━❝𝗖𝗜𝗡𝗖𝗨𝗘𝗡𝗧𝗔 𝗥𝗔𝗭𝗢𝗡𝗘𝗦 𝗣𝗔𝗥𝗔 𝗔𝗠𝗔𝗥❞ ፧ 𝗞𝗘𝗜𝗚𝗢 𝗧𝗔𝗞𝗔𝗠𝗜

✐┊Razón N°17.

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☁️Fuese muy pícaro. ☁️
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Luego de un paseo por las calles de la ciudad, Keigo observó una heladería cercana en donde ambos transitaban. Notabas un brillo peculiar en sus ojos  al preguntarte si deseabas un helado, a lo cual, afirmabas con tu cabeza. Keigo entrelazó fuertemente tu mano para caminar hacia el otro lado de la calle, no deseaba que tropezaras accidentalmente y por ello cayeras al suelo. Siempre estaba pendiente de cada paso a dar junto a ti.

Al haber permanecido a una poca distancia de la heladería, visualizaba detenidamente cada sabor que se encontraba del otro lado de la vitrina.

—Preciosa, ¿quieres que pida tu helado favorito?—Preguntaba con una grata sonrisa.

Respondías de manera ligera y con suavidad ante su pregunta, él conocía tus gustos y disgustos de manera perfecta. Siempre ha sido atento a cada cosa que te hace feliz y te interesa, ya que es algo muy importante saber todo ello para él.

Luego de haber pedido lo que ambos deseaban, te entregaba con cuidado tu helado para que no te derramara nada en tu vestimenta. Ambos tomaron asiento que rodeaba la heladería para pasar el momento. Simplemente eran ustedes dos en un mundo muy grande.

—Pajarito...—Susurraba para ambos.—Tienes un poco de helado ahí.—Bufó mientras señalaba tus labios.

—¡¿Dónde?!—Cuestionabas sin encontrar el lugar exacto que mencionaba.

—Espera, yo me encargo—.

Keigo apoyó el antebrazo en el centro de la mesa, para así, inclinarse y dejarse llevar hacia tu posición. Sólo visualizabas como el rostro de Keigo cortaba los pocos centímetros que tenían de extremo a extremo, hasta sentir como su lengua tocaba con lujuria la comisura de tu labio en un vaivén.

—El helado sabe mejor en ti.—Expresó con picaresca.

Tus pómulos se teñían de carmín al notar como nuevamente se lanzaba a ti, con la diferencia que en esta ocasión, su meta era sentir por completo tus labios hasta hacer pequeñas mordidas.

—Hasta tu lengua tiene el sabor del helado que pediste.—Sonreía de extremo a extremo.—¿Quieres probar el mío?—.

Sin dejarte emitir una palabra, suspiro o movimiento. Tomó un poco de su helado entre sus labios y lengua, para así, volver a juntarlos entre los tuyos. Provocando que hubiese un toque de lujuria pero a la vez de dulzura, tal vez era por el ambiente que él mismo estaba creando, o por lo dulce que era el sabor del helado.

—¿Y bien? El helado que pedí sabe mejor que el tuyo, ¿verdad?—.