Capítulo IX

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El rubio comenzó a reír ante la propuesta de Louis, quien lo miró extremadamente mal por no tomarlo en serio.

—¿Se puede saber de qué mierda te ríes?

—Louis, me estás pidiendo que vaya a esos hombres a pedirles una chocolatina. —continuó riéndose. El ojiazul resopló, cruzándose de brazos mientras rodaba los ojos.

—Llevo un maldito mes aquí encerrado, quiero una puta chocolatina.

—Entonces ves, y pídela tú. —lo miró con diversión.

Volvió a resoplar. Su mirada observó con curiosidad a los musculosos y terroríficos hombres que hablaban entre sí al final del pasillo en el que estaban sentados, y puso una mueca volviendo a mirar a su amigo.

—Iría, pero me da pereza. —se excusó.

—No irías, no mientas. —provocó.

—Iría perfectamente.

—No hay huevos.

Louis alzó las cejas, mirándolo con asombro. Niall estalló a carcajadas cuando su amigo se levantó decidido.

Comenzó a caminar a paso decidido hacia ellos, observando al rubio de reojo, quien no tenía en mente perder detalle sobre el espectáculo que se iba a dar lugar a continuación.

Sin embargo, el ritmo de sus pasos fue menguando a medida que se iba acercando. Cada vez se veían más grandes, más terroríficos y más fuertes, y el miedo fue creciendo en su interior así como se iba aproximando a ellos. Pero no paró.

Apretó sus manos haciéndolas puños, colocándolas en los laterales de sus muslos tratando de controlar el miedo que luchaba por invadir su ser. Respiró profundamente, y aclaró su garganta cuando se encontró detrás de ellos.

—Hola. —su voz aguda y temblorosa no causó ningún efecto en ellos. De hecho, ni siquiera se giraron.

Sus orbes azules se giraron hacia Niall en busca de ayuda. Él, quien miraba la escena como si de una película se tratase, alzó los dos pulgares en su dirección, en un intento inútil por animar. Louis lo fulminó con la mirada.

Volvió a girarse hacia esos hombres, carraspeando sonoramente para intentar captar su atención.

—Hola. —repitió, ahora un tono más fuerte.

Esta vez sí se giraron, y Louis tembló en cuanto los vio. Eran grandes, musculosos, de complexión ancha y trabajada. Cicatrices y tatuajes abundaban en la piel de todos los presentes, juntamente a un ligero olor a alcohol, tabaco y mugre. Diferentes tipos de armas se dejaban ver en cada uno de ellos, y la mirada frívola y violenta que todos compartían no pasó desapercibida para el ojiazul, quien sintió una enorme arcada en ese mismo momento.

—¿Qué quieres? —preguntó uno de ellos. Louis sintió cómo sus piernas flaquearon ante el tono grave y frívolo de la voz del hombre, y tragó saliva.

—U...una chocolatina. —masculló entre dientes. Sus dedos jugueteaban entrelazándose sobre su estómago, y su cabeza se agachó cuando la diferencia de altura comenzó a intimidarlo.

Un silencio abismal invadió el pasillo, justo hasta el momento en el que todos ellos estallaron en un mar de carcajadas roncas y sonoras. Louis se ruborizó avergonzado, sin valor alguno de mirarlos a la cara.

—¿Quieres una chocolatina, niño? —se burló, aún sin dejar de reír.

Louis asintió apenado, con el cuerpo temblando y su corazón latiendo con fuerza a causa del enorme miedo que estaba sintiendo. Se sentía ridículo, humillado y avergonzado a partes iguales.

Rehén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora