—Bueno, estar estar... Jimena no es de tener novios.

—Peor me lo pones. ¿Y tú que tienes con Víctor?

—Nada y no me cambies de tema —respondí más brusca de lo que pretendía—. Me estabas contando el tema de Iván.

—Que va, no te estaba contando nada.

En ese momento salió mi padre en nuestra busca. Parecía que había envejecido varios años en las últimas semanas. Me tendió un billete de cincuenta y un papel, sin apenas mirarme, y me dijo:

—Aitana, aquí tienes una pequeña lista de la compra. Ernesto me ha mandado la receta del gazpacho que hace, necesito que traigas todo esto. Es para animar a tu madre, que vea que estoy de su parte.

—¿Vas a hacer gazpacho? —Mi padre no cocinaba. En casa, nadie lo hacíamos.

—Parece menos sorprendida, ¿quieres?

Y sin darme opción a réplica, a decirle que yo no quería entrar en ese mercado, se fue. Enseguida miré a mi primo con ojitos de niña pequeña.

—Primo...

Él miró el reloj y negó con la cabeza.

—Imposible. A estas horas lo más probable es que estén tanto Víctor como Iván en el puesto. Y debido a mi no problema con Iván, prefiero no ir.

—Piénsalo de esta manera; mañana vienen mis amigas, ¿sí? Y lo más probable es que nos juntemos todos, así que mejor ir ahora, dejar las cosas más calmadas, o afables, o como se diga.

—¿Cordiales?

—Lo que sea para que no sea raro vernos mañana.

—Yo puedo saltarme lo de quedar con ellos.

Intensifiqué mi mirada de niña pequeña y le añadí unos pucheros.

—Por favor...

—No tienes ya poder sobre mí.

—Primo...

—¡Vaaaaale!

Me cambié y cogí mi mochila nueva para poder cargar con la compra a la vuelta. Fui hacia la caseta de las bicis y sacamos dos. Yo subí a la mía y, según salimos por la valla, me di cuenta de que todavía no la había hinchado. «Ya lo haré luego», me dije, algo que llevaba diciéndome semanas porque solo me acordaba de que tenía que hinchar las ruedas cuando ya estaba en marcha y me daba pereza volver a atrás. «Si Ernesto estuviese aquí...».

✻ ✻ ✻ ✻

¿Por qué Víctor ha ido con Aitana y no ha dicho palabra? ¿Qué podría haber hecho ella?

¿Y qué pasa entre Iván y Nathan?

¿Hinchará Aitana algún día la bici?

Malditos veraneantes [COMPLETA]Where stories live. Discover now