" 𝑺𝒖𝒔 𝒐𝒋𝒐𝒔 "

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En la divinidad de su palacio custodiado por los más feroces guerreros y sus impenetrables murallas, sentado en su trono dorado en lo alto de aquellas escalinatas, el faraón Apophis III sumido en su noción, desde hace la muerte de su padre tiene negros pensamientos.

Su mandíbula descansaba sobre su mano apoyando el codo sobre el brazo del trono, su rostro contraído demostraba que estaba enfadado y confuso a la vez. El consejo y sacerdotes le exigía contraer matrimonio con su hermana Desiré lo antes posible para preservar el linaje y eso lo enfurecía, que aún siendo el faraón no pudiese tomar desiciones por si mismo.

Dos sirvientes a su costado le brindaban aura con aquellos abanicos, dos soldados igual a su costado velando por la seguridad de su soberano, a los pies de la escalinata en el flanco derecho plasmando en un pergamino todo lo que dictaba el faraón su escriba y del flanco izquierdo el funcionario.

Las doradas puertas de Osiris fueron abiertas irrumpiendo en la sala del trono el sumo sacerdote de Amón - Rá acompañado por sus seguidores.

Inmediatamente el rostro de descontento y malestar se fulguró en el rostro del faraón, cada vez que su presenciar irrumpía en palacio era para insistir en su compromiso con Desiré.

- Mi soberano....

Sus hipócritas palabras quedaron en el aire cuando la mano de Apophis fue levantada en vestigio de alto, enseguida se le fue entregado el cetro y látigo símbolo de su poder, cruzó sus brazos y fue, en aquel entonces con una mirada súbita dió la órden de hablar.

El sumo sacerdote con la molestia y enojo de aguantar a un malhumorado faraón, mostrando su sonrisa más cordial realizó una reverencia ante su soberano.

- Mi soberano el gran dios Amón a hablado - profirió - Egipto tendrá cosechas abundantes, el Nilo se desbordará brindándonos las más exóticas aves acuáticas cuando....- miró - Rá vislumbre en el Nilo y las esmeraldas destellan su fulgor con intensidad bajo la mirada de Isis.

El desconcierto de las personas que moraban la sala era notable procurando comprender las dicciones del sabio profeta de Amón - Rá. Los orbes negros de Apophis se posaron sobre el sacerdote esperando alguna otra novedad.

- Eso es todo mi soberano. - concluyó

La gruesa voz del faraón hizo eco en la gran sala erizando y alarmando a algunos presentes, siempre causaba el mismo efecto en sus sirvientes.

- Puedes retirarte.

Haciendo una última reverencia abandonó la sala, un sonoro suspiro escapó de los labios de Apophis en cuanto las puertas fueron cerradas, el sirviente de su costado retiró con sumo cuidado el cetro y látigo de sus manos llevándoselos en un dorado cojín hacia la recámara real.

El esbelto cuerpo de Apophis se elevó desde su trono descendiendo por las escalinatas, su mente estaba agobiada, tenía demasiado con el compromiso para ahora también tener que pensar en una profecía de los dioses.

Debía despejarse.

Chasquido se sus dedos estremeció a los sirvientes del salón, sabía lo que significaba eso, debían ir ante el llamado de su soberano.

Una disputa susurrada comenzó entre los sirvientes, ninguno quería ir y acabar con la cabeza cortada, así que con astucia empujaron al más jóven de ellos ante el peligro.

El chico temblaba cuando tuvo que detenerse e inclinarse ante su soberano, la diferencia de estatura era notable asustando al muchacho. La mirada de Apophis lo recorrió como un insecto, una plaga.

- Mi soberano - titubeó

- Prepara la carreta real....iremos de casería.

Neferet

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