Cara a cara

42 2 36
                                    


Con los Valar como testigos, podía asegurar que él no era alguien propenso a sufrir ataques de furia.

Era el ejemplo perfecto de la calma y la compostura, y más de una vez había escuchado a alguien decir que era más fácil hacer que un enano dijera una oración que no contuviera las palabras 'rocas', 'piedra' o 'mithril' que hacerle perder los estribos. Había mirado enojados señores y damas elfos, magos, reyes y reinas, y ni una sola vez había permitido que sus emociones se apoderaran de él, sin importar cuán tentadora fuera la idea de estrangular a sus diversos socios de negociación.

Era paciente. Era tranquilo. Mantenía un firme dominio sobre su temperamento. No permitía que la ira, el odio o cualquier otro tipo de emoción fuerte lo distrajera de sus tareas, y en todos los años de los que podía recordar, nunca se había sorprendido a sí mismo planeando seria y sinceramente la sangrienta, espantosa y muy dolorosa muerte de otra persona.

Hasta ahora, claro.

Ahora mismo, se le había ocurrido el vigésimo séptimo escenario que resultaría en la muerte prematura e indudablemente dolorosa de sus captores, lo cual, considerando que no habían viajado mucho más de tres o cuatro horas, era todo un logro. Y ciertamente funcionaría si de alguna manera podía librarse de estas ataduras que un hombre con el temperamento y la apariencia de un troll había enredado en sus muñecas.

El elfo de cabello oscuro frunció el ceño para sus adentros, una vez más probando las cuerdas en sus manos. Ese hombre podría verse y actuar como un troll (e incluso podría poseer algo de sangre de troll por lo que sabía), pero obviamente sabía cómo hacer nudos. Las cuerdas no se habían movido ni media pulgada en ninguna dirección, y la parte más realista de Erestor, que era por mucho la mayor parte de él, comenzaba a darse cuenta de que no podría deshacerlas.

Erestor se obligó a calmarse e hizo todo lo posible por dejar de lado la ira, el odio y el dolor, solo para descubrir que no podía hacerlo, algo que lo sorprendió bastante. No importa lo que hiciera y cuánto intentara recuperar el control total de sus emociones, el significado completo de todo lo que había sucedido se derrumbó sobre él, destruyendo el poco control que había logrado reunir.

Estos ... humanos, si es que podía llamarlos así, habían matado a su escolta; a todos y cada uno de ellos. Habían matado al capitán Elvynd y a sus compañeros con tantos escrúpulos como si no fueran más que molestos insectos. Los habían matado y él no había hecho nada, absolutamente nada para detenerlos.

A diferencia de Glorfindel, su señor y sus hijos, él conocía cuando estaba agobiado por una culpa inmerecida, por lo que hizo todo lo posible para eliminar estos sentimientos. Sin embargo, al igual que su intento de control, este fracasó por completo. Sabía que no era responsable de la muerte de los guerreros, pero también sabía que habían sido asesinados porque esta gente quería llevarlo cautivo. Y si esa era la verdad, entonces, ¿quién más sino él tenía la culpa de la muerte de sus compañeros? Todos los que lo habían acompañado estaban muertos mientras él aún estaba vivo; eso era todo lo que importaba ahora.

Sí - pensó para sí mismo sombríamente, con su voz interior llena de cinismo - Todavía estaba vivo, pero ¿cuánto tiempo sería eso? Conociendo su suerte, y especialmente la suerte que ... había tenido últimamente, no sería por mucho tiempo.

Erestor apartó los ojos de la espalda del hombre que cabalgaba frente a él y le dio a su entorno una mirada desinteresada, decidiendo que una calma serena era sólo un éxito parcial en este momento. Sin embargo, podría haberse ahorrado la molestia - se dio cuenta un momento después - Ni siquiera Glorfindel, quien era uno de los mejores guerreros que había conocido (algo que nunca admitiría ante su amigo, por supuesto) habría podido liberarse.

Un mar de problemas (Libro 06)Where stories live. Discover now