Extra: Metamorfosis

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Alexandre

Es duro sentirse abatido como me siento y tener que admitir que eres el culpable. Sentir tantas cosas y al mismo tiempo ser consciente de que no puedes hacer nada, te deja con un sabor amargo en la garganta, imposible de quitar.

Sé que tendrá que pasar mucho tiempo para que esta sensación de amargura desaparezca. La frustración y todo lo que me ha dejado este día, perdurará por siempre en mi recuerdo, como el día en que perdí a la única mujer que he amado en toda mi vida.

La vi salir y sentí un total vacío en mi alma. Como si se hubiera llevado con ella todo lo bueno que había en mí. Dijo lo que tenía que decir y se largó sin mirar atrás. Me dejó aquí, sumido en el dolor y el arrepentimiento, pero quizás fue lo mejor.

Aún no me conformo con lo que hizo. Mandarme a seguir para tomarme esas fotos, para mí es algo tan repugnante como lo fue para ella descubrir esa verdad.

Fue la manera que encontró para terminar conmigo, lo sé. Nunca me amó y lo supe desde siempre. Hace mucho tiempo desistí de conquistar su corazón, sencillamente porque las rocas no pueden ser ablandadas, y el corazón de Adrianne es tan duro y frío como una de ellas.

Cuando la vi por primera vez, me dije que sería la mujer con la que compartiría hasta el último minuto de mis días. Me enamoró desde ese preciso instante y, aunque me habló con total claridad, creí con toda mi alma que lograría hacer florecer en ella el amor.

Las cosas pasan por un motivo y si esto pasó es porque tenía que pasar. Así estaba escrito en el destino. A ella la veré siempre como un hermoso recuerdo que pasó por mi vida de forma arrolladora.

Así es Adrianne, como un torbellino que arrasa con todo a su paso, y esta vez si supo arrasar con todo, tanto así que se llevó con ella mi corazón.

A partir de ahora no tendré prioridades en el amor. Me limitaré a vivir sin sentir, tal y como hace ella, así evito sufrimientos y malos ratos. Dentro de este pecho ya no queda más que un hueco vacío y oscuro para el amor, tal y como debió ser siempre.

Estoy sentado aquí, exactamente en el mismo lugar en el que me dejó. En una esquina de mi espaciosa cama. La misma en la que tantas veces le hice el amor, porque a ella nunca la follé, con ella todo era diferente.

Quiero quedarme un rato más en el apartamento, pero siento que necesito salir. No voy a quedarme aquí, lamentándome. Hoy iría al club con mi amigo y eso haré. Necesito sacar de alguna manera esta tensión que siento, y lo haré como siempre lo hago.

Me pongo de pie y me dirijo al baño. Ya me había duchado, pero siento que necesito hacerlo de nuevo, así que me deshago de la toalla que cubría mi parte inferior y me meto bajo la ducha.

Dejo que el agua caiga a lo largo de mi cuerpo. Me quedo así por un largo rato hasta que me siento más relajado.

Salgo del baño ya seco y me arreglo. Me coloco ropa desenfadada, pero al mismo tiempo elegante, y una vez listo, tomo el móvil y las llaves para salir del apartamento.

Todavía es temprano, por tanto, tomo mi auto y me voy a cenar a uno de los mejores restaurantes de París. Quería llamar a mi amigo, pero quedamos de vernos más tarde en el club.

Nuevamente, me toca cenar solo, como tantas veces.

Ahora recuerdo los momentos en los que invité a Adrianne y, de tantas, solo vino unas pocas conmigo. Al principio hacíamos muchas cosas juntos, pero al pasar el tiempo, con el auge de su carrera, yo pasé a un segundo plano en las prioridades de su vida.

Simplemente, para ella jamás fui una prioridad.

Desde este momento le pongo un alto a los pensamientos que no me harán bien, y me privo de recordar lo que no tiene vuelta atrás.

Aquellos labios rojos [Libro 1 de la serie posesivos]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora