Capítulo 26

896 93 20
                                    

Aitana

Había pasado una semana de la paellada. Cecilia, mi primo y yo llegamos a la piscina. Iván y Paco ya estaban en el sitio del fondo bajo el gran árbol.

—¡Cari, he cogido sombra para ti! —gritó Paco.

Cecilia se sentó a su lado y él le robó un beso, haciendo que a mi amiga se le saltasen los colores. Llevaba el pelo rizado y suelto.

—Está bellísima —le aduló Paco.

Mi primo se sentó con Iván, no se besaron pero se dieron la mano. Iban haciendo sus avances. Nos aseguramos de ponernos bien la crema de sol y jugamos a las cartas. Yo no dejaba de mirar hacia la entrada, me moría de ganas por ver a Víctor, que estaba trabajando en el mercado.

Miré el móvil por costumbre más que por otra cosa y sentí una pequeña punzada al ver que el grupo Las gatis ya no existían. Jimena se salió esa fatídica noche, en la cual Cecilia y yo apenas dormimos. Estuvimos hablando de lo mucho que había influido Jimena en nuestra relación. No nos habíamos dado cuenta de lo controladas y al microscopio que nos había tenido, y que no quedábamos si no era con ella de por medio. Sentí que ese noche empezaba a conocer a Cecilia de verdad.

Víctor apareció con la camiseta empapada en sudor. «Ha venido corriendo, por supuesto», sonreí y me levanté a saludarlo. Me agarró por la cintura solo como él sabía hacerlo y nos besamos. Sin más comunicación, se fue a la ducha. Era curioso como en muchas ocasiones nos sobraban las palabras. Cuando salió, nos metimos en la piscina. A mí ya no me daba apuro meterme con el protector de escayola, que era como un guante de lavar los platos, pero más grueso y alargado. Nada sexy. Lo compró Ernesto y me lo envió por correo urgente. Siempre tan atento.

—¡Que no me salpiquéis! —regañé a Nathan e Iván que estaban haciendo el idiota en el agua.

—Yo te protejo —dijo Víctor con una voz forzada grave. Se puso delante y, con su sola figura, ya me tapaba las gotas.

—Ya me protejo yo sola.

—Lo sé, solo te estaba picando.

Me dio un beso y me hizo callar la siguiente réplica que iba a darle. Alzó las cejas triunfal y se marchó a hacer una ahogadilla sorpresa a Paco. Iván y él empezaron a llamarle cosas extrañísimas como «Cabrita de agua», o «Ex-chivo a remojo».

Cecilia salió, se exponía al sol lo mínimo, y yo la seguí. Jugamos un par de partidas hasta que mi móvil vibró. Mi madre.

—Qué raro, si nunca me llama —dije más para mí misma. Descolgué—. ¿Sí?

—Ya hemos hecho la lectura del testamento. Estarás contenta.

—Claro, ya era hora —ignoré su tonito de voz.

—En una hora te quiero en la casa. Y trae a tu primo también.

Cuando Nathan salió del agua le conté lo sucedido y miró su móvil. Tenía varias perdidas de su padre. Lo llamó de inmediato y estuvo un buen rato hablando con él, mientras paseaba por la hierba con nerviosismo. Se notaba que mi tío Roberto sí le estaba dando información. Cuando acabó, llegó muy blanco hasta nosotros, tanto que parecía que alguien se había muerto.

—Aitana, nos lo ha dejado todo a nosotros.

—¿Qué? —Al principio no entendí a qué se refería.

—El dinero, las joyas, los cuadros, la casa, los terrenos que tenía, el piso de la ciudad, el de vacaciones en la costa. Todo a nosotros. En el testamento fue muy minuciosa redactando hasta el más mínimo detalle.

Malditos veraneantes [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora