Capítulo 17

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Aitana

Llegamos al hospital. La muñeca me dolía horrores, pero con la conversación que habíamos tenido y todo lo que había descubierto de Víctor no había tenido tiempo para prestarle tanta atención. Me arrepentía de muchas cosas de las que había dicho. Había quedado como una niña elitista e idiota. Que si el inglés, los asistentes y el cliché de padres ricos distanciados de su hija.

En la puerta de urgencias estaba Ernesto, que corrió hacia mí.

—¡Señorita Aitana! ¡Ay, madre! ¿Cómo se encuentra?

—Creo que me he roto la muñeca.

—Sí, ya me ha dicho su primo. —Me alegró saber que habían hablado—. Y sus padres vienen en camino. No he podido evitarlo.

Ernesto me conocía bien, dijo eso último con pesar.

—Gracias, no te preocupes. Este es Víctor —los presenté en cuanto me acordé.

—Encantado, señor Víctor.

—Un placer —dijo él y le estrechó la mano—. Pero llámame solo Víctor, ¿sí?

Ernesto asintió y devolvió toda su atención a mí. Entramos en el hospital, me dieron una bata y me metieron en una sala de curas. Víctor se quedó en la sala de espera.

Me curaron la frente y me dijeron que no había necesitado puntos por poco. Me pusieron unas tiras especiales adhesivas para que se mantuviese cerrado. Después me pasaron enseguida a rayos. Por la velocidad con la que iba todo, supuse que el hospital ya había recibido una llamada de mis padres.

Para mi sorpresa, no tenía una fractura si no una fisura en el radio en su parte más cercana a la muñeca. No me quería imaginar lo que me hubiese dolido si se hubiese roto del todo. Me dieron calmantes y me escayolaron. Cuando estaban terminando la escayola, aparecieron mis padres. Ernesto los saludó con educación sin quitarse de mi lado, pero mi madre lo apartó para ponerse ella.

—¡Mi hija! —gritó mi madre.

—¿Se encuentra bien? —preguntó mi padre a los profesionales, ignorando que podía dirigirse a mí.

—¡Ay, mi pequeña!

—No se preocupe, señora, Aitana lo está haciendo estupendamente —la tranquilizó una enferma.

Y ahí estaba. La atención para mi madre. Aguanté con bochorno los dramatismos de mis padres y salí de allí escopetada.

—Aitana, ¿por qué no nos has avisado según ha pasado? ¿Por qué has venido a un hospital público? ¡Teniendo seguro! Aunque parece limpio —dijo mi madre observando el pasillo.

—Tienes que ser más responsable —siguió mi padre—. Ante cualquier daño nos tienes que avisar.

—Pensaba hacerlo.

«Mil horas después», completé en mi cabeza. Llegamos a la sala de espera. Víctor estaba paseando de un lado para otro como un león enjaulado. Primero miró mi escayola y luego mi frente.

—¿Cómo estás?

Y, para asombro de todos, me lancé a sus brazos, lo abracé y lloré con fuerza. Se me vino a la cabeza la imagen del momento de la caída. La bicicleta había hecho un ruido raro y la rueda delantera derrapó. El coche aparcado contra el que me estampé. El dolor. La gente a mi alrededor. La médica que consiguió que la gente me dejase algo de espacio. Víctor sacándome de allí. Víctor, al que estaba abrazando en ese instante.

—Ya pasó lo peor —dijo él y acarició mi pelo—. Ya pasó. ¿Te llevo a casa?

Asentí. Me aparté, pero me quedé envuelta bajo su brazo derecho, pegada a él todavía.

—Hija, Ernesto nos puede conducir, o un taxi, como hemos venido nosotros —dijo mi padre.

—No, me vuelvo en la furgoneta.

—¡¿Una furgoneta?! ¿Tiene la ITV pasada? —preguntó mi madre.

—Sí, señora, todo al día. Y soy un conductor excelente —aseguró Víctor. No la había mandado a tomar viento fresco y encima había sido educado. Me apreté más a él.

—Nos vemos en el pueblo —me despedí y estiré la mano buena hacia mi asistente hasta que él me la cogió—. Ernesto, gracias por venir en mitad de tus vacaciones.

—Sin problema, señorita Aitana. Que se mejore. Cualquier cosa, me llama.

Mis padres opusieron algo más de resistencia, pero Víctor les reaseguró de distintas maneras hasta que pudimos marcharnos. Subimos al coche en silencio.

—¿Qué tal de dolor?

—Mejor. Lo que me han dado ya me está haciendo efecto. Por cierto, tenemos que pasar por la farmacia a comprar más, me han dado receta.

—Vale, la primera parada en cuanto lleguemos al pueblo.

—Voy a llamar a mi primo.

Hice lo dicho y puse a Nathan al día. También escribí a mis amigas para que supiesen lo que me había pasado. Les sugerí que quizás no debían venir al día siguiente, que no iba a estar yo para demasiada fiesta. Ellas insistieron, Jimena con que nos lo pasaríamos bien, Cecilia con que me acompañarían y distraerían. Cada una en su línea. Colgué por fin el teléfono.

—¿Música? —me preguntó Víctor.

—Solo si cantas.

A pesar del dolor y el cansancio, sonreí.


✻ ✻ ✻ ✻

¿Qué os parecen los padres de Aitana? ¿Y Ernesto?

¿Queréis que Víctor cante?

Malditos veraneantes [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora