Capítulo 27

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Aitana

Me desperté entre los brazos de Víctor y con una buena contractura de cuello. Él roncaba con suavidad y tenía el pelo revuelto. Lo peiné con mis dedos y él atrapó mi mano con la suya. Abrió los ojos y sonrió aún adormilado. Me observó con intensidad.

—Tus ojos —dijo.

—¿Qué pasa con ellos?

—Nunca he visto unos iguales. Yo creía que solo había ojos marrones, verdes, azules, de un solo color. Pero los tuyos...

—¿De qué color te parecen a ti? —acerqué mi rostro al suyo.

Él se tomó su tiempo para dar una respuesta, tanto que me empecé a poner nerviosa.

—Diría que son como el reflejo de los árboles en un lago en un día de tormenta. Guau, eso ha sonado muy cursi —dijo despeinándose lo poco que le había peinado yo.

—Es la forma de describir mis ojos más bonita que me han dicho nunca.

Le di un beso suave y no le dejé ir a más. Sin antes lavarse los dientes ni muerta.

—A mí me gusta hasta tu aliento mañanero —dijo.

—Debes estar muy enamorado entonces —me reí.

Desayunamos con Cecilia, Iván y Nathan. La casa estaba tranquila. Demasiado tranquila. Comprobé las habitaciones y vi que se habían marchado todos, dejando las camas sin hacer y todo manga por hombro, y eso que sabían que aquí no teníamos asistentes.

Mi primo me dijo que sus padres le habían dicho que tenían que hacer unas gestiones en la ciudad, pero también se habían llevado las maletas. Tenía mala pinta. Se confirmó cuando me llamó Ernesto, estaba muy agitado.

—Señorita Aitana, siento todo lo sucedido.

—Ernesto, no tienes la culpa de nada. Pero, ¿por qué te disculpas exactamente?

—¿Todavía no ha recibido la notificación? Entonces déjeme hacerle saber en primer lugar que en cuanto he sabido lo que sus padres querían hacer he renunciado a mi puesto. Y en segundo... que usted no se merece eso.

—¿El qué han hecho? —pregunté con nerviosismo.

—La van a llevar a juicio por la herencia, a usted y al señorito Nathan.

No habían pasado ni veinticuatro horas desde que abriesen el testamento, y ya estaban reclamando una parte para ellos. Mi primer impulso fue llorar, pero el segundo llegó con más fuerza: enfado.

—Bien. Que hagan lo que quieran. Buscaré un buen abogado. Y Ernesto, tengo una propuesta para ti.

—Lo que sea, señorita.

—¿Trabajarías para mí?

—Por supuesto. Cuando usted quiera.

—Por el momento me voy a quedar en Villa del Valle. ¿Te parecería bien instalarte aquí?

—Claro, señorita Aitana, me haría muy feliz.

Seguimos conversando hasta que colgué. Lo cierto era que en el pueblo me estaba apañando bien y no lo necesitaba de inmediato, pero sabía que si había renunciado a su puesto ya no tendría la habitación en nuestra casa de la ciudad. No tendría un techo previsto para esa noche y no quería que tuviese que gastarse su dinero en cualquier hotel y andar con sus cosas de un sitio para otro. Además, tenía ganas de verlo.

Miré la casa con una mezcla de nostalgia y esperanza. Sonreí con tristeza. A pesar de todo, mi abuela había pensado en Nathan y en mí. No solo era lo que conllevaba económicamente, eso me abrumaba, sino que nos hubiese tenido en cuenta. ¿Quizá no nos culpaba a nosotros al fin y al cabo?

Recibí otra llamada. Era mi tío Julián. Resoplé y dudé si cogerlo. Siempre nos habíamos llevado bien. Me encantaba mi tío. Pero no lo había visto en los últimos tres años y no sabía si me llamaba para intentar hacerme cambiar de idea para que compartiésemos la herencia.

—Hola, Aitana. Gracias por coger —dijo mi tío.

—Ya.

—¿Te ha llegado una notificación?

—No.

—Entonces será mejor que te ponga en antecedentes para que no te lleves sorpresas. Tu madre os va a demandar por su parte de la herencia.

—Ya.

—He hablado con Roberto y nosotros no vamos a hacerlo.

—Ah, ¿no? —Eso sí me sorprendió.

—No. Ya perdimos a nuestra madre por el dinero. A mis sobrinos no los quiero perder. —Empecé a llorar en silencio—. Sé... que los últimos años hemos perdido el contacto. Que no he estado ahí para vosotros, ni siquiera en vuestros cumpleaños, aunque pensase en vosotros. Incluso el primer año llegué a compraros algo, aunque nunca os lo di. Lo he dejado en la casa, en el primer cajón de mi habitación.

Me quedé en silencio, era demasiado. Por un lado estaba agradecida de que mis tíos se fuesen a comportar por fin, pero por otro sentía la puñalada clavada. ¿Por qué mi madre no podía hacer lo mismo? ¿Por qué arriesgarse a perder a su hija por dinero? Lo peor de todo es que, si me hubiesen pedido las cosas con calma, yo hubiese compartido encantada.

—Siento lo que ha pasado, no hemos estado a la altura —siguió mi tío al ver que yo no hablaba—. Intentaré mejorar, si me das la oportunidad.

—Claro que sí, tío Julián.

—Solo quería pedirte una cosa.

«Ya está, ahora viene el motivo real de su llamada... ¿Ha sido todo un teatro?».

—Que si puedo ir a visitaros de vez en cuando al pueblo.

—Ah, ¡claro! —sonreí aliviada.

Hablamos un poco más y nos despedimos. Corrí a la habitación a buscar el regalo. Estaba muy bien envuelto y tenía forma rectangular. No podía ser otra cosa que un libro. Lo abrí y sonreí. Ya lo tenía leído, pero me dio igual. Lo que importaba era el detalle. Había otro paquete más pequeño con el nombre de Nathan. Se lo llevé. Justo estaba hablando con el tío Julián. Cuando acabó, lo abrió. Era una nueva baraja de cartas.

—¿Has hablado con tus padres? —le pregunté.

—Sí. Todo bien. —Después me miró con compasión—. Siento lo de tu madre.

—Ya.

Buscamos a los demás y salimos a dar un paseo por el bosque de las inmediaciones para despejarnos. Me di cuenta de que no había echado de menos la ciudad ni un solo momento. Empecé a imaginarme una vida allí. Aunque para eso primero tendría que acabar mis estudios, pero podía ver mi futuro entre esos terrenos.

Iván y Paco intentaban planear la semana siguiente, querían hacer una excursión. Cecilia aseguró que ella se uniría con la condición de que todo el mundo se pusiese crema y utilizase gorras. Nathan iba más adelantado, pensando en sus cosas. Víctor y yo íbamos los últimos, en silencio. Él me cogió la mano, depositó un beso y seguimos andando. De repente recordé una cosa.

—Por cierto, ¿cuánto te debo por los tomates que trajo mi primo?

—Será posible —se rio negando con la cabeza.

—¿Cuánto fue?

—No los pesé.

—Seguro que sabes un precio aproximado.

—Tú no me debes nada —tiró de mi mano, me agarró por la cintura y me acalló con un beso.

—Esta técnica no te va a funcionar siempre —le susurré devolviéndole el beso.

Él subió las cejas con chulería y mordisqueó mi cuello.

—Eso ya lo veremos.

✻ ✻ ✻ ✻

Ese momento cursi de Víctor describiendo los ojos de Aitana.

Y parece que los tíos han recapacitado, pero la madre no. ¿Qué os parece?

¿Y cuánto valdrían esos tomates?

Malditos veraneantes [COMPLETA]Where stories live. Discover now