Capítulo 4

509 67 5
                                    

Hacía mucho tiempo que no subía las escaleras tan atropelladamente. Cuando llevaba la mitad del pasillo recorrido, escuché de nuevo el estruendo que dos brazos y dos piernas hacían sobre el suelo.
   —Mierda —maldije.
   ¿De verdad había sido tan estúpida de huir de mi hermana zombi por un pasillo sin salida?
   El baño, la única habitación con pestillo de la planta de arriba, se me antojó de pronto como la mejor opción.
   Cuando me hallé de nuevo en la oscura soledad, pude apreciar más que nunca su negrura. No tardó en desvanecerse con unos violentos zarpazos en la puerta, pareciera que se le había olvidado algo tan humano como probar a girar el pomo.
Como si un cuervo mensajero le hubiera transmitido mi pensamiento, arremetió con fiereza contra el picaporte; podía sentir cómo se hacía pedazos bajo la escasa piel que cubría sus manos.
   Casi como algo irremediable y aun sabiendo que era una pésima opción, me metí en la bañera y corrí la cortina hasta la mitad, pero su silueta se percibía a la perfección a través de mi escondite, incluso con la tela de la cortina delante de mí, como si emitiera algún tipo de resplandor negruzco que resaltara su contorno.
Me obligué a mantener la cabeza fría y pensar como una persona racional. Por primera vez en toda la noche llegó a mi alma atormentada un primer rayo de luz: Esto no podía ser real. Sencillamente imposible. Debía de haberme quedado dormida y no estaba más que viviendo un mal sueño. Cualquier otra opción quedaba descartada.
   Sin embargo la madera que crujía bajo sus pies hizo desaparecer la lucidez de mi mente. El miedo expulsó de inmediato a la calidez que había reinado hasta entonces y se aferró al fondo de mi corazón en su expresión más fría y afilada. Era imposible no sentir aquello ante la imagen que se percibía entre los destellos que emitían mis ojos y la tétrica lumbre que desprendían los suyos. Apreté los párpados con fuerza mientras sentía su presencia cerniéndose sobre mí.    Uno de sus helados dedos atravesó la cortina y tocó mi frente.
   —Tú la llevas.
   Comencé a llorar.
   Si eso era un sueño, quería despertarme.
   Porque reparé en que ese juego podría durar eternamente.
   Tardé unos diez minutos en tranquilizarme y recuperar la compostura. Respiré hondo un par de veces y me puse de pie dispuesta a abandonar la bañera, bien podría haberla llenado con mis lágrimas si me hubiera quedado ahí. Una serie de imágenes, como si fueran un antiguo metraje de cuando eras niña que te encuentras dentro de una polvorienta caja en un desván, acudieron de nuevo a mi mente, recordando cómo Alicia y yo nos divertíamos con este mismo juego de manera incansable hasta que yo me aburría, se me ocurría algo más interesante que hacer o ella salía malparada de alguna manera. Dada la situación en la que me encontraba, las dos primeras opciones quedaban descartadas, por lo que no quedaba más remedio que establecer contacto directo con aquel monstruo y herirle de alguna manera. Si conserva la sensibilidad de mi hermana, no supondrá un problema demasiado grande, pero si a su aspecto terrorífico lo acompaña una resistencia terrorífica, me temo que lo mejor que puede pasarme es que alguien encuentre mi cadáver y escriba en mi lápida: Claudia González, murió por abusar del "tú la llevas".
   Mi repentino acceso de humor me arrancó una sonrisa que volvió a tornarse en una rígida línea recta cuando mi cerebro recordó a mis labios lo que nos quedaba por hacer. Salí de mi escondite. Primero un pie. Después el otro. Con cautela. Inspiré de nuevo. Comencé a caminar despacio, con mis ojos posados en el destrozo que era ahora la puerta. Reparé en una astilla de madera lo suficientemente gruesa como para propinar un rasguño profundo o inutilizar un ojo, según se dieran las circunstancias.
   Lo arranqué tratando de hacer el menor ruido posible y me encaminé de nuevo en mi búsqueda.

𝑇𝑒𝑠𝑡𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑜 Where stories live. Discover now