Capítulo 13

897 85 1
                                    

Aitana

Estuve todos esos días inmersa en mi propio dolor y el duelo por la pérdida de mi abuela. Por haber perdido la oportunidad de hablar con ella esos últimos tres años. Un día Nathan me pilló llorando y compartí con él parte de mis pensamientos. Me sorprendió cuando me dijo que él había pasado por lo mismo, pero que se lo había podido perdonar. Teníamos quince y dieciséis años, no éramos los adultos en esa situación y la decisión fue tomada por nosotros. Lloramos junto al columpio y nos lamentamos.

Otro día mi madre me vio los ojos enrojecidos. Me preguntó si había fumado algo. Parecía que la posibilidad de que hubiese estado llorando ni se le pasó por la cabeza. Estábamos tan desconectadas que me fue fácil empezar a culparla a ella. Fue como si la culpa que me quité aquella noche con Víctor necesitase dueño y se traspasase a mi madre y mis tíos. Probablemente no estaba siendo justa, pero los sentimientos me desbordaban.

Supe por las discusiones que mantuvieron a grito pelado en la cocina que ni siquiera habían leído el testamento. Estaban discutiendo y todavía no sabían nada del contenido. Estaban enzarzados en minucias legales que no entendía y se me quedaban grandes.

Mis escapatorias eran leer e ir a la piscina a primera hora, antes de que pudiese aparecer Víctor o alguno de sus amigos. También retomé jugar a las cartas con mi primo y nos pusimos al día. Yo le hablé de mi primer año en el doble grado, no estaba siendo nada fácil, aunque me gustase. Estudiaba Administración y Dirección de Empresas (ADE) y Marketing. Nathan había terminado el segundo año de magisterio e impartía clases de español a nivel particular. Me estuvo contando varias anécdotas de los niños a los que daba clases. Eran adorables y me sacó una sonrisa.

Entonces vino un día con una bolsa de tomates. No querría presumir, pero reconocí enseguida el tipo de tomate que era y a quién se lo había comprado.

—Te he traído una cosa.

—Ya lo veo —dije con el ceño fruncido.

—No te enfades.

—No le habrás dicho nada a Víctor.

—No, solo que quería los tomates que te gustaban. Los primeros días no hacías más que hablar de ellos. De hecho, creo que fue el único tema de conversación que pudimos hablar en la mesa sin discutir todos.

—Los tomates de la paz —intenté bromear para que viese que valoraba su esfuerzo.

—Eso es.

—Has traído muchos, te habrán salido caros, ¿vamos a medias?

—Que va, me los ha regalado.

—¡¿Qué?! ¿Todos esos?

—Sí, al saber que eran para ti...

—¡Será posible! —Mi primo me miró divertido—. ¿Y tú por qué te ríes?

—No me río —intentó ponerse serio—. Soy el menos indicado para decir nada.

Pensé que ya lidiaría con ese problema más adelante. Resoplé cabreada y miré mi móvil. El grupo con mis amigas estaba que ardía.

Grupo Las gatis.

Jimena ha enviado una foto.

Jimena ha enviado una foto.

Jimena ha enviado una foto.

Cecilia: Ja, ja, ¡Jime! ¡No tienes remedio!

Aitana: Creí que estabas mandando fotos de los fiordos, no de los noruegos. Te van a detener por acosadora.

Jimena: Solo hago fotos del paisaje.

Cecilia: Oye, Aitana, desaparecida, ¿qué tal estás? ¿Cómo va el tema de la herencia?

Aitana: Muy parado, siguen de líos legales y yo creo que hasta septiembre aquí no trabaja nadie. Al menos con mi primo estoy mucho mejor.

Cecilia: ¿Sí? ¡Eso es genial! Me alegro.

Jimena ha enviado una foto.

Cecilia: ¡Jime! Que estamos hablando de cosas serias.

Jimena: Los noruegos son cosa seria.

Cecilia: Tú tienes un problema.

Jimena ha enviado una foto.

Cecilia: ¡Para!

Aitana: Chicas, os leo luego, que voy a echar otra partida de cartas con mi primo. ¡Haya paz!

La tarde pasó tranquila hasta que una nueva discusión se desató en la cocina. Mis tíos y mi madre, otra vez. Nathan y yo ni nos acercamos. Estábamos hartos y nuestra palabra no valía nada para ellos. Al poco salió mi madre, dando un portazo a la puerta principal. Nos localizó en el porche, jugando a las cartas.

—Aitana, me voy.

—¿Cómo? —me levanté de la silla, eso no me lo esperaba.

—Solo por esta noche. No aguanto más. Encima tu padre se ha puesto de parte del tío Julián, ¡lo que faltaba!

—¡Candy! —se escuchó a mi padre, saliendo por la puerta.

—¡Que me dejes! ¡Vete con mi hermano!

—¡Solo intento solucionar las cosas!

—¡Son mis cosas! Así que agradecería que la próxima vez te quedases al margen.

Mi padre se quedó a una distancia prudencial. Nunca había visto a mi madre tan enfadada. En su mirada pude ver algo más: una profunda tristeza. Podía ponerse las capas que quisiera, pero a mí no me engañaba. Estaba muy dolida. Recordé el abrazo que me dio Víctor esa noche, venía a mi mente todos los días. Sobre todo, cómo me hizo sentir. Por un impulso más que una reflexión, hice algo que mi madre y yo no hacíamos desde que era una niña pequeña, si es que acaso hacíamos eso.

La abracé.

El silencio se unió a nuestro abrazo. Ya no discutían dentro de la casa, mi padre contenía la respiración y Nathan había dejado sus cartas. No dije nada, porque Víctor en su momento no me dijo nada, y tampoco sabía qué decir. Mi madre tardó unos segundos en reaccionar. Me apartó y me miró con extrañeza.

—Vuelvo mañana —susurró—. ¿Podrás hacerte la cena?

—Sí, mamá.

—Vale. Bien.

Mi madre y yo tampoco nos decíamos nunca «Te quiero», pero pude leerlo en sus ojos, o eso quise interpretar. Asentí y ella se marchó hacia el pueblo. Andando. Supuse que allí llamaría a algún taxi para que la llevase a la ciudad, porque en autobús no iría ni muerta. Mi padre entró en la casa y continuaron la conversación, esta vez con un tono más calmado.

—Bueno, ¿por dónde íbamos? —le pregunté a Nathan.

—Te estaba dando una paliza.

—¡Si, bueno!

Intentamos mantener el ánimo de antes de la discusión, pero ya no fue igual. Aunque tratásemos que no nos afectase, era inevitable. Pronto dejamos de jugar.


✻ ✻ ✻ ✻

Aitana y Nathan se van apañando mejor, pero la familia sigue con los mismos problemas. ¿Qué creéis que pasará con el tema de la herencia?

Malditos veraneantes [COMPLETA]Where stories live. Discover now