Prólogo

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Louis sintió como unas ásperas manos agarraron sus brazos con fuerza, consiguiendo hacerle daño

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Louis sintió como unas ásperas manos agarraron sus brazos con fuerza, consiguiendo hacerle daño. Sus pies se arrastraban por suelo mientras lo llevaban hacia dios sabe dónde, y él cerró los ojos con fuerza deseando que aquello no fuera más que un sueño.

Dichoso de él al codiciarse de tal pensamiento como lo era aquella locura.

Su respiración se agitó ante la falta de oxígeno debido al pequeño saco de tela que le colocaron en la cabeza para que no pudiera ver nada, y tragó saliva con dureza.

No sabía dónde estaba. Lo último que recordaba era un fuerte golpe que alguien le propinó en la cabeza para hacerlo desfallecer, pero pese a que lo intentó, no fue capaz de recordar nada más.

Se sentía adolorido, cansado, desorientado y perdido.

Estaba aterrado. Sabía que su padre no se había juntado con buena gente aquellas últimas semanas, pero jamás pensó que él acabaría involucrado en sus asuntos.

Y ahora, ahí estaba él. Siendo arrastrado por dos musculosos hombres a los que poco les importaba si el chico seguía con vida o no.

Sintió como se pararon de golpe. Una voz profunda tronó en los oídos del castaño, quien dedujo que hablaba con los dos hombres que lo estaban arrastrando por aquel desconocido lugar. Sin embargo, Louis no entendió nada. Sabía que hablaban su idioma, pues atrapó al aire algunas palabras sueltas, pero no fue capaz de ir a por más. Se sentía demasiado adolorido, demasiado cansado como para hacer tal esfuerzo.

—¿Dónde lo dejamos, jefe? —preguntó una voz. Un fuerte olor a azufre invadió por completo las fosas nasales del castaño, quien se sacudió levemente. Cómo respuesta a su movimiento, un fuerte golpe cayó sobre su estómago.

El ojiazul sintió arcadas.

—Vuelve a moverte y te corto las piernas. —amenazó una voz ronca, susurrando sobre su oído.

El castaño no halló valor como para mover un solo músculo más.

Un fuerte olor a orina comenzó a extenderse por la superficie de aquella sala cerrada, y Louis maldijo en silencio al notar una fuerte humedad en su entrepierna. Sin emitir ni un solo sonido, comenzó a llorar.

—Me estás jodiendo. —se rió alguien—. El niño se acaba de mear en los putos pantalones.

—¿Qué? —alguien más se unió a la risa.

Sin embargo, Louis no tuvo fuerzas ni siquiera para avergonzarse. Le dolía la cabeza, el estómago, y le flaqueaban las piernas. Todo su cuerpo estaba apagado, y una fuerte angustia anudó su garganta dificultándole el respirar.

—Lleváoslo de aquí, joder. El asqueroso apesta a meado. —se quejó.

Y así fue, pues sintió como volvía a ser arrastrado una vez más. Esta vez, ni siquiera se molestó en preguntarse a dónde lo llevarían.

Ya había asimilado que su vida no tenía ningún tipo de valor en aquel lugar, y no tenía en mente hacerse ningún tipo de ilusión por salir con vida de allí.

Sabía que estaba condenado. Y lo peor era que a aquellas alturas, ya ni le importaba.

Una puerta de metal chirrió con intensidad asustando al castaño, quien rápidamente se arrepintió del pequeño salto que dio ante tal sonido. Pero para su sorpresa, y para su suerte, no volvieron a golpearlo.

Lo arrastraron unos metros más hasta abrir una última puerta, y lo empujaron con fuerza hacia el interior de la oscura y fría habitación.

—No te quites la bolsa hasta que escuches tres golpes en la puerta. De lo contrario, te rajo la tráquea. —amenazó una voz mandante, áspera como ella sola.

Esta vez, fue un fuerte olor a cerveza, humedad, tequila y tabaco lo que invadió las fosas nasales del castaño, quien sintió náuseas ante tal ambiente.

Sin embargo, quizás por miedo a ser golpeado otra vez, fue capaz de controlar sus ganas de vomitar ahí mismo.

—¿Te has meado en los pantalones, niño? —alguien se burló de él.

Louis no contestó. No tenía fuerzas, ni siquiera reunía el valor como para mediar palabra en un lugar como aquel.

Como castigo a no contestar, una fuerte patada paró en sus costillas, haciéndolo retorcerse en el suelo.

—Hey, deja al chaval. —una voz nueva resaltó entre las demás—. El jefe lo quiere vivo, y sabes que se enfadará si se lo ofrecemos dañado.

Lo agarró del cuello de la camiseta para sacarlo de la habitación antes de que siguiera golpeando al castaño, pero el hombre se resistió, deshaciéndose de su agarre antes de salir de aquellas cuatro paredes.

—El jefe me puede comer la polla ahora mismo, este niño es mío.

Se acercó nuevamente a Louis. Sus pupilas se dilataron al ver su cuerpecito indefenso abrazándose a sí mismo aún sobre el suelo, y comenzó a reír consiguiendo aterrar aún más al ojiazul.

—Oh, ¿me tienes miedo, pequeño? —su voz áspera le dio una nueva arcada—. Me gusta que me tengas mie...

Un disparo y un cuerpo cayendo al suelo se escuchó antes de que el hombre acabara de hablar. Louis gritó. Se abrazó a sí mismo con fuerza, clavando sus uñas sobre sus piernas hasta llegar a desgarrar su suave y delicada piel. Pero no le importó.

—Quien vuelva a desobedecer mis órdenes, acabará como él. —habló una voz nueva, una que resaltó entre todas las demás. Una voz fría, profunda y oscura.

—Styles. —se sorprendió el otro hombre.

—Tira el cuerpo de esa escoria por ahí, y cierra esta puerta con llave. —se marchó.

El hombre así hizo. Arrastró el cuerpo de su compañero ahora muerto fuera de la habitación, y cerró la puerta con llave. Louis se quitó la bolsa de la cabeza cuando escuchó los tres golpes sobre la puerta.

Sollozó aterrado sin lograr ver nada más allá que pura oscuridad en aquella fría y húmeda habitación, y maldijo su nacimiento en su mente varias veces.

No entendía como su alma pura y sin rastro de maldad podía ser merecedora de un final como el que se iba a dar lugar para él en aquel horrible lugar. Y realmente, tenía razón.

Sin embargo, algo que no pasó desapercibido para el ojiazul, pasó fugazmente por sus pensamientos cortándole la respiración por unos segundos.

—Styles. —repitió en un susurro roto, con la voz quebrada y el corazón latiéndole con fuerza—...

Rehén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora