Capítulo 8

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Víctor

Volví corriendo a casa, necesitaba olvidar lo ocurrido en la piscina. No sabía por qué había seguido el estúpido impulso de empujar a la chica de la bici al agua. Era cierto que había montado un espectáculo y no quería ver otro mientras se metía en la piscina. ¿No se podía bañar como una persona normal?

Cuando vino a la toalla a increparme, las cosas se calentaron, y no en el buen sentido. Con lo menuda que era y las broncas que metía.

El asfalto bajo mis deportivas y el ritmo al correr me hicieron dejar atrás todo. Concentrado solo en cada pisada y mi propia respiración. Llegué a casa, pero no entré. Fui directo a a la huerta que crecía en un amplio campo tras la casa de piedra. Paseé entre frutas y hortalizas y recolecté durante un par de horas. Dejé la mercancía a buen recaudo y me metí en la ducha. Escribí a Iván que iría después de cenar. Ellos habían quedado con las veraneantes y el amigo de Iván. Menudo verano me esperaba. Mis amigos estarían detrás de ellas a cada momento disponible.

De cena me hice un sofrito con varias cosas de la huerta y lo metí todo en media barra de pan. Uno de mis bocadillos favoritos. Lo devoré y jugué un rato a la consola.

Telegram.

Iván: De camino al Ártico, ¡vente!

Víctor: Ok.

Me puse unas bermudas verde oscuro y una camiseta blanca de manga corta. No cogí jersey, por las noches no refrescaba demasiado en Villa del Valle y yo por lo general siempre tenía calor. Fui andando hasta el pueblo, dejé atrás la plaza donde tendría que estar trabajando en unas horas, y enfilé la calle de los bares. Era definitivamente verano. Hasta la calle misma estaba abarrotada de gente. Me abrí paso con facilidad hasta llegar al Ártico, el sitio que más nos gustaba para beber. Después iríamos al Clandestino, el que mejor música tenía para bailar.

Los localicé en la barra. Las chicas iban todas muy emperifolladas. La rubia llevaba un vestido blanco corto y muy ajustado. Otra llevaba un moño tan prieto que le hacía efecto lifting. No recordaba sus nombres. Solo el de Aitana, que llevaba unos pantalones cortos y una camiseta negra con escote en la espalda que le llegaba casi hasta el culo. Se veía la tira del sujetador, también negro.

¡Vergas! —me gritó Paco—. ¿Qué te pedimos?

Pacojones, apestas —dije echándome hacia atrás. Mi amigo también había hecho su esfuerzo por arreglarse. Llevaba una camisa de flores y un exceso de colonia.

—¡Esto son feromonas para las mujeres! ¡Las atraeré como moscas a una boñiga de vaca!

—¿En esta analogía eres tú la boñiga? —se metió Iv'ñánen medio.

—No, me refiero a...

No pudo contestar nada, Iván y yo estallamos en carcajadas y le palmeamos la espalda. Iván se acercó a su oído y pude leer sus labios mientras le jaleaba «¡Boñiga, boñiga!». Sonreí a ese par de idiotas que eran mis amigos y hablé con Juan, el camarero. Como casi toda la gente del pueblo, nos conocíamos.

—Ey, Juan, ¿qué tal?

—Ya ves, hasta arriba.

—Espero que te recompensen bien en propinas.

Nah, los veraneantes son unos agarrados.

—Dales unas horas, ya te darán más.

—¿Hoy día de fanta naranja?

—Sí, que mañana trabajo. ¿Está la ronda de estos rufianes pagada? —Negó con la cabeza—. Cóbramela a mí.

—¿También la de las chicas? Han pedido copas —me avisó.

—Sí, cóbrame todo.

Les hice un gesto con la mano al grupo para que supiesen que había pagado. En ese momento se cruzó por primera vez mi mirada con la de Aitana. Supe enseguida que no le gustó que yo la invitase. Sonreí ampliamente y me acerqué a las chicas para picarla un poco.

—¡Ya está pagado!

—¡Gracias, guapo! —gritó la rubia y se colgó un poco de mi brazo. Ya iba algo borracha lo cuál me dio tremenda pereza. Yo solo quería irme a bailar.

—Gracias, tío —me estrechó la mano Nathan, el amigo de Iván.

Después de dos rondas más, nos fuimos por fin al Clandestino. La sala era grande, de techos altos y con muy buena ventilación. Lo mejor era la música, tan variada que nunca te podías aburrir. Tan pronto ponían electrónica, rock, canciones de hace mil años o una del momento. Cuando pusieron una salsa, Iván y yo nos miramos con complicidad y empezamos a bailar. Las chicas nos jalearon.

—¡¿Dónde habéis aprendido a bailar así?! —gritó la rubia, que para aquel entonces supe que se llamaba Jimena.

—¡Mi madre! —contesté con orgullo, sin poder evitar sentir la punzada que siempre me acompañaba al recordarla.

Centré mi atención en Iván y seguimos moviéndonos con coordinación.

—¡Yo también quiero probar! —insistió Jimena y me quitó a Iván de las manos, que me miró con disculpa en la mirada.

Me acababa de cortar todo el rollo con mi amigo. Razón número 437 para odiar a los veraneantes: se creen dueños de todo, incluso de tus amigos.

La canción acabó y empezó una lambada. Mi favorita. Era un estilo que mi madre no me llegó a enseñar, pero que aprendí por mi cuenta y me encantaba. Alguien chocó contra mí. Aitana. Se giró hacia atrás y gritó a sus amigas, que al parecer la habían empujado hacia mí. Nos miramos a los ojos mientras la canción seguía rogándome que la bailara. Me rendí a mis ganas de moverme y me acerqué a su oído.

—¿Quieres bailar?

Vi la duda en su rostro. No quería. Estupendo.

—Entiendo que la lambada es difícil, sobre todo para alguien de ciudad como tú. No te preocupes —le dije para quitar importancia al rechazo.

—¡No es difícil! —me gritó con desafío.

Puso su mano izquierda en mi espalda, con la derecha cogió mi mano y metió su pierna entre las mías. Tragué con fuerza. La postura se la sabía. Sus ojos brillaron con astucia. «Tú lo has querido», pensé con mi sonrisa ladeada. Metí mi pierna entre las suyas y empecé a balancearme al ritmo de la música. Controlé su cintura con mi mano y la intenté guiar, pero ella estaba algo rígida.

—Déjate llevar. Si no me dejas guiar, nos acabaremos pisando.

La música estaba demasiado alta, pero pude ver el suspiro entre sus labios. La rendición. Asintió con levedad y me siguió el ritmo.

—Al siguiente compás, te giro.

Me separé de ella y la giré hacia un lado y el otro, enseguida la volví a acercar a mi cuerpo, con nuestras piernas entrelazadas. Empecé a sentir mucho calor.


✻ ✻ ✻ ✻

¡¿Quién se apunta a bailar la lambada?!

Dança sol e mar, guardarei no olhar (Baila sol y mar, lo mantendré en mis ojos)
O amor faz perder e encontrar (el amor te hace perder y encontrar)

Malditos veraneantes [COMPLETA]Where stories live. Discover now