Capítulo 9: Provocando al diablo

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Eitan

La tengo acorralada en el baño. Por más que intentó rehusarse, casi la arrastro, pero logré traerla hasta acá. No pude controlar la rabia que sentí cuando me pegó esa cachetada. Y su acción no la pasaré por alto.

Le tengo cada uno de mis brazos a cada lado de su cabeza, contra la pared, mientras la miro fijamente a los ojos y trato de controlar esto que me quema por dentro. Cada vez que pienso en cómo ese maldito la estaba manoseando me hierve la sangre.

—Escucha lo que voy a decirte, linda —mis ojos penetran los suyos—. Eso que hiciste hace un momento... ¡Nunca, pero nunca más lo vuelvas a hacer! —espeto con rabia.

Puedo sentir sus nervios, pero aun así, no deja de mirarme a los ojos.

—Lo haré tantas veces como sean necesarias, ¡te lo advierto! ¡No te tengo miedo! ¿Con qué derecho haces lo que estás haciendo?

Me habla sintiéndose segura, pero queda descubierta frente a mí. Su pecho brinca. Su corazón está a punto de salirse de él. Y estoy seguro de que si coloco mi mano podré sentirlo.

—¿Estás segura de no saber con qué derecho lo hago? —Mira mis labios—. Lo hago con el derecho que me da esto.

De inmediato llevo una mano en su pecho. Siento cómo su corazón tiembla. Sé que ese palpitar desenfrenado es por mí. Ese corazón está latiendo al compás del mío, aunque ella no lo quiera admitir.

Ninguno de los dos dice nada. Solo me mira con asombro. Aprovecho para dibujar sus labios rojos y puedo sentir el vaivén de su pecho. Cosa que confirma lo que ya estaba pensando.

En un santiamén la rabia que sentía me deja y se apodera de mí otro sentimiento. Ese que siento cada vez que estoy cerca de ella:

¡Deseo! ¡Deseo desmedido!

Sus labios me atraen de tal forma que los siento como una droga que me desborda y nubla todos mis sentidos. Definitivamente y, sin buscarlo, se han convertido en mi droga personal.

No me contengo más. Me dejo llevar por lo que siento y devoro sus labios. Los beso con desenfreno. Como nunca antes pensé besar a nadie. Con hambre pero al mismo tiempo con pasión.

Ella intenta alejarme, pero no se lo permito. La aprieto, la aprisiono con más fuerza contra la pared, mientras me dejo llevar por la dulzura de sus labios.

Así estamos. Por un momento siento que se deja llevar y disfruta al igual que yo. Pero cuando más emocionado estoy y todo en mí comienza a despertar, me muerde el labio inferior.

¡Maldita sea!

Muerde duro. El dolor me hace retroceder un poco y aprovecha para lanzar su rodilla a mi entrepierna. Solo puedo rabiar de dolor.

—¡Carajo! ¡Maldita sea, Eithan! —maldigo una y otra vez, en medio del dolor, mientras observo cómo abre la puerta y se larga, dejándome aquí, sujetando mis bolas para intentar mitigar este insoportable malestar.

Cuando el todo ha pasado y me siento aliviado, salgo del baño. Me voy a mi mesa y, ahí está ella. A cierta distancia de donde paso.

«¿Qué rayos hace Alexandre aquí? ¡Solo eso me faltaba!».

Pienso, al verlo hablando con ella. ¿Será que nos vio?

«No, imposible».

Me respondo a mí mismo.

Jamás entró al baño y si la vio salir, a mí no me vio. No hay nada de malo en ver a tu novia salir del baño de un club, ¿o sí?

Bueno, no es mi problema.

Aquellos labios rojos [Libro 1 de la serie posesivos]. Where stories live. Discover now