Capítulo 1. El caserón

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Tres peldaños daban la bienvenida al porche. Una puerta de madera, blanca en su origen, enmarcaba la entrada al interior de aquel viejo caserón: un sótano sin ningún revestimiento en las paredes y una planta principal y segundo piso de un débil tono granate. El mobiliario, en su gran mayoría de caoba, así como los numerosos cuadros, espejos y fotografías colgados en las diversas estancias propiciaban un ambiente ostentoso. Si retrocedía en mis pasos, regresaba al exterior, donde la fachada se presentaba de un azul claro que se había convertido en gris con el paso de los años; dos pequeños torreones situados a los flancos coronaban la construcción. Pese a todo, era muy luminosa y se le podía sacar mucho potencial con una buena mano de pintura y muebles nuevos. Era la típica casa que aparecía en las películas de terror americanas, pero no esperaba encontrarla en el norte de España.
   Tras haberla inspeccionado de arriba abajo junto a mis padres, mi hermano y no nos precipitamos escaleras arriba para acaparar la habitación que a cada uno le había parecido mejor para sí. Como de costumbre, ambos pujábamos por el dormitorio más amplio y en mejores condiciones. Pasados varios minutos de discusión, conseguí que pasara a ser de mi propiedad bajo el alegato de "yo soy mayor que tú, así que necesito más espacio", así que Guillermo, cabizbajo y enfurruñado, tomó rumbo hacia el que había quedado relegado a segunda opción.
   Las protestas continuaron tras la cena y el desayuno del día siguiente.
   —¿Por qué eres tan pesado, Guillermo?
   Me gané una advertencia de mi madre por usar un "tono inadecuado" para dirigirme a mi hermano.
   —Es que tu habitación está más cerca del baño, no tiene un armario que da miedo y...
   —¿Y? —pregunté, tratando de evitar que la escasa paciencia que me quedaba con él se acabara.
   —Y no es rosa —susurró.
   —¡Venga ya! ¿Es en serio? Eres un inmaduro.
   —Guillermo —la voz de mi madre nos hizo callar a ambos—. Lo siento pero en eso último tengo que darle la razón a tu hermana. Los colores no son de chicos ni de chicas, son colores y punto. ¿Entendido?
   Él asintió y fijó su mirada en lo que restaba de Chocapic en su tazón. Solo había desviado su atención unos minutos, pero la leche ya lo había convertido en el escenario de una masacre de cereal.
   —Sin embargo, María, en lo demás concuerdo con tu hermano. Sabes que lo pasa muy mal durmiendo solo y en cuanto haya algo en la habitación que le dé un mínimo de miedo se hará pis en la cama.
   Mis ojos prendieron en ira.
   —¡Tienes trece años! ¿No crees que deberías superarlo ya? Me parece ridículo. Me pareces ridículo.
Los de mi madre también.
   —María. Basta. Él no te ha insultado a ti en ningún momento. Así que para. Esto es lo que vamos a hacer: os vais a cambiar las habitaciones. Y como sé que tienes objeciones al respecto te diré dónde está el buzón de quejas y reclamaciones: en el pueblo, en la oficina de tu padre. Si tienes que decir algo al respecto es allí adonde debes ir. Y no intentes hacer el papeleo por mensaje, aunque tampoco ibas a poder porque lo que queda de mes lo vas a pasar sin móvil.
   —¡Y encima me castigarás a mí!
   —Exactamente, por la poca empatía que tienes con tu hermano aun sabiendo cómo lo ha pasado estos últimos meses.
   Guillermo me hizo una mueca desde el otro lado de la mesa, burlón y orgulloso, regocijándose en su victoria.
   —Y tú, Guillermo, dado que has estado tan insistente y has hecho que tu hermana tenga que volver a mover sus cosas, estarás encantado de hacer esa tarea por ella, ¿no es así?
   Mi madre era cruel, pero justa.
   —Sí mamá.

𝑇𝑒𝑠𝑡𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑜 Where stories live. Discover now