Capítulo 5

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Para mi sorpresa, la encontré sentada en el suelo del comedor, de cara a la pared. Di unos pasos hacia ella hasta estar tan cerca como necesitaba. Esta vez, no dudé ni un segundo. Estaba decidida a acabar con esta pesadilla.
   —Tú la llevas.
   Y valiéndome del arma que había improvisado, hice que su sangre brotara de un profundo corte que dividía la parte superior de su espalda.
   Esperé ansiosa sus quejidos y su retirada, pero su piel comenzó a expulsar una especie de vapor donde le había atestado el golpe, el cual no solo dejó de sangrar, sino que cicatrizó al instante. Cuando cesó su técnica curativa, su espalda estaba como nueva. Giró su cabeza y su gélida mirada se posó en la mía, al borde de la locura. Mis piernas fallaron y caí de rodillas al suelo.
   —Corre —me dijo.
   —No puedo —respondí en un susurro.
   —Corre —repitió.
   En lugar de eso, hice lo único que mi cuerpo me permitió: arrastrarme; arrastrarme como una serpiente malherida. Mis codos rozaron con la áspera madera peldaño tras peldaño cuando trataba de alcanzar la cima de las escaleras mientras mi mente rezaba por el éxito de su más reciente idea.
   Por fin alcancé mi destino y miré hacia abajo por encima del hombro. Allí estaba ella, al pie de las escaleras, con un gesto en su rostro que mostraba su decisión de darme caza. Algo aterrador sin duda, pero tal y como yo quería. Aprovechando la inercia que alcanzó al subir de forma tan agresiva, pude colocarme boca arriba, flexionar bien mis rodillas y apoyar mis pies en su regazo para luego enviarla de nuevo al piso de abajo cuando trató de abalanzarse sobre mí.
   Tardó unos diez segundos en reincorporarse y no se dejó un hueso sin hacer sonar. Por segunda vez, ascendía por los peldaños, ahora completamente erguida y tomándose su tiempo. Yo, por mi parte, podría decirse que me había rendido a una eternidad en ese macabro juego; sin embargo, cuando llegó a mi lado, continuó su camino.
   Al llegar a la puerta de su habitación, pronunció la ansiada declaración que permitió relajarse de nuevo a todos los músculos de mi cuerpo:
   —Ya no quiero jugar a esto.
   Y cerró de un portazo.

𝑇𝑒𝑠𝑡𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑜 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora