Capítulo 3. Luz de luna y un falso empapelado

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La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas y ofrecía una claridad al cuarto que en otras ocasiones me habría reconfortado, pero que esta vez dotaba a la estancia de un matiz tétrico que dejaba volar mi imaginación hasta percibir la danza de un ser etéreo entre el juego de luces y sombras que se dibujaba. Me tapé hasta el cuello con la manta a pesar de estar en verano y cerré muy fuerte los ojos. Pasados unos minutos, reuní la calma y el valor suficientes para volver a echar un vistazo. El ritmo de mi corazón se aceleró sobremanera; toda la iluminación que me era proporcionada aquella madrugada estaba concentrada en un haz que atravesaba mi ventana en dirección a la pared opuesta, con mi cama en el punto medio. Parpadeé varias veces, froté mis ojos.
   Aquello no podía ser real.
   Tras el papel de la pared se marcaron unas líneas perfectas, que trazaban el diseño de una superficie enladrillada.
   Barajé la posibilidad de que aquello fuera un sueño. Había un reloj analógico encima del armario, frente a mí. Marcaba las tres y treintaidós. No sé dónde leí que si dudas entre estar soñando o despierto, debes buscar un reloj y ver si funciona; si lo hace, estás despierto, pero si no, estás dentro de un sueño. Aquel reloj funcionaba. Aunque no recordaba haberlo visto ahí. Ni en ningún otro sitio de la casa.
   Acabé levantándome con la intención de examinar aquella parte del empapelado. Pasé una mano por encima de la zona iluminada y la otra por la que estaba en penumbra. No tenían la misma textura. Si al final eran imaginaciones mías, mis padres me matarían por destrozar mi habitación el primer día, pero si era un sueño o demostraba que ahí había algo, quizá me libraría. Arranqué el papel hasta que quedó al descubierto el marco de una puerta.

   No sé qué escondía detrás. Como suponía, la entrada estaba tapiada con ladrillos.

𝑇𝑒𝑠𝑡𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑜 Where stories live. Discover now