Capítulo III

12.1K 1.1K 2.4K
                                    

Louis entró en su casa. Lanzó su mochila bajo el mueble que se situaba justo en el recibidor de su salón, y entró en la cocina para besar la mejilla de su madre, quien sonrió enternecida ante la llegada de su hijo.

—¿Cómo han ido las clases, mi amor? —su dulce voz consiguió hacer sonreír al castaño, quien se encogió de hombros agarrando una manzana del pequeño frutero que había sobre la encimera.

Bien, nada nuevo, a decir verdad.

—¿Y qué tal con Evans?

El ojiazul se tensó.

—Mamá, déjalo ya. Te dije que cortamos hace un mes, si yo he podido superarlo tú también puedes.

—Me caía bien ese chico.

—A mí también, pero todo principio tiene un final. —hizo una mueca.

Jay sabía que fue su hijo quien dejó a aquel chico al cansarse de él. A fin de cuentas, sabía que él solía aburrirse rápido de las personas, y ese muchacho no fue ninguna excepción.

Pero aun así le cogió cariño, y de vez en cuando trataba de hurgar el dedo en el tema con el único propósito de hacerlo cambiar de idea. Misión imposible, a decir verdad.

—Cariño, hoy comeremos un poco más tarde.

—¿Por qué?

—Viene papá a comer.

El castaño la miró perplejo, sin esperar en absoluto aquella contestación. Ella hizo una mueca que poco ánimo le ofreció a su hijo, quien notó como toda su mandíbula se tensó en ese mismo momento.

—¿Después de dos putos meses sin saber de él, quieres que ahora me ponga feliz porque viene a comer? —la miró atónito.

—Louis, es tu padre.

—Y yo su hijo. —contraatacó con seriedad, mirándola a los ojos—. Un hijo que jamás ha sabido valorar.

—No hables así de él. —lo defendió.

—Con la mujer tan fuerte e inteligente que estás hecha, no entiendo cómo puedes seguir sucumbiéndote ante las idioteces de ese hombre.

—¡Louis! —se enfadó.

—¡No, Louis, no! ¡ese hombre no es ni mi padre ni tu marido, es un extraño que solo consigue traernos problemas con sus putos asuntos de mierda! —gritó por encima de ella.

Un grito de Johannah alarmó al castaño, quien no tuvo tiempo de reaccionar antes de que un fuerte golpe en su cabeza lo hiciera caer al suelo medio inconsciente.

—Aprenderás a respetar a tu padre cómo el hombre que te dio la vida. —dijo él, observándolo aún de pie.

Louis trató de no dormirse, pero fue en vano. Mantuvo la conciencia todo lo que pudo hasta que su cuerpo se rindió, siendo una imagen de su madre sollozando lo último que consiguieron ver sus débiles y cristalinos ojos.

Se despertó de golpe.

Una gruesa capa de sudor frío se ajustaba con firmeza a su piel, y un fuerte escalofrío lo sacudió de arriba a abajo sin pudor alguno. Sus ojos aterrados escanearon la oscuridad que invadía la habitación dando respuesta a su propia conclusión; acababa de soñar uno de los pocos recuerdos que aún conservaba de su padre.

—Joder. —maldijo en voz baja.

La palma de su mano se aferró a la gelidez del suelo buscando un apoyo, pero no fue capaz de alzarse ni lo más mínimo. Su cuerpo había sucumbido a los cuatro días que llevaba allí encerrado.

Rehén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora