Capítulo 21

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Aitana

Como era esperable, ganamos la paellada. No creía que pudiese existir paella que estuviese más buena en el mundo. Quizás estaba exagerando por las emociones vividas en el día, porque la había hecho Víctor, por el olor de su camiseta contra mi cuerpo, o porque simplemente era la mejor paella del mundo. Si hubiese olimpiadas de paellas, ahí estaría la de Víctor Vargas.

Nos dieron un trofeo, una paellera dorada sobre una peana de madera con una placa que anunciaba que era el primer premio de la paellada de ese año. También nos dieron un cheque de doscientos euros y los chicos empezaron a saltar con alegría, en círculo, y haciendo esos típicos gritos de gorila de la selva.

—¡Uh, uh, uh!

Jimena me cogió del brazo y me susurró.

—Si solo son doscientos euros, con eso no me da ni para medio zapato.

Shh, calla, que para ellos es mucho. ¿No lo ves?

Se encogió de hombros como si no lo pudiese entender. Jimena era muy obtusa para algunas cosas. Cecilia, sin embargo, se adelantó y les dijo:

—Os podéis quedar con mi parte.

—¡Que va! —exclamó Paco—. Esto es para todos. Para la fiesta que nos vamos a dar hoy.

Cuando se tranquilizaron un poco, jugamos un rato más a las cartas antes de recoger todo. El atardecer venía y con ello las promesas del DJ en la plaza. Mis amigas querían irse ya a arreglar. Por extraño que pareciese, a mí no me hubiese importado ir tal cuál estaba: la camiseta de Víctor y los pantalones cortos rosa palo que me había puesto esa mañana.

—Venga, que yo me quiero alisar el pelo —dijo Cecilia.

—¿Y por qué no te lo dejas rizado? —se inmiscuyó Paco—. Seguro que te queda bien.

Cecilia se quedó cortada sin saber qué decir. Su pelo era uno de sus grandes complejos. Lo tenía muy rizado y no le gustaba. Tampoco ayudaba Jimena diciendo que lo liso estaba más de moda que nunca.

—Siempre lo llevas en coleta —observó Iván.

«¿Porque los tíos no se dan cuenta de cuándo tienen que dejar estar un tema?», pensé sorprendida por la torpeza del chico.

—Que haga con su pelo lo que quiera —defendió mi primo—. Aun así, estoy seguro de que te queda bien de cualquier manera.

Cecilia se puso más roja que un tomate de variedad Valenciana. Por suerte, Víctor cambió el tema de conversación.

—Recoged vosotros, que yo tengo que bajarle esto a mi padre. Nos vemos luego.

—¿A las diez en la plaza? —confirmó Iván.

—Vale.

No sé por qué hice lo que hice a continuación. Me despedí de mis amigas prometiendo reunirme con ellas luego en la casa y fui detrás de Víctor.

—Espera, que te acompaño.

—¿Qué?

—Que voy contigo. Así me presentas a tu padre.

—Aitana... no sé si es buena idea. Ya te dije que está en una residencia. Lo que no te dije es... que no me reconoce. Para él solo soy un chico majo que le visita.

—Bueno, pues hoy habrá también una chica maja. ¿Por que soy maja, verdad? —pregunté con tensión. «¿Qué estoy haciendo?».

Víctor sonrió con tristeza, sin que le llegase a los ojos, y suspiró. Pasamos por la parcela en la que estaba la médica que me había ayudado el día del accidente. La saludé con la mano y ella me devolvió el saludo, pero no me miraba a mí, sino a Víctor. Y él solo miraba hacia el frente, con el ceño fruncido. «No te metas, no es tu problema», me intenté convencer. Salimos de la explanada. No pude evitarlo.

—¿De qué conoces a Ángela? —Él suspiró—. No me lo cuentes si no quieres.

—Te estoy contando demasiadas cosas y luego pasa lo que pasa —dijo él con amargura.

—¿El qué?

—Que te marchas.

—Si haces paella, vuelvo enseguida, ya verás —intenté bromear.

—Ángela y yo tuvimos algo, hasta que dejamos de tenerlo.

Hasta ahí había llegado yo con mis suposiciones, pero lo que yo necesitaba saber era otra cosa.

—¿Te sigue gustando?

—¿Qué? —me miró sorprendido—. No, claro que no.

—Vale. —No pude evitar que se me escapase una sonrisa.

Callejeamos por el pueblo hasta que llegamos a la residencia. Nunca había estado allí. Entramos y había ambiente festivo.

—¡Víctor! ¡Enhorabuena! —le felicitó un enfermero—. Ya nos han dicho que has ganado la paellada.

—Gracias, Carlos. Ya veo que las noticias vuelan.

—¡Sobre todo las buenas! ¿Y quién te acompaña hoy?

—Soy Aitana —me presenté con timidez repentina.

—¿Has ayudado con la paella?

—Sí, no molestando —me reí—. Ha sido todo mérito de él.

—Bueno, hemos seleccionado los ingredientes juntos, ya sabes lo vital que es la alcachofa —dijo Víctor.

—Claro —dijo Carlos y le palmeó la espalda. Su rostro se volvió sombrío—. Hoy tu padre no tiene buen día.

—¿De qué tipo estamos hablando?

—Del de «esta no es mi casa» y «dónde está mi mujer».

—Entiendo —dijo Víctor con un gesto tenso. Se giró hacia mí—. Aitana...

—Si tu quieres que me vaya, me voy. Si no, me quedo.

Me observó de nuevo. Cuánto me gustaría saber qué pasaba por su cabeza.


✻ ✻ ✻ ✻

Aitana se ha lanzado a acompañar a Víctor a la residencia. ¿Qué os parece?

Y os dejo enseguida con el siguiente capítulo. Aitana se pregunta qué le pasa por la cabeza a Víctor, y con eso mismo vamos.

Malditos veraneantes [COMPLETA]Where stories live. Discover now