Capítulo XXIX

7.3K 821 2.7K
                                    

Se giró con rapidez en dirección a la puerta. Su respiración estaba agitada, y su corazón latía con fuerza ante el miedo y la desesperación que se sentía porque todo saliera bien.

Sin embargo, se tranquilizó un poco cuando fue Reik a quien vio.

—Maldita sea, imbécil. Casi me matas de un puto susto.

—¿Qué haces aquí? —estaba serio, observando desde la puerta todos los documentos que yacían esparcidos sobre la mesa.

—¿Tú que crees? —rodó los ojos.

—Por lo que veo, tan solo has revuelto todos los archivos y los documentos de Styles. Nada útil, a mi parecer.

—Cállate y ayúdame a limpiar esto. Nos iremos de aquí en cuanto llame a mi padre.

—Son las cuatro de la mañana. —recordó con ironía. Sin embargo, Louis no estaba bromeando.

—¿Y qué? hay poco tiempo, y en poco comenzará a amanecer.

—Necesitamos un helicóptero. —comentó guardando algunos archivos.

—¿Para qué demonios quieres un helic…?

—¿Te recuerdo que estamos en una isla, Einstein? —lo interrumpió con descaro.

—Mierda. —maldijo en voz baja—. Bien, entonces ayúdame a recoger esto, y después ya veremos cómo lo hacemos.

Así hicieron. Recogieron cada archivo y cada documento de Harry, dejándolos tal y como estaban en su lugar correspondiente. No podían permitirse levantar sospechas.

Sin embargo, justo cuando Reik quiso marcharse, Louis lo frenó.

—Espera.

—¿Qué? —lo miró mal. No era un tipo agradable, realmente.

—Quiero dejarle una nota a Harry.

—¿Qué mierda estás diciendo, Tomlinson? —su ceño se frunció ligeramente ante las palabras de su ahora compañero. Él le devolvió la mirada con la misma intensidad.

—Lo que has oído. Quiero dejarle una maldita nota.

—¿Para qué? si te va a odiar.

Enmudeció unos segundos ante sus palabras, notando un gran nudo formándose en su garganta. Tuvo que ladear su cabeza varias veces para no pensar en eso.

—Cállate y limítate a hacer guardia.

—¿Qué le vas a poner? —comentó sin interés alguno, observando el desierto pasillo mientras le daba la espalda para hacer guardia.

El castaño se encogió de hombros, no muy convencido a decir verdad. Pusiera lo que pusiera, sabía que él no lo perdonaría jamás. Y lo entendía.

—Que lo amo, y que espero que me pueda perdonar algún día. —masculló casi sin voz, anotando letra por letra. Su mano tembló en todo momento, dificultándoselo.

—Eso es ridículo. —rió con ironía.

—¿Puedes dejar de meterte donde no te llaman y limitarte a hacer lo que tienes que hacer?

—¿Yo? si a mí me da igual tu vida, niño. No soy yo quien está vendiendo al niño del que voy presumiendo como “el amor de mi vida”.

Golpe bajo. Muy, muy bajo, en realidad. Sin embargo, Louis decidió ignorarlo. No tenía ganas de discutir.

Observó la nota con nerviosismo, finalizándola con un pequeño corazón final. Sintió vergüenza de él mismo, pero ya estaba hecho. Ya no había vuelta atrás.

Rehén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora