Capítulo IV

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Agarró el vaso que mantenía sobre la mesa a su lado izquierdo, bebiéndose todo su contenido de un solo trago.

Ante él, los hombres que se encargaban de buscar a Mark Tomlinson, desaparecido con su mujer desde que se dio lugar aquel percance entre ambas redes de narcotráfico.

—¿Cómo que no los habéis encontrado? —habló con rabia, mentalizándose a sí mismo con sus propias palabras. Sus hombres lo observaron con miedo.

—Han desaparecido, señor. Los buscamos día y noche, pero no hay rastro de ellos. Es cómo si jamás hubieran pisado la tierra. —se excusó uno.

—¡Sí la han pisado, joder! ¡y quiero sus malditas cabezas en mi mesa ahora mismo!

—Seguiremos buscando.

—No quiero veros ni tan siquiera respirar hasta que no los encontréis y me los traigáis con vida. —su voz se relajó—. Ahora largo de aquí, oléis a mierda.

Obedecieron a su orden cual sumiso obedece a su amo por miedo a las consecuencias. Harry se tensó.

Su espalda se dejó caer sobre el mullido sillón de su despacho, y suspiró frustrado mientras abría uno de los cajones de la mesa para agarrar una pequeña caja de tabaco.

Sin embargo, pese a sus órdenes por no ser interrumpido en aquel momento con el único propósito de estar tranquilo unos segundos, alguien interrumpió en el despacho sin siquiera llamar a la puerta con antelación.

El rizado bufó enfadado; era Zayn.

—Creí que fui claro al decir que no quería que nadie viniera a tocarme los cojones hoy. —espetó furioso. Se encendió el cigarro sin más antelación, e inhaló con fuerza la primera bocanada de éste.

—¿Has visto a Niall?

—Joder, no me jodas que lo has vuelto a soltar. —resopló.

—No voy a tenerlo encerrado como a un perro. Además, él ahora es mío, yo lo compré y eso me convierte en su propietario.

—Hablas de él como si fuera un objeto. —comenzó a reír—. No siquiera entiendo que le ves a ese rubio mugriento.

—Métete en tus asuntos, Styles. Yo ya haré lo mismo con los míos. —salió del despacho.

El morocho frunció el ceño caminando por el largo pasillo de la mansión que conducía a su habitación. Le enfurecía el comportamiento de su hermano, y más aún cuando sabía los motivos por los que compró a ese rubio en aquella subasta ilegal a las afueras de la ciudad.

No entendía el por qué de su reproche hacia él. Después de todo, si su felicidad volvió dejando atrás su intensa amargura, fue porque ese rubio teñido entró a su vida a penas sin avisar.

Colocó la mano en el pomo de la puerta dispuesto a abrirla, pero un dulce sonido llamó su atención. Sus ojos escanearon el pasillo milimétricamente, y tragó saliva cuando divisó su cuerpo sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y sus brazos abrazados a sus rodillas con fuerza. Su rostro bañado en lágrimas sobre ellas, y su cabello despeinado luciendo tan hermoso como siempre.

Zayn no se lo pensó dos veces al correr hacia él. Lo abrazó con fuerza mientras su mente batallaba posibles motivos que pudieron llevarlo hasta ese estado, y besó su cabeza tratando de tranquilizarse a sí mismo.

—Hey, pequeño. —tragó saliva—. ¿Qué sucede? ¿te han hecho algo?

—No me han hecho nada, Zy. —hipó. Su rostro ruborizado a causa de sus lágrimas, y sus ojos rojos mirando con pena a su mayor.

Rehén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora