Capítulo 18

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Víctor

El día siguiente en el mercado fue una auténtica locura. En breves horas empezaría la paellada y había gente que compraba ingredientes a última hora. Iván me informó, en los pocos momentos que pudimos hablar, que Jimena y Cecilia ya habían vuelto.

Una camiseta floreada se paró frente a nosotros, con una graciosa perilla de chivo.

—Paco, el campo está por allí —bromeé con él.

—Ya veréis cuando me dé resultado.

—Todavía estamos esperando —dijo Iván.

—¿Se lo has dicho ya? —preguntó Paco a Iván con tono confidente.

—¿El qué? —los miré con sospecha—. Siete con veinticuatro céntimos, señora —despaché a la clienta.

—Nos he apuntado a la paellada.

—¡¿Qué?! —los miré como si se hubiesen vuelto locos—. Vosotros sabéis que yo ya no hago eso. Que cuando murió mi madre me juré que no volvería a hacer una. Que nuestro primer puesto de ese año es el que me vale para siempre. No quiero. Hacedlo vosotros.

—Víctor...

—¡Ni Víctor, ni ostias!

—Ya hemos avisado a las veraneantes.

—¿A Aitana?

—Sí, les ha parecido muy buena idea. Nunca han participado y les apetece mucho.

—Esto es una encerrona en toda regla.

—Sin ti haremos el ridículo, o quemaremos el pueblo —intentó convencerme Iván.

—Dile a tu madre que te ayude —le sugerí.

—Ester cocina magníficamente —aduló enseguida Paco—, pero no las paellas. Las mejores ya sabemos las de quienes son.

—Eran. Las mejores paellas eran de la familia Vargas. Ahora solo estoy yo.

—Y nosotros. Te ayudaremos en todo. Tú mándanos y nosotros hacemos.

—Llevo años sin hacer una paella.

—Da igual, eso lo llevas en la sangre. Venga, por favor, lo pasaremos genial. Nos ha tocado una parcela buena, con árbol que da sombra y todo.

Seguí atendiendo a la clientela. Al final solté un bufido y los señalé uno a uno.

—Haréis todo lo que yo diga.

—Sí —asintieron enseguida.

—Y os haréis cargo del puesto una semana. Necesito vacaciones.

—¡Eh! No te pases —dijo Paco.

—Aceptamos —dijo Iván corriendo.

—Ah, ¿Sí? —le susurró Paco.

—Sí. Trato.

Nos estrechamos las manos. Sonreí con maldad y le tendí el delantal a Paco.

—Esa semana empieza ahora mismo.

—¿Qué? Espera, iba a... bueno, no iba a hacer nada, pero...

Le di a Iván las llaves de la furgoneta para que pudiese recoger todo después y me marché a casa. Primero andando, enseguida corriendo. No sabía si podía enfrentarme a una paellada. Los recuerdos de la última me invadieron. Mi madre vino de su gira de baile solo para ese día, después se marchó. Y no volvió.

Como hacía tantas veces, subí la cuesta dejando atrás el cementerio y me metí por los senderos de los bosques cercanos. Regresé por la zona de las villas. Tuve la tentación de acercarme a casa de Aitana, pero pensé que estaría con sus amigas entretenida y no quise molestar.

Cogí el camino hacia el pueblo y me crucé con las susodichas sentadas en un banco a la sombra y comiendo pipas. Antes pienso en evitarlas, antes me las encuentro. Estaban tirando las cáscaras al suelo.

—¡Víctor! —gritó Jimena y se levantó a darme dos besos—. Ya nos ha contado Aitana lo mucho que la ayudaste con la caída.

—Hola —saludé.

Cecilia también me dio dos besos y después escupió otra cáscara al suelo. Aitana me saludó desde el banco levantando la escayola.

—¿Cómo va la muñeca?

—Bien. Bueno, cuando se me pasa el efecto de los calmantes regular.

—Si anoche estabas lloriqueando —dijo su amiga la rubia.

Aitana le dio un codazo.

—Solo estaba cansada de todo el día —se excusó—. Y ya justo era la hora de la medicación, nada más.

No me pude callar más.

—¿Sabéis que lo que estáis haciendo es una completa cerdada?

—¿Qué? —preguntó Cecilia extrañada.

—Las cáscaras. Estáis tirando las cáscaras de pipa al suelo.

—Pero eso luego se lo comen los pájaros —dijo Cecilia.

—Que va, eso luego se deshace, es orgánico —argumentó Jimena.

—¿Por qué está mal? —preguntó Aitana. Parecía hacerlo con curiosidad real.

—Por varias razones. La primera, que estáis ensuciando. La segunda, que las cáscaras tienen mucha sal que es mala para la tierra. Y la última y más grave por la zona en la que estamos, pueden causar incendios.

—¡Menuda tontería! —desechó Jimena—. ¿Cuándo se ha visto en las noticias un «incendio por pipas»?

—Nunca me había parado a pensarlo —dijo Aitana observando las cáscaras como si fuese la primera vez que veía el desastre que ocasionaban. Sacó las pocas chucherías que les quedaban en una bolsa de plástico y empezó a recoger las cáscaras.

—Pero tía, que no le hagas caso a este —dijo la rubia.

—Si tiene razón, pues la tiene.

Cecilia también se agachó junto a Aitana y recogieron juntas. Intenté tragarme la sonrisa de engreído que quería soltarle a Jimena, que me miro muy digna y tiró otra cáscara al suelo.

—No tires más, que estamos recogiéndolas —le pidió Aitana.

—Que las recoja tu marido si tanto le molestan. —Escupió otra.

Me gusta hacer gala del autocontrol que tengo ante las tonterías, pero se me iba a ir al traste como siguiera así.

—Haced lo que queráis —dije y me marché enfadado.

—¡Espera! —exclamó Aitana.

Aminoré un poco para que pudiese darme alcance. Nos alejamos lo suficiente de sus amigas para poder hablar sin que nos escuchasen. Ella me frenó por el brazo.

—Para, por favor.

—¿Qué?

—¿Estás... bien?

Observé su mirada, que fue de la camiseta, a mi pelo y luego a mis ojos. Mi camiseta estaba empapada en sudor después de la carrera que me había metido. Mi pelo estaría alborotado e igualmente húmedo. Mis ojos... lo que no contasen mis ojos.

—Me ha dicho Iván que venís a la paellada.

—¿Por eso estás molesto?

—No.

—Ha sonado a sí.

—Es una cosa que hacía con mi madre. —No le quise dar más detalles. Suficiente le había contado ya. Aitana se quedó cortada, sin saber qué decir, así que me vi obligado a continuar—. Pero estaré bien.

—Si no, ya sabes dónde encontrarme. Por cierto, ¿necesitáis ayuda para preparar la paella? No he hecho una en mi vida, pero bueno.

—Ahora que lo dices... —sonreí ante la idea que acababa de tener.


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¿Vosotros y vosotras qué hacéis con las cáscaras de pipas? Que Víctor os vigila.

¿Qué idea habrá tenido Víctor?


Malditos veraneantes [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora