Capítulo 1

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No tengo mucho tiempo, pero siento la imperante necesidad de, ya que se me ha dado la oportunidad, narrar aquí lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas (en base a mis estimaciones, pues no han sido unas horas al uso) en casa de los González Castillo, mi casa, la casa en la que solía vivir con la que solía ser mi familia.

Era el viernes trece de agosto de dos mil cuatro. Yo estaba, como siempre, en mi habitación, mirando respectivamente al techo y al horizonte a través de mi ventana en intervalos de unos tres minutos y medio, más o menos lo que duraba una canción de mi reproductor mp3. Había transcurrido cerca de una hora desde una cena poco corriente, con la presencia de mi hermana sorprendiéndonos a todos. No pasaba mucho por casa, prefería salir toda la noche de fiesta con sus amigos y el amanecer como único indicador de cuánto tiempo llevaba ausente.
La intensa luz que emitía la lámpara que colgaba del techo de mi cuarto e incidía directa en mi rostro había dejado de molestarme hacía mucho. Desde que comencé a ser consciente de los conceptos de oscuridad y luz, supe lo mucho que me aterraba uno y todo lo que me reconfortaba el otro.

No soporto la oscuridad.
   Una vez, un amigo mío me dijo que lo que me daba miedo no era la oscuridad en sí, sino lo que había en ella. Quizá estaba en lo cierto, pero sin luz no puedo ver lo que quiera que haya, y eso me hace vulnerable. Además, estoy segura de que lo que sea que la habita no es agradable o inofensivo. Sé que hay algo aunque nunca me haya topado con ello. Por eso la evito, porque prefiero no hacerlo. Pero cómo evitar lo inevitable.
   Si quiero que haya luz, debo aceptar la existencia de la oscuridad. Todo funciona así, en base a conceptos complementarios. No existe el amor sin el odio, la paz sin la guerra. Las cosas malas complementan a las buenas. Lo bueno y lo malo, lo malo dentro de lo bueno y lo bueno dentro de lo malo. La vida. Polos opuestos que se atraen y no podrían formar un todo sin estar juntos. A todos nos gustaría apartar el odio, la guerra y lo malo, pero no se puede, porque eso nos hace fuertes. El amor, la paz y las cosas buenas nos hacen felices; el odio, la guerra y las cosas malas nos curten, nos endurecen. El propósito último de las personas es alcanzar la felicidad, pero para eso es necesario ser fuerte, porque la mitad de la vida se compone de obstáculos y enemigos.
   En ese momento, la luz que acunaba mi cuarto se apagó.

𝑇𝑒𝑠𝑡𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑜 Where stories live. Discover now