Capítulo 8

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Al terminar, Alicia había soltado en total tres gemidos de dolor, aunque leves, y pequeños ríos de sangre se deslizaban con una ligereza penetrante sobre la blancura de la tela.
   —Lista. ¿Ves qué guapa?
   Ambas se levantaron. Una comenzó a recoger los utensilios de costura con parsimonia y la otra se dirigió a su cuarto, no sin antes propinarme un sobresalto al notar sus pisadas sobre mí antes de que yo pudiera siquiera asimilar que se retiraba del salón.
   —¿Quieres que te borde algo a ti también? No estaría nada mal coserte los párpados, así aprenderías a no mirar donde no se debe.
   Desistí en mi esfuerzo por mantener sujeta la reja y salí. Apenas unos metros me separaban de mi madre.
   —¿O prefieres botones, como en esa película que tanto miedo te daba de pequeña?
   De mí no recibió más aportación que el silencio.
   —¿La recuerdas? Esa en la que aquella niña cruzaba un túnel a otra realidad y tenía otra madre y otro padre.
   Más silencio.
   —Y al principio era todo estupendo y como la niña quería, pero luego resultó que la madre era un monstruo horrible que quería coserle botones en los ojos. No me digas que no te acuerdas, estuviste semanas durmiendo con la luz encendida toda la noche.
   El tono tan parecido al de mi madre cuando bromeaba y que ahora estaba empleando para decir aquellas palabras hicieron que un escalofrío recorriera mi espalda.
   —¿Vas a hacerme algo? —pregunté con la escasa fuerza que le quedaba a mi voz.
   Ahora, el reloj marcaba las ocho y media de la tarde.
   —Voy a darte la oportunidad de escapar, porque al contrario que aquella niña, tú has vivido una auténtica pesadilla desde el momento en que pusiste un pie en esta casa tuya. Y sé lo que por lo menos deberías estar pensando, ¿acaso sabes cómo has hecho para llegar hasta aquí?
   Mis ojos se abrieron como platos. Claro. Quiero salir, pero no sé cómo.
Creí que escapando de la casa escaparía de la pesadilla, pero aún no puedo saberlo.
   Hice memoria. La última vez que mi familia actuó con normalidad, la última vez que sentí su gesto cálido sobre mi mejilla fue...
   —Antes del apagón —dije de pronto.
   —¿Cómo?
   —La última vez que todo estaba como de costumbre fue antes del apagón.
   Me mostró sus dientes afilados en un esbozo de sonrisa.
   —La oscuridad me trajo aquí.
   Asintió.
   —¿Y la oscuridad me llevará de vuelta?
   —Te propongo un juego. Sí, juguemos al escondite, como solíamos hacer. Tienes hasta que pase este hilo por el ojo de la aguja -dijo alzando ambos objetos en la mano derecha-, entonces iré a por ti. A veces puedo estar un cuarto de hora, cuando el condenado no quiere pasar, a veces desisto y otras lo consigo a la primera. Así que harías bien en correr lo más rápido y lejos que puedas. Si consigo darte caza antes de que vuelva a sonar la campana de la iglesia, habrás perdido, pero si logras escapar, serás libre.
   >>Ahora huye, niña, o lo último que sentirás será la hebra rozando tus párpados con violencia y vivirás eternamente anclada a la oscuridad que tanto te ha atormentado durante tu estancia.
   >>Ah, sí. Y no te fíes de los desconocidos.
   Había salido corriendo, así que aquella última frase no llegó a mí más que como un susurro lejano.

𝑇𝑒𝑠𝑡𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑜 Where stories live. Discover now