Capítulo XIV

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El ceño del castaño se frunció ligeramente al oír aquellas palabras susurradas sobre su oído. Todo su cuerpo se reactivó sin voluntad ante su petición, y suspiró abriendo los ojos, encontrándose de lleno con el verde esmeralda de los de su secuestrador.

—¿Estás orgulloso de haberme roto las alas, como tú dices? —murmuró. No había reproche en su voz, ni siquiera un reclamo o algo similar. Sin embargo, sí había confusión, desesperanza y desesperación. Harry lo miró a los ojos, frunciendo el ceño él también.

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque aunque suene malditamente egoísta, de no haberlo hecho, tú ahora mismo estarías muy lejos de mi vida. Y te quiero aquí, conmigo. —masculló sincero, encogiéndose de brazos en su última confesión—. Te necesito, Louis.

—¿Y dónde queda lo que necesito yo? —suspiró. Su mano derecha se deslizó despacio por el musculoso brazo de su secuestrador, hasta acabar descansando sobre su hombro. Notó su incomodidad, pero no dijo nada. Ni tan siquiera se movió.

—Puedo hacer que me necesites. Puedo hacer que necesites esto, que necesites permanecer aquí encerrado para poder ser feliz.

—Quieres que dependa de ti. —corrigió, bajando la cabeza—. Quieres que colme mi vida en la tuya, y que no sepa cómo vivir si no estás tú. Quieres que me convierta en tu sombra, en ese suspiro que escuchas en mitad de la noche cuando no hay nadie y no puedes ver más allá de la oscuridad. Quier...

—Te quiero a ti, Louis. —lo interrumpió—. Solo a ti.

El castaño pudo notar como su corazón dio un vuelco que no fue capaz de controlar. Un leve temblor se apoderó de sus manos justo en ese momento, y tuvo que tragar saliva cuando una fuerte sequedad se concentró en su garganta dificultándole respirar por unos segundos.

No había amor en sus palabras. De hecho, no había más allá que avaricia, capricho y posesividad. Sin embargo, muy en el fondo de su alma, una pequeña luz se encendió para siempre en aquel momento, iluminando su corazón hasta la eternidad.

Ninguno de los dos era consciente del fuerte poder que, poco a poco y en silencio, se iba apoderando de sus corazones sin piedad alguna. Algo tan fuerte y tan mágico, que se hacía invisible ante los ojos azules del castaño, y los ojos verdes del rizado.

Algo que, sin duda alguna, acabaría siendo lo que llevaría a ambos chicos a la más absoluta perdición, sin ellos poder —ni querer— hacer nada para remediarlo.

Fue Harry quien carraspeó un par de veces, tensando su mandíbula en cuanto se percató de la malinterpretación que podían recibir sus palabras. Sin embargo, para su sorpresa, Louis se adelantó a una posible corrección por su parte.

—No me quieres a mí. Quieres a alguien que te acompañe en tu más absoluta soledad, y alguien que te dé consuelo cuando no haya nadie más.

—Y quiero que ese alguien seas tú. —lo miró.

—¿Y dónde queda mi libertad? —murmuró dolido. Harry bajó la cabeza unos segundos, para posteriormente, juntar su frente con la de su rehén. Él volvió a cerrar los ojos ante la calidez de aquel contacto.

—Conmigo.

Una muy diminuta sonrisa se formuló en los labios del castaño, quien negó con la cabeza entristecido.

Sin embargo, cuando abrió sus ojos para enfrentar la mirada desesperada de su secuestrador, algo cambió en su interior. Una llama, un destello o una voz que le gritó en silencio todo lo que su corazón trataba de advertirle desde hacía un tiempo.

Rehén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora