Capítulo 11

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Aitana

Ahí estaba yo, haciendo el ridículo máximo, llorando a moco tendido encima de Víctor. ¿Cómo iba a salir de esa? Encima el tío había ido a fantas y agua toda la noche, lo que significaba que 100% se acordaría de todo al día siguiente. No podría ni fingir que no había pasado. Quizás yo podría fingir una amnesia: «Oh, ¿me acompañaste a casa? Qué amable. No recuerdo nada».

Negué con la cabeza e intenté tranquilizarme. Que Víctor contase esa pequeña anécdota sobre mi abuela hizo que mi corazón se resquebrajase. Me inundaron todos los recuerdos de la última gran discusión. La última vez que estuvimos todos juntos.

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—Mamá, no puedes pretender que deje mi vida para venir a cuidarte —dijo mi madre a mi abuela.

—Te pagaremos los mejores enfermeros, asistentes, no te faltará de nada —aseguró mi tío Roberto.

—Vendremos a visitarte igual que siempre —añadió Julián.

—¡No es cierto, nada de eso es cierto! —gritó mi abuela. Lloraba. —. No sé cuánto me queda, pero no es mucho. ¿Tanto es pedir que alguno de vosotros esté conmigo en mi final? Candy, por favor. No quiero morir sola.

—Y no lo harás, siempre habrá gente en casa.

—Gente que no es familia. Seguro que Nathan o Aitana se quedarían. A ellos sí les han llegado los valores que he intentado inculcaros.

Di un respingo desde el escondrijo en el que estábamos Nathan y yo. Intercambiamos una mirada. Mi primo lloraba en silencio.

—Esto ya roza el chantaje emocional —dijo mi madre—. Por supuesto que ninguno de los niños va a dejar el instituto para venir a cuidarte a ti. ¡¿Podrías ser menos egoísta?!

—Ya me gustaría veros a vosotros muriendo solos, ¡ya me gustaría!

—Esto no lleva a ninguna parte. Lo mejor será que lo dejemos estar —dijo Roberto.

—Vale. De acuerdo. Si no queréis cuidarme, no lo hagáis. Ni se os ocurra volver por aquí si no venís con otras ideas. Marchaos.

—Pero mamá... —intentó Julián.

—¡Que os marchéis ahora mismo!

—¡Aitana! ¡Haz las maletas! —gritó mi madre sin saber que habíamos sido partícipes de todo.

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No podía dejar de llorar encima de Víctor. Los recuerdos me atormentaban. Tendría que haber dado un paso al frente, haber dicho que yo estaría con ella. Al final, duró mucho más de lo que ella pensaba, tres años, pero sí tuvo razón en algo: murió sola.

—Soy mala persona. Y una cobarde.

Víctor no contestó nada. Eso hizo que el enfado me subiera de repente. ¿No pensaba negarlo? ¿Consolarme de alguna manera?

—¿No vas a decir nada?

—No sé cuál es la situación. Estoy seguro de que es demasiado compleja como para que pueda juzgarla en una frase.

—Bájame.

Lo hizo de inmediato.

—Mírame. —Lo hizo. Tenía el ceño fruncido—. ¿Tú crees que soy mala persona?

—Ya te he dicho que necesito contexto.

—O sea, que en tu cabeza cabe la posibilidad de que sí lo sea.

Estaba alucinando. A cualquier persona que le confesases el temor de ser un horror como ser humano, te contradecía de inmediato. ¿Por qué él no lo hacía?

—Eres un idiota.

—Si quieres mi opinión, tendrás que contarme la situación.

Entonces me di cuenta de lo que me estaba ofreciendo. Él no era ninguna de mis amigas o algún familiar, que siempre me calmarían. Él no era Ernesto, nuestro asistente, que siempre me decía que yo tenía un gran corazón. Víctor no era nada de eso. Iba a poder ser completamente objetivo. Quizá me destrozase más en el proceso, pero decidí aprovechar la oportunidad. Me senté en el suelo, resuelta a contarle todo.

Él tardó un poco en hacer lo mismo, lo que tardó en entender mis intenciones. Se sentó a una distancia prudencial. Empecé a contar todo con demasiada rapidez. No sabía ni si se me estaba entendiendo. El diagnóstico de mi abuela, las discusiones de mi madre y mis tíos. Cómo escuchamos ese día Nathan y yo escondidos toda la conversación.

—Y... —dije sollozando a más no poder—, no di ese paso al frente. Me lo reprocharé toda mi vida.

—¿No mantuvisteis contacto desde entonces?

—No. Cuántas veces quise llamarla, pero pensé que me colgaría de inmediato, que no querría saber nada de nosotros.

—Lo habría cogido.

—¿Qué?

—Tu abuela. Te habría cogido el teléfono.

Rompí a llorar con fuerza, abrazándome a mis propias rodillas. No podía creer que eso hubiese sido una opción, porque significaría que me había perdido los últimos años de mi abuela por ser una estúpida, por no entender nada, por no entenderla a ella. Noté que Víctor me abrazaba, su cuerpo era muy cálido. Dejé de llorar y le miré a los ojos.

—Ahora. Sinceridad absoluta. ¿Vale? —intenté recomponerme—. No sientas pena por mí. Necesito que alguien me diga la verdad. ¿Soy una mala persona?

—Una mala persona no sufriría como lo estás haciendo tú ahora.

Respiré aliviada y solté mis rodillas para agarrar su cuello.

—Gracias.

Nos quedamos abrazados un rato, yo acurrucada en el hueco de su cuello, con sus brazos envolviéndome. Estaba a gusto y tranquila por primera vez en mucho tiempo. No quería moverme de ahí y romper lo que fuera ese momento. Seguía sintiendo un puñal clavado por no haber sabido actuar mejor con mi abuela, pero parte de la culpa que sentía, se evaporó esa noche.


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Por fin sabemos la discusión final que sucedió con la abuela de Aitana, ¿qué os ha parecido?

¿Y que Víctor no le diga que no es mala persona de inmediato?


Gracias por apoyarme y leerme, ¡sois geniales! Y recordad que se me sigue la pista fácil en twitter como LauraMarsAutora.


Malditos veraneantes [COMPLETA]Where stories live. Discover now