Epílogo

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7 años después

Víctor

La veda de veraneantes idiotas quedaba abierta. Ahí estaba el primer espécimen. Un señor con gorra fosforita y con la piel enrojecida por el sol (porque ponerse crema de sol cuando estaba tan blanco como un ajo no le debió parecer importante). Iba con una gran bicicleta oxidada y se metió de lleno en el mercado.

—Ya están aquí —gruñí.

—La gente no se da cuenta de nada —se quejó Aitana. La miré arqueando una ceja—. Oye, que yo ya soy más de aquí que de cualquier otro lado.

—Claro —dije sonriendo.

—¿Quieres pelea? —me dio un empujón amistoso—. Porque la vas a tener.

—Tengo por norma no pelear con embarazadas.

¡Shhh! Que te van a oír los vecinos, y ya sabes cómo son. Peor que Internet.

Me reí y le di un buen beso. Le toqué la tripa con disimulo y ella me echó una mirada de fuego.

—Vale, vale, tú ganas —me rendí.

Acto seguido, Aitana dejó su portátil a la sombra, en el que había estado trabajando en su negocio de marketing digital, y fue en busca del señor de la bicicleta. Porque Aitana no se limitaba a quejarse, era de soluciones. Observé cómo el señor se disculpaba y al poco estaban riendo juntos. Ella le enseñó dónde se ataban las bicicletas. Después señaló hacia nuestro puesto y me hice el distraído. No solo había conseguido que un veraneante se comportase, encima nos había conseguido un cliente.

Aitana volvió y se sentó triunfal a seguir trabajando con su portátil. Estaba tranquila. Casi podría parecer que todo era perfecto, aunque yo sabía que todavía le pesaba la lucha legal que duró casi tres años por el tema de la herencia. Nathan y ella ganaron, pero Aitana perdió a sus padres. No se habían vuelto a hablar. Yo también me había quedado huérfano hacía años. No podía más que agradecer a Aitana todas las veces que bailó para mi padre en sus días malos. No olvidaría esas sonrisas y el brillo en los ojos de él nunca.

Recibí un mensaje en el móvil que me sacó de la nostalgia.

—Iván y Nathan ya están aquí —anuncié.

Esos dos vivían en Inglaterra, pero no se saltaban ni un verano en Villa del Valle.

—Voy a avisar a Ceci —dijo Aitana sacando el móvil—, que igual quieren irse a la piscina con ella en cuanto lleguen. Hace muchísimo calor.

Otra de nuestras invitadas en verano y muchos fines de semana era Cecilia. Lo suyo con Paco había durado un suspiro, pero se mantenían amigos. Paco había tenido distintos ligues, e incluso una vez intentó besar a Ester, la madre de Iván. Digamos que el resultado fue catastrófico y que mi amigo abrazaba la soltería.

Repasé el calendario para asegurarme de que tendríamos habitaciones para todos. Había muchos asiduos en Villa del Valle. También vendrían los tíos de Aitana en las próximas semanas. Se iban a llevar una gran sorpresa cuando les diésemos la buena noticia.

Seguían sin gustarme los veraneantes, todos a excepción de una: Aitana de la Rosa, que aunaba en ese menudo cuerpo lo mejor de la ciudad y del pueblo. A menudo corríamos juntos, con la manicura de las uñas perfectamente realizada.


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¿Qué os parece este pequeño extra? Quería que supierais lo que había imaginado para ellos.

Y solo decir que muchas gracias a todos y todas los que habéis llegado hasta aquí, por vuestras lecturas y por vuestros comentarios. ¡Sois geniales!

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Malditos veraneantes [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora