Capítulo VI

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La luz tenue a juego con el tenso ambiente hacían de Louis un pequeño cuerpecito tembloroso a la espera intrigante de lo que estaba a punto de pasar.

Sus muñecas ardían. Sus tobillos, ligeramente separados por una barra metálica de un metro y medio, aguantaban con firmeza su cuerpo desnudo.

Sus manos se agarraban con fuerza a las cuerdas que las mantenían presas, y su garganta comenzó a arder cuando se le secó por completo. No podía ver, pues una tela negra tapaba sus ojos impidiéndole ese detalle.

A sus espaldas, unos ojos verdes que admiraban con lujuria todo lo que mantenía en su posesión, expectante y preparado tan solo para él.

—Hola, angelito. —su voz ronca y profunda asustó al ojiazul, quien se estremeció al escucharlo. No contestó—. ¿Sabes? no te mentí cuando te dije que el desobedecer mis órdenes tenía sus consecuencias.

Louis apretó sus manos haciéndolas puños, y ahogó un suspiro.

—¿No tienes nada que decir? —sintió su voz más cerca, más próxima a él—. Ahora tienes mi permiso para hablar.

Pero el menor no abrió la boca, mas no pudo. Algo en su interior le impidió pronunciar palabra, así que permaneció en silencio a la espera de que continuara.

Sin embargo, no escuchó más respuesta que el sonido de su mano impactando con fuerza sobre su nalga izquierda, haciéndolo gritar.

Sus nudillos se pusieron blancos ante la fuerza que ejerció en sus manos cerradas, y sus muñecas tiraron de las cuerdas que las mantenían atadas al techo. Apretó sus dientes con fuerza, y bajó la cabeza.

—¿Te ha dolido, angelito? —preguntó. La amenaza en su voz se hizo notar, y Louis supo que debía contestar.

—S…sí. —murmuró. El mayor sonrió ante su dolor.

—Llevas uno, te quedan cuatro. —advirtió.

El menor ahogó un grito al escuchar sus palabras.

Notó como la fría mano de su secuestrador se deslizaba con lentitud sobre la nalga que previamente había golpeado. Se estremeció ante la frialdad de sus anillos deslizándose por su piel, y arqueó su espalda lo suficiente como para hacerle sonreír.

—Vas a quedar tan rojo... —suspiró. Le gustaba aquello, y amaba esa sensación.

Louis tragó saliva.

Un nuevo impacto cayó con fuerza sobre, esta vez, su nalga derecha.

Un segundo grito retumbó en la sordez de la habitación, y Harry sonrió.

—Te advertí. —amenazó—. Te dije Interminables veces que si desobedecías mis órdenes sufrirías las consecuencias.

Una lágrima se deshizo en la tela que tapaba sus ojos. El silencio de la habitación conseguía filtrarse en sus huesos con descaro, y pese saber que él le había encendido el calefactor, un ápice de frío lo golpeó con dureza haciéndole estremecer por unos segundos.

Harry admiró su trasero, orgulloso por el color que había cogido gracias a sus azotes. Sin embargo, no estaba tan rojo como a él le gustaría. Quería más.

—Maldita sea, Louis, ¿por qué me desobedeciste? —bufó exhausto, pasando sus manos por su largo y rizado cabello.

—Me gusta ser un chico malo, amo.

—Joder. —susurró. Una notable erección asomó por sus pantalones al escuchar sus palabras, y se acomodó su miembro con disimulo tratando de evitar que él se diera cuenta.

Rehén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora