Capítulo 21: Miedos

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Adrianne

Aquí está, frente a mi puerta, el muy desgraciado. El causante de todas mis desgracias. El hombre, o mejor dicho, el animal que me arrebató el corazón, convirtiéndome en lo que soy.

Después de casi dos años lo veo y toda mi vida pasada pasa frente a mis ojos, como si de un filme de terror se tratara.

No ha cambiado nada, sigue siendo tan o más atractivo que antes, pero a mí lo único que me produce es asco. Eso y un odio indescriptible que se ha metido a lo más profundo de mis entrañas.

Antes, temblaba solo con escuchar su nombre, ¡pero eso acabó! Mis heridas aún no cierran totalmente y, aunque el pasado no se puede borrar, el mío quedó desde entonces detrás.

Así me prometí que sería y no voy a permitir que este lobo con piel de carnero actúe como una sombra en mi vida.

—Hola, bella —tan cínico. Como odio esa palabra viniendo de él—. ¿No me saludas? Mira que ha pasado mucho tiempo.

—¿Qué haces aquí, Pierre? ¿Por qué me buscas nuevamente?

—Tranquila, linda. Vengo en santa paz. Solo quería verte, hablar un poco contigo.

Escucharle decir eso, hace que venga a mi mente mi diablo y esa forma de decirme "mi linda".

«¿Tu diablo? ¿A ese no lo acabas de mandar al quinto infierno?»

—¿Cómo supiste dónde estaba y por qué vienes a buscarme aquí, desgraciado? ¿No te basta con lo que me hiciste? —espeto, dejando que la pose y el glamour que me caracteriza, literalmente caigan al suelo.

—Adrianne, cálmate. No vine buscándote a ti. Llegué hoy a este hotel y, de casualidad, estaban hablando de Adrianne Laurent en el lobby. Es imposible que estés en un lugar y en algún momento no haya alguien que hable de ti, Adrianne. Ese es el precio de la fama.

—Escucha bien lo que voy a decirte, Pierre. Tú eres la última persona a la que quiero ver. No sé lo que pretendes, pero te advierto que esta vez será diferente.

Le dejo claro lo desagradable que me resulta su presencia. Que si intenta algo voy a defenderme con uñas y dientes, pero solo recibo una mueca como respuesta.

—Si en el pasado no te denuncié, fue por temor a exponerme y a que un escándalo pudiera destruir mi carrera. Pero créeme cuando te digo que la Adrianne Laurent que conociste una vez, ya no está. Esa murió desde el instante en que me pusiste tus asquerosas manos encima, de la manera en que lo hiciste.

Escupo las palabras. Tengo bien presente que lo que está frente a mí no es un hombre, es un maldito animal.

—Solo quiero hablar, Adrianne. No te quitaré mucho tiempo.

—¡No! —me exalto—. Es que no entiendes que te detesto, que me das asco y que eres el ser más despreciable para mí.

Termino de hablar y trato de cerrar la puerta, pero me lo impide. Da un paso y me agarra por uno de mis brazos. Siento asco de su tacto. Todo de él me repugna. Tanto es así, que me provoca lavar con ácido esa parte de mi cuerpo.

«Mujer, tampoco hay que exagerar».

Estamos así, él asegurando su agarre, mientras yo trato de liberarme. Cuando se descuida, con mi mano libre, le pego una bofetada que le voltea el rostro.

Con la rabia y el odio que le tengo no me importaría para nada matarlo.

Continúo tratando de sacármelo de encima, pero el muy desgraciado tiene garras fuertes e intenta meterse a la fuerza conmigo a la habitación.

Aquellos labios rojos [Libro 1 de la serie posesivos]. Onde histórias criam vida. Descubra agora