Capítulo V

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El viaje se hizo tormentosamente lento para constar tan solo de media hora. Un silencio abismal reinó en el ambiente gran parte del recorrido, y el menor no fue capaz de no demostrar incomodidad ante la situación.

Sus dedos jugueteaban nerviosos en un vaivén de movimientos que consiguieron inquietar al rizado. Sin embargo, decidió no decir nada. No tenía ganas de entablar una conversación con él, y aquello fue lo que lo obligó a mantener silencio mientras observaba sin pudor su diminuto cuerpo.

La tela negra que cubría su cabeza impedía su visión por completo, siendo pura oscuridad lo único que alcanzaba a llegar a su retina. Sus dientes atrapaban su labio inferior con fuerza hasta conseguir hacerse sangre, y un suspiro ahogado no consiguió salir de su boca al fin y al cabo.

Harry frunció el ceño. Su postura emanaba frialdad, imponencia y peligro. Sus brazos se acomodaron en el respaldo del cómodo sillón en el que viajó sentado, pero no se dio el lujo de recostar su espalda en ese mismo, pues la mantuvo rígida y erguida todo el trayecto.

Y quizás era aquello lo que resaltaba de él. Su aroma varonil, sus facciones serias, su tensa mandíbula increíblemente marcada y los anillos que se ajustaban a sus dedos con facilidad. Su cabello largo y rizado, sus ojos verde esmeralda ligeramente oscurecidos, su anatomía perfectamente diseñada hasta el último milímetro, y su postura que jamás se permitía el lujo de emanar nada que no fuera peligro y amenaza.

Si embargo, todos aquellos datos, eran desconocidos para el menor. Harry lo había elegido así.

Si le quitaba la tela y lo dejaba ver el mundo al que él mismo lo había arrastrado en contra de su voluntad, pondría en peligro todo aquello por lo que tanto había luchado a lo largo de su vida. Incluido él.

En cambio, si el castaño no veía dónde estaba ni quien era la persona que lo mantenía preso, toda su seguridad se mantenía íntegra bajo una realidad tapada por una cortina de humo como lo era aquella prenda.

Y eso, el rizado, lo sabía. Sabía que en caso de escapar, no tendría un rostro que detallar a las autoridades. No tendría un camino por el que volver retrocediendo sus pasos, ni un lugar que reconocer en caso de mostrarle fotografías de la habitación en la que permaneció cautivo.

No tenía nada, pues desconocía totalmente el lugar en el que se encontraba. Y, por supuesto, también lo desconocía a él.

Del rizado, lo único que obtuvo fue su voz a cortas palabras, casi siempre en un contexto peligroso y amenazador. O su aroma varonil, que claramente no pasó desapercibido para él.

Pero nada más allá que eso.
















Bajaron del avión en cuanto llegaron a su destino, y el castaño se vio obligado a subir a un coche desconocido ante una absurda orden de su secuestrador.

Una vez más, un incómodo e inquietante viaje hacia Dios sabe donde.

Sin embargo, este trayecto fue más corto. Louis había contado los segundos desde que arrancaron en lo que supuso que sería el aeropuerto, y no llegó a contar cinco minutos.

—Bájate. Cuidado con la cabeza. —advirtió.

Pero fue demasiado tarde, pues la cabeza de Louis impactó con fuerza sobre el techo del coche, haciéndole caer hacia atrás en el mismo asiento dónde él viajó sentado.

Harry se llevó la mano al rostro, sintiendo vergüenza ajena por el chico que mantenía como rehén.

—Joder, puto torpe. —escupió enfadado, agarrando su brazo para sacarlo del coche.

Louis tuvo que morderse la lengua con fuerza para no decirle que no sería tan torpe si no lo paseara como un imbécil con una tela sobre la cabeza. El rizado miró a su alrededor avergonzado.

Rehén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora