Capítulo 38: La bendición más hermosa, después del dolor

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Eithan

—Hombre, ¿cuándo piensas venir? Ya en la empresa se te extraña. Llevas unos cuantos días por allá.

—¿En la empresa? ¿Estás seguro? —sonrío—. Creo que más que en la empresa, alguien me extraña más de lo normal.

Es con Eric con quien hablo. Estamos al teléfono, ya que debía encargarle hacer algunas cosas que deben estar listas a mi regreso a París.

—No seas cabrón, Eithan. Hablo en serio. Ya nos estás haciendo falta. Sabes que con la creación de la sede el trabajo se triplica y no puedo estar pendiente de todo. Ya no es lo mismo de antes.

Se justifica con una excusa creíble. Estrategia de abogado, pero yo sé que es él quien me extraña. He estado por allá más días de los que acostumbraba estar y se está habituando a mi compañía. No es cierto que me necesite para mantener la sede. Él puede con eso y con mucho más, además, para eso tiene a su equipo de trabajo.

—Sí, claro, como no. Ya puedo imaginar por qué es que no te está alcanzando el tiempo para dirigir algo que normalmente harías con los ojos cerrados.

—No sabes nada. Solo especulas.

—Eric, hazme caso. No me vayas a meter en problemas con Adrianne o soy capaz de matarte con mis propias manos. ¡Me oyes bien!

Lo siento suspirar del otro lado. Está más que claro que algo se trae con Camile. Esa niña no sabe lo que está haciendo. Mi amigo es el cabrón más grande de todos nosotros. Muy sensato el abogado y hasta da buenos consejos, pero no es aplicable para él. Eric no se atará a la primera y, para cuando lo haga, esa rubia inocente habrá derramado lágrimas de sangre.

—Ya te dije que esa niña y yo no tenemos nada. Me gustan las mujeres más grandes. ¿Cómo voy a hacértelo entender?

—Inténtalo.

—Es que ya me tienes harto, Eithan. Es cierto que la chiquilla me atrae, como atraería a cualquier hombre porque es bella, pero eso es todo. Trataré de resistir. No soy hombre de estar enseñando a nadie. Me gustan las experimentadas y lo sabes.

—Bueno, tú sabrás —lo dejo por imposible. A mí no me engaña—. Te vas a meter en tremendo lío si la llegas a lastimar. ¿Ya sabes el apellido? Eres un hombre muy sagaz y sé que la pregunta está de más. Claro que ya la investigaste.

—Me conoces. Sabes que sí. Desde que la conocí en ese hospital lo investigué todo sobre ella y su familia. Sé que los Dubois tienen un imperio en este país.

—Y te van a dejar sin pelotas si la tocas —escucho un gruñido que me hace sonreír—. Conozco a la familia personalmente y son de armas tomar. ¿Acaso quieres quedarte sin pelotas, cabrón?

Suelto una carcajada al sentir lo tenso que está y, lo estoy disfrutando, porque tarde o temprano, le llegará su turno de andar más manso que un perro sato.

Si no le importara Camile, no hubiera investigado nada acerca de ella, así que lo mejor es que deje de hacerse el tonto.

—Bueno, ya estás advertido. Me encantaría estar allí para ver tu cara y tu reacción con lo que dije. ¿A que te agarraste las pelotas?

—¿Serás cabrón? ¿Estás disfrutando de hacerme sufrir?

—Bueno, bueno, está bien. No te estreses que como bien sabes, quien no la debe no la teme.

—No, si no estoy estresado. Pero me jode tener que meterme en problemas por una chiquilla.

—¿Cómo has dicho? —hasta que al fin confiesa—. ¿De qué estás hablando, Eric?

Aquellos labios rojos [Libro 1 de la serie posesivos]. Where stories live. Discover now