Capítulo 10. El ahogado

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Esta vez, me levanté enfadada. Mi cuerpo estaba al borde del colapso. No sabía cuánto tiempo había pasado sin salir de mi habitación, nadie había venido a buscarme y no había recibido ni un solo mensaje de texto.      De pronto, escuché como un leve susurro el correr del agua. 
   <<Esa no es mi bañera.>>
   Antes de que me diera cuenta, estaba en el pasillo. En el pasillo, al otro lado del umbral de mi puerta, y me dirigía al cuarto situado al fondo a la derecha.
   Era otro baño.
   Otra bañera.
   El espejo que reposaba sobre el lavabo estaba roto, el suelo agrietado, una tinta negra trazaba extraños símbolos en los azulejos de las paredes; las cortinas estaban rasgadas, el agua rebosaba de la tina con mi hermano dentro, completamente sumergido, y las manos de aquella bruja rodeaban su cuello asegurándose de que no pudiera salir. Guillermo no se movía.
   —Aléjate.
   Yo tampoco podía avanzar un paso más.
   Ella solo sonreía, mostrando unos dientes afilados. Sus ojos habían cambiado desde la última vez que la vi. Ahora eran completamente verdes, a excepción de la pupila, de una honda negrura y forma ovalada. Sus manos eran garras y su cuello se había alargado. Era una imagen digna de cualquier pesadilla.
   —Aléjate.
   —Tú también.
   Su voz sonaba como si la hubiera tomado de una serpiente.
   —Me alejaré de quien sea. Pero suelta a mi hermano.
   —Eso espero. Tienes veinticuatro horas.
   Y se desvaneció.
   Por fin fui capaz de avanzar. Me precipité sobre Guillermo, sacándolo del agua. No abría los ojos, pero respiraba. Estaba vivo. Lo envolví en mantas y lo acosté en la cama de su habitación.
    Cuando volví a pasar por delante del baño, es como si nada de aquello hubiera pasado. Todo volvía a estar como antes.
   <<Necesito hablar con Laylah.>>
   Abrí mi armario y, adherida a la pared, ya completa, estaba su carta.

𝑇𝑒𝑠𝑡𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑜 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora