Capítulo 11. Una charla frente a frente y siete condenas

31 3 0
                                    

Antes de precipitarme escaleras abajo, entreabrí la puerta de la habitación de mi hermano para comprobar que seguía descansando. Y respirando.
   Al llegar a la planta baja, mi madre estaba sentada en el sofá, con la espalda erguida, la mano derecha sobre la izquierda apoyadas en su regazo y la vista clavada al frente como si quisiera adivinar qué había tras la pared. Miraba, pero no veía.
   —Mamá, ¿estás bien?
   Después de cinco minutos tratando de hacerla reaccionar desistí en mi tarea y me encaminé hacia la cocina.    En la pared derecha descansaba la entrada a un sueño imposible, pero cierto: en el corazón de la negrura me aguardaba Laylah con las respuestas que tanto ansiaba tener. Había visto mucho, pero sentía que me faltaba una parte esencial que ensamblara aquel rompecabezas. Eché un último vistazo en derredor, ese no era mi hogar. Sería en todo caso un piso sobre otro que me han dado cobijo durante unas semanas pero que no han supuesto un verdadero refugio.
   Cuando devolví mi atención a la puerta, había surgido una mano de la oscuridad. Una mano que asomaba y se me tendía sinuosa, apremiándome para entrar a su mundo. Una vez me aproximé lo suficiente, se aferró a mi antebrazo y tiró de mi hacia las entrañas de lo oculto.
   No veía nada y estaba comenzando a agobiarme. Había sentido cómo alguien tiraba de mí para más tarde depositarme con brusquedad en el suelo. Tres candelabros se encendieron; entre el juego de luces y sombras pude discernir un contorno femenino envuelto en terciopelo oscuro, una larga cabellera negra y dos pequeños zafiros con un brillo propio hipnotizante.
   La silueta se acercó, siendo entonces cuando advertí un círculo de flores a mi alrededor que ella parecía no querer traspasar. Alzó un candil prendido en su mano derecha, situándolo cerca de su rostro. Aquella chica tenía una belleza propia, exótica e inigualable, más inspiradora aún que en mis recuerdos.
   —Laylah.
   Ella sonrió. Sus perlas blancas perfectamente alineadas me hicieron sentir reconfortada. Su cabello negro me protegía y sus ojos me daban vida.   
   —María, no tenemos demasiado tiempo. Es hora de contarte qué haces aquí.
   Escuché sonidos de pisadas muy leves. Antes de darme cuenta, me vi rodeada por otras tres figuras encapuchadas. Retrocedí arrastrándome por el suelo hasta hacer contacto con el límite del círculo; no pude pasar de ahí, era como si hubieran colocado una campana invisible sobre mí.
   Las otras tres desconocidas depositaron ocho velas en el suelo y se retiraron al tiempo las ropas que las cubrían. Eran de mi edad, pero como si el tiempo hubiera pasado por sus almas, deteriorando también los cuerpos: sus rostros estaban demacrados, grandes bolsas reposaban bajo sus ojos, que habían perdido todo el brillo. Sus extremidades eran delgadas, sus labios agrietados y sus pieles grisáceas. Todas portaban raídos vestidos de tela blanca, coronando su aspecto fantasmal.
   —María, no te asustes —intervino Laylah al adivinar el terror en mis ojos—. Ellas son Katia, Jimena e Inés. Como tú, ellas vivían en esta casa. También establecieron un vínculo conmigo mediante el agua y los sueños y también acabaron aquí, al final del camino, igual que tú. Todas estáis aquí por la misma razón, sin embargo ellas no han podido resistir lo que venía después. Espero que en tu caso sea distinto.
   —¿Qué va a pasarme ahora?
   Sentía cómo mi voz quedaba prisionera entre los pétalos.
   —Todo a su tiempo. Primero he de decirte la razón por la que las chicas como tú y como yo acabamos aquí.
   >>Como bien has podido ver, provoqué un incendio que acabó con la vida de mi carcelero y hechicé esta casa. Pero no es un encantamiento como los que acostumbráis a ver, yo necesito dos elementos: un hombre cruel y tirano y un espíritu joven y rebelde.
   —¿Cómo que un hombre cruel? ¿Te refieres a uno como tu marido? Si es así el único hombre de esta casa es mi padre, y él nunca...
   —¿Tú crees?
   —Estoy convencida de ello —afirmé con fuerza.
   Laylah me miraba como si fuera un cordero herido; yo a ella desafiante y provocadora.
   —No hay mayor ciego que el que no quiere ver.
   —No te atrevas a hablar así de mi padre.
   —Tu padre, María, lleva doblegando a tu madre desde hace años. Sin embargo y a diferencia de los casos que me he encontrado con anterioridad —dijo rodando los ojos en dirección a las otras tres chicas—. Él no es un completo inútil. Es inteligente, escurridizo y manipulador. Sabe qué hacer, cómo hacerlo, cuando debe y dónde no para que solo su mujer sea consciente de lo que ocurre. Sin embargo, era evidente que no contaba con una bruja con sed de venganza.
   Estaba congelada. Mi mente había colapsado. Ya no sabía qué era real y qué no.
   —Si eso es cierto, ¿por qué mi padre aceptó mudarse aquí?
   —Es una casa antigua en medio de ninguna parte, lo suficientemente aislada del núcleo de población más cercano, a buen precio y con aire fresco para respirar después de torturar a tu esposa. Es una tarea cansada.
   —Me quiero ir.
   —No puedes.
   Señaló con su dedo índice en dirección a la entrada al sótano. Las escaleras habían desaparecido y la pared estaba tapiada.
   —¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Me vas a dejar igual que a ellas?
   —Con suerte, no. Mi objetivo es convertirte en una bruja para que me ayudes a mantener esta casa maldita, que siga siendo una vía de escape para mujeres como tu madre. Primero, necesitas entrenamiento, pero las condiciones no son óptimas y es probable que acabes como tus hermanas. Aquí no existe la brisa fresca, el olor a hierba o la luz solar, solo la oscuridad, el polvo y la brujería. De vez en cuando el fuego, pero eso es lo primero que verás.
   —¿Vas a volver a quemarla? Mi madre y mi hermano están dentro.
   —Tu padre llegará de trabajar en breve, entonces arderá. Tu madre está en trance y tu hermano en coma, ambos llegarán al hospital. Tu madre despertará y no recordará nada de su vida, ni siquiera a ti. Será un nuevo comienzo para ella, el que merece. Lo de tu hermano se lo dejaremos al destino.
   —Mi hermano es inocente.
   —Lo sé, pero casi interfiere en nuestros planes y es un elemento que no era necesario aquí, así que no puedo hacer más por él.
   Guardé silencio unos instantes. Una vez hube asimilado nuestros desenlaces, pregunté:
   —¿Tendré que quedarme aquí hasta que muera?
    La respuesta que me dio Laylah me rompió el alma.
   —No morirás. Siempre habrá hombres violentos y mujeres maltratadas. Es un ciclo que no acabará jamás, y mientras eso no cambie se nos necesita aquí. Ahora silencio. Tu padre acaba de llegar.
   Lo escuché en el piso de arriba, tratando de despertar a mi madre tal y como yo hacía apenas unos minutos antes.
   Laylah elevó las palmas de las manos, como en el sueño, acompañada esta vez por Katia, Jimena e Inés. Sentí cómo una chispa nacía y comenzaba a recorrer el piso.
   El resto fue a cámara lenta. Pasaron por delante de mis ojos las imágenes que siempre estuvieron ahí, detrás de la pared.
   Mi padre pegando a mi madre.
   Mi padre gritando a mi madre.
   Mi padre obligando a mi madre a hacer cosas que ella no quería.
   Mi padre no siendo humano.
   Mi padre dando miedo.
   Vi a mi madre y a mi hermano desapareciendo y a mi padre enloquecido, tratando vanamente de escapar.
   Yo lloraba. Mis lágrimas también quemaban.

𝑇𝑒𝑠𝑡𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑜 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora