La gloria del hombre

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Largos dedos se envolvieron alrededor del pomo tallado de una espada, flexionándolos con una abierta impaciencia que su dueño ni apreciaba ni quería mostrar en ese momento. Se trataba tanto de presentar una imagen tranquila como de engañarse a sí mismo; necesitaba estar tranquilo, necesitaba tener el control, necesitaba mantener la cabeza fría.

Lo que no necesitaba ahora era ceder al deseo silencioso de su mejor amigo y correr por la ciudad como un maníaco tonto y esperar encontrar a los que buscaban de esa manera. Era lo suficientemente honesto como para admitir que, en su estado mental actual, la idea sonaba bastante atractiva, pero, con los Valar como testigos, no lo haría. Ya había cometido suficientes errores en los últimos días; no añadiría otro de proporciones realmente impresionantes a la lista.

Elrond frunció el ceño hacia la espalda de Thalar, no por primera vez deseando fervientemente que el guerrero del comandante regresara pronto. Después de todo, ¿cuánto tiempo llevaba explorar una calle desierta? Luego de unos segundos, se dio cuenta de lo estúpido que era ese pensamiento en realidad; había estado en más que unas pocas guerras y sabía perfectamente que los buenos exploradores eran aquellos que regresaban vivos y sin ser detectados, no aquellos que regresaban rápidamente. Además, todo este hilo de pensamiento era muy impropio para un señor elfo de su estatus. Esperaría tanto tiempo como debería hacerlo, y eso sería todo.

En circunstancias normales, el señor elfo de cabello oscuro habría aceptado eso y centrado su mente en otros asuntos, pero hoy simplemente no podía. Había demasiado en juego, muchas vidas que le eran queridas, y tener que esperar pacientemente era lo único que no podía hacer hoy. Preferiría abrirse camino a través de un batallón de orcos, o enfrentarse a un Nazgûl de mal humor. O tal vez incluso dos.

Un movimiento a su izquierda llamó su atención y Elrond giró la cabeza, pero resultó ser solo Elladan, quien se acercaba poco a poco a él, como si esperara que hiciera algo imprudente y desacertado. El medio elfo respiró hondo, cerró los ojos por un segundo y se calmó. Su hijo lo conocía mejor que nadie allí, con la excepción de Glorfindel, pero eso no significaba que solo él hubiera notado su inquietud. Había puesto a sus guerreros en una situación que ya era bastante peligrosa de por sí; por lo que ellos no necesitaban preguntarse si su señor estaba empezando a enloquecer o no.

Y esa era desafortunadamente la verdad - admitió Elrond para sí mismo. Después de encontrar a Meneldir, Dólion y a los demás, ellos le habían todo lo que había sucedido, lo que de hecho tomó solo un poco más de cinco minutos, pero solo porque Tibron ya les había informado sobre una buena parte de aquél fascinante desastre. Si bien los dos comandantes no habían podido decirle nada sobre el estado o la condición de la tropa de Elrohir, aparte de las vagas amenazas que los hombres de Hurag habían pronunciado una y otra vez, sí habían sido muy capaces de describir en detalle lo que Estel les había dicho sobre el estado de Erestor.

Elrond tragó saliva por reflejo, desapareciendo la leve sonrisa con la que había querido tranquilizar a su hijo. Sabía que Meneldir, quien, como comandante superior, había hablado la mayor parte del tiempo, no era un elfo propenso a la exageración. El comandante de cabello rubio había hablado durante varios minutos, su tono de voz tranquilo y profesional fue opacado por el brillo de enojo en sus ojos, y nada de lo que había dicho sonó desproporcionado o exagerado de alguna manera. Sus palabras habían hecho que la sangre de Elrond se helara y la furia en su corazón incluso aumentara; su temor por el bienestar de su amigo había alcanzado niveles nuevos e inauditos.

Y - se dijo a sí mismo con cierta ironía - si las palabras de Meneldir habían tenido ese efecto en él, ¿estas qué habían tenido sobre Glorfindel?

No creía que su amigo de cabellos dorados se lo diría alguna vez; Valar eso sería demasiado fácil. Glorfindel simplemente había mirado a los dos comandantes, mostrando nada más que eficiencia profesional mientras les preguntaba sobre las defensas de Donrag y cuál había sido el plan de Legolas y Elrohir, y luego, al final, cuando estaba claro que ninguno de los dos podía agregar nada más, se había marchado. Así, sin decir nada a nadie. Había aparecido poco antes de que dejaran atrás las minas, surgiendo desde la oscuridad sobre su gran corcel blanco como una especie de aparición fantasmal, y había tomado el mando de los guerreros como si nada hubiera pasado.

Un mar de problemas (Libro 06)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora