CUANDO TU RESPIRACIÓN SE VOLVIÓ IRREGULAR, SANEMI DEJÓ DE ASUSTARSE POR EL CONTACTO CERCANO Y TE MIRÓ CON CURIOSIDAD.....
Se preguntó qué te había asustado y asustado tanto, así que él también se asomó a una abertura del arbusto por curiosidad.
Lo que vio.... le hizo desear no haberlo visto.
Se congeló, los ojos se abrieron de par en par y, por primera vez en mucho tiempo, sintió verdadero miedo.
Sanemi era siempre la audaz, la que se lanzaba de cabeza y la que siempre empezaba las cosas. Sanemi era orgulloso y agresivo, pero ahora mismo parecía un niño asustado.
Sanemi quería correr, pero no podía moverse, estaba demasiado paralizado por el miedo, apretando los puños mientras el sudor caía en cascada por su cara, que se había vuelto pálida.
Allí estaba, en todo su esplendor, el mismísimo demonio que los cazadores de demonios habían intentado cazar durante siglos: Muzan Kibutsuji.
Tantas preguntas pasaron por la cabeza de Sanemi, y otras similares pasaron por tu cabeza.
"¿Por qué estaba aquí?"
"¿Qué está haciendo aquí?"
"¿Cuál es su propósito para estar aquí?"
"¿Cuáles son sus motivos? No tiene ninguna razón para estar tan cerca de la sede de Cazadores de Demonios"
"¿Cuál es su razón para estar aquí?"
Finalmente pudiendo reunir algo de valor, agarraste cuidadosamente la muñeca de Sanemi y retrocediste lentamente, teniendo en cuenta que Sanemi era incapaz de moverse actualmente por el shock. Lo moviste con cuidado desde fuera del arbusto, tratando de ser lo más cuidadosa posible.
Al parecer, gracias al inútil sigilo tienes, Muzan fue capaz de escuchar el más mínimo crujido mientras escapabas de los arbustos.
Tus ojos se abrieron de par en par cuando Muzan se dio la vuelta y estableció contacto visual directo contigo, sus ojos rojos brillaban con picardía y deseo, mientras te dedicaba una sonrisa enloquecida, pareciendo que le acababa de tocar la lotería.
Entonces te diste cuenta, sólo por su mirada, de que Muzan estaba aquí por ti.
Todo el tiempo, desde aquel primer encuentro con Muzan, éste te había estado buscando.
-Corre.-le dices estrictamente a Sanemi mientras lo empujas para que se adelante.
-¡No puedo dejarte así como así, imbécil!-gruñó Sanemi, mirándote con desprecio.
-Bueno, no puedo dejarte morir. No me matará, lo prometo. Sólo ve a alertar a Kagaya por mí, o a alguien de los altos mandos.
-¡No puedo confiar en que ese bastardo no te mate!
-Pero tienes que confiar en mí Sanemi.-agarras firmemente sus manos, dándole una mirada decidida mientras finalmente le sueltas las manos y le empujas.
