Capítulo 2. Cuatro paredes nuevas y un armario

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A las cinco en punto de esa misma tarde, cuando lo habitual en él era estar tumbado jugando videojuegos o haciendo cualquier actividad que no requiriera mucho esfuerzo -mental o físico- por su parte, mi hermano me sorprendió al estar no solo en la misma habitación que constituía su lugar de trabajo, sino también habiendo empezado a faenar. Levantaba y depositaba mis cajas en pilas de dos o tres, basándose en el contenido, para acto seguido volver a cargarlas en sus finos brazos y llevarlas hasta su nuevo emplazamiento, ese otro cuarto situado a menos de dos metros avanzando hacia el final del pasillo.
   Era la segunda vez que me cambiaba de habitación en veinticuatro horas, ambas en contra de mi voluntad, así que mi humor no era el ideal para acompañar a la situación. Me apoyé con sutileza en el marco de mi -por segunda vez- nueva puerta y aclaré mi garganta para lanzarle una primera pulla a mi hermano y que éste la escuchara alta y concisa.
   —Cuidado Hulk, no sea que te disloques el hombro con esas cajas llenas de pesadas almohadas y peluches.
   —¡María!
   Ya estaba usando el tono de “estoy a punto de llorar”. Lo normal es que lo empleara a partir de la tercera o cuarta frase que lanzara contra él. Supongo que hoy sí apuntaría un tanto a mi favor.
   —¿Qué te has traído a esta casa, piedras?
   Esta vez sí tenía que reconocerle un esfuerzo.
   —Se llaman libros, Guillermo. Se abren y dentro tienen páginas con palabras que se leen y cuentan una historia…
   Llevaba dos cajas a la vez. Podía ver sus músculos tensos, sus finas venas marcadas, su cara de sufrimiento perlada en sudor. Lo estaba pasando mal.

   Lo estaba pasando bien. Hacía mucho que no veía al marqués de mi hermano pequeño hacer algo así por mí. Una vez terminó de llevar la increíble cantidad de diez cajas a mi cuarto y hacer lo propio con las suyas, lo liberé de su trabajo y me quedé a solas entre esas nuevas cuatro paredes. Ni siquiera diría que eran rosas, casi las confundí con un beis o blanco apagado, pero al fijarme bien su tonalidad concluí que se asemejaba más a un rosa palo. Estaba empapelada en un diseño con motivos naturales, fresco y discreto. Recordé las palabras de mi hermano sobre aquella estancia —“Es que tu habitación está más cerca del baño, no tiene un armario que da miedo y… y no es rosa...”—, me dirigí hacia el aparador y cerré mi mano en torno al pomo. Era común y corriente, también de caoba, pero lucía unas extrañas tallas que representaban los cuatro elementos.
   <<La verdad, después de mirarlo bien en su conjunto, sí transmite una sensación extraña.>>
   Una sensación que se acrecentó al caer la noche.

𝑇𝑒𝑠𝑡𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑜 Where stories live. Discover now