Capítulo XI

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Los ojos de Harry lo miraron con atención, mas no movió ni un músculo. Sus palabras resonaban una y otra vez en su cabeza, y frunció el ceño ligeramente, encarando a su rehén.

—Tus palabras niegan lo que tus ojos gritan en silencio, angelito. —masculló con la voz ronca.

—¿Y qué dicen mis ojos?

—Que me tienes miedo. —aseguró. Louis tragó saliva ante la poca distancia a la que estaban, y asintió despacio, tratando de centrarse en la conversación.

—¿Y qué más?

—¿Qué?

—¿Qué más te dicen mis ojos?

—Nada. Solo eso.

—¿Estás seguro?

Harry lo miró. Sus ojos verdes se oscurecieron al darse cuenta de las intenciones del castaño, y frunció el ceño nuevamente mirándolo con rabia.

—No juegues conmigo, Louis.

—No lo hago.

—¡Mientes! —gritó apartándose.

Todos sus pensamientos se colapsaron en su interior creando todo un caos, oscuro y malicioso. Sentimientos encontrados junto a miedos del pasado batallaron entre sí torturándolo sin piedad alguna, y su cuerpo comenzó a temblar.

Tensó su mandíbula buscando la salida con una mirada rápida, dirigiéndose hacia allí con la única intención de salir de ese lugar lo más rápido posible.

Dichoso el ojiazul que, al verlo en ese estado de vulnerabilidad enmascarada de furia, quiso completar el momento con tres simples palabras a modo de pregunta.

—¿Y tú, Styles?

Las piernas del rizado frenaron sus pasos casi inconscientemente, mas no se giró. Permaneció inmóvil frente a la puerta, con la mirada clavada en el suelo y sus dos manos cerradas apretándose ligeramente hasta convertirse en puños.

—¿Yo, qué? —masculló.

—¿Tú tienes miedo?

Louis lo observó de reojo, conociendo perfectamente las posibles consecuencias de aquella pregunta, atrevida y provocativa a partes iguales. Sin embargo, para su sorpresa, Harry no se inmutó.

El pasamontañas que el rizado llevaba puesto ocultó a la perfección la sonrisa rota que se formuló en sus labios, de la forma más disimulada y dolorosa posible. Louis no se percató de ello.

—Esa palabra dejó de existir en mi vida desde hace mucho tiempo. —contestó tranquilo, con la mirada clavada en las frías y grisáceas baldosas del suelo.

—¿Cuándo? —se atrevió a preguntar, otra vez.

—Haces muchas preguntas, angelito. Y no me gusta eso. —suspiró—. Vístete, nos vamos.

—¿A dón...?

No terminó la pregunta, pues una mirada fulminante por parte de su secuestrador consiguió callar cualquier palabra que quisiera pronunciar.

Suspiró asintiendo, y lo miró.

—Te esperaré fuera, tienes cinco minutos.















Su cigarro se consumió por completo justo en el momento en que se abrió la puerta de la habitación, dejando ver tras ella al hermoso muchacho que mantenía aprisionado en su mansión.

Vestía cómodo, con un chándal gris y una camiseta negra de manga corta. Nada apropiado para la temporada de invierno en la que estaban, pero no tenía ropa abrigada que pudiera servirle.

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