La suerte está echada

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Aberon se desvaneció a la distancia detrás de ellos, y Elvynd se permitió tener un suspiro de alivio. Había sido consciente de lo incómodo que se había sentido en esa ciudad, pero hasta ahora no se había dado cuenta de su alcance.

No era que la ciudad en sí, o incluso sus habitantes, sean maliciosos. Se había enfrentado a muchos seres verdaderamente malvados, la mayoría de ellos criaturas de Sauron y Morgoth, y por lo tanto reconocía el rostro del verdadero mal cuando lo veía. La gente de Aberon no era malvada, pero era desconfiada, prejuiciosa, desagradable y, francamente, increíblemente molesta.

Querían cosechar las recompensas de su comercio con Rivendel, pero no querían nada mas que ver con ellos. Parecía que ni siquiera querían que se les recordara que la población de Rivendel en realidad no era humana sino elfa. Elvynd negó con la cabeza para sus adentros. A veces, realmente se sentía abrumado por la muy vívida urgencia de viajar a los Puertos Grises y subir al primer barco que pudiera encontrar.

El capitán de cabello oscuro suspiró suavemente y volvió a dirigir su atención a su entorno. No le ayudaría en lo absoluto reflexionar sobre por qué no le gustaba la población de la ciudad que acababan de dejar, además de que le llevaría algunas horas enumerar todas sus razones. Su sensación de que algo andaba muy mal no había empeorado exactamente, pero ciertamente tampoco había disminuido. No le gustaba toda esta situación más que ayer o el día anterior, o el día anterior a ese.

Se giró un poco y echó un vistazo rápido al ancho y reluciente río a su izquierda. Habían cruzado el arroyo hacía unas dos horas y, desde ese momento, la corriente se había vuelto aún más rápida. Los bancos de arena en la orilla no eran nada atractivos, y Elvynd comenzó a darse cuenta de que eso tenía que ser al menos una de las razones por las que Aberon y Donrag estaban teniendo algunos ... problemas. Sabía que no había otro lugar donde se pudiera vadear el río, pero había olvidado lo ancho y traicionero que era en realidad el Mitheithel.

Elvynd hizo una pausa por un momento para imaginar cómo se vería el río si realmente estuviera agitado o si el nivel del agua aumentara. Se estremeció levemente ante el pensamiento. Realmente no deseaba imaginar lo que sucedería si Ulmo, el Señor de las Aguas, agitara el Hoarwell con una ira repentina o si una oleada de agua helada de las Montañas Nubladas lo alcanzara. Sin embargo, la última posibilidad no era algo que le preocupara demasiado. El clima todavía era frío para esta época del año, y se sorprendería mucho si el hielo y la nieve en las alturas del Hithaeglir comenzaran a derretirse de repente.

El capitán de cabello oscuro negó levemente con la cabeza y se volteó, dándose cuenta de que Cuilthen y otro miembro de su grupo habían maniobrado sus caballos junto al suyo y también estaban mirando al Mitheithel. Elvynd se aseguró rápidamente de que los jinetes restantes estuvieran actuando como vanguardia y retaguardia personal de Lord Erestor antes de girarse hacia los otros dos elfos, con una pequeña sonrisa en los labios que no llegó a sus ojos.

"No es como el Bruinen, ¿verdad?"

"No, señor" - Cuilthen negó con la cabeza rápidamente, con los ojos todavía fijos en el río - "No es como el Bruinen en lo absoluto."

El otro elfo se limitó a enarcar las cejas y Elvynd supo lo que estaba pasando sin necesidad de que se lo dijeran. El Bruinen, aunque pacífico y lo suficientemente seguro la mayor parte del tiempo, también podía alzarse con una furia repentina. Era casi inaudito y la última vez había ocurrido hace muchos, muchos años, pero cada vez que sucedía, había coincidido con algún tipo de peligro que se cernía sobre Rivendel. Se rumoreaba que, de alguna manera, Lord Elrond poseía la capacidad de controlar el río y doblegarlo a su voluntad, aunque la pregunta de cómo lo lograba era una incógnita.

Un mar de problemas (Libro 06)Where stories live. Discover now