Capítulo 4. Una bañera y un nombre

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No tuve que esperar demasiado para desentrañar aquel misterio, pero lo que yo esperaba que fuera una entrada a otra dimensión o un cuarto con los documentos más antiguos del mundo que me permitieran conocer todos los secretos ocultos a lo largo de los tiempos resultó ser un baño. Contaba con un lavabo bajo un espejo con detalles en oro, un inodoro y un bidet. Al fondo, equidistante de las tres paredes, una bañera blanca.
    —¡Fíjate, no querías trasladarte aquí y ahora tienes baño propio! —exclamó mi padre, las verdaderas manos detrás de aquel descubrimiento.
   —No es justo, yo también quiero un baño para mí.
   —Guillermo —dije con el semblante más serio que pude—, has estado molestándome hasta que te he dado lo que querías, así que ahora te aguantas.
   Se marchó y lo agradecí, porque mis ganas de rodearle el cuello con mis manos y apretar hasta que se callase no se hacían sino más fuertes cada vez que abría la boca.
   Entretanto, mis padres ya habían comprobado si aquel baño estaba en condiciones para utilizarlo sin que fuera necesaria ninguna reforma. Para mi sorpresa, me dieron vía libre.
   —Es extraño que en una casa tan antigua una habitación que haya dejado de atenderse hace tanto esté en tan buenas condiciones y no haya acumulado casi suciedad, ¿no crees, cariño?
   Mi madre parecía preocupada.
   —Demasiado extraño diría yo —susurró.
   Al ver que me había contagiado parte de su inquietud, forzó una sonrisa en su rostro, posó una mano sobre mi cabeza y me alborotó el pelo.
   —No veas la suerte que has tenido. Disfruta de tu baño, esto es algo que desde luego no se presencia todos los días en el negocio inmobiliario.
   —Ni en el de albañilería —añadió mi padre.

Esa misma tarde, me dispuse a hacer uso del objeto más codiciado para mí en aquel nuevo hallazgo: la bañera. El sol anunciaba su inminente paso a las horas de luna cuando el nivel y la temperatura del agua estuvieron en su punto óptimo. Deslicé mi cuerpo desnudo por la resbaladiza superficie hasta que quedó, a excepción de la cabeza, totalmente sumergido. Estuve así unos quince minutos, relajada, pensando en nada, inspirando por la nariz y exhalando por la boca.
   Hasta que decidí meter la cabeza por completo.
   Ahí fue cuando la perdí.
    —Laylah… ¡Laylah!
   Me incorporé lo más rápido que pude con el corazón yéndome a mil. Aquel nombre había acudido a mis oídos como un murmullo lejano al principio, pero como un grito que parecía haber perforado mi tímpano en una segunda ocasión.
   Juraría haber escuchado la voz de un hombre llamando el nombre de Laia, o uno parecido. La primera vez en un tono que denotaba cariño y aprecio, tornándose en otro que desprendía ira, resentimiento e incluso algo de miedo. Como el que recorría todo mi cuerpo en ese instante. Salí de inmediato del baño, pero no pude cerrar la puerta. No había. Mi padre no disponía de demasiado tiempo para encargarse de cosas que no estuvieran en su agenda con semanas de anticipo, así que esa noche tuve que dormir de nuevo acompañada por la luz de la luna, que seguía llena y alumbraba exactamente el mismo lugar que hacía varias noches, cuando también parecía estar en el punto más alto de su fulgor. La luna era llena la noche que descubrí el tapiado y noventa y seis horas después no parecía haber cambiado en absoluto.

𝑇𝑒𝑠𝑡𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑜 Where stories live. Discover now