Por el bien de la discusión

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" ... Y es por eso que te quedarás aquí" - Elrond terminó su oración, apenas atreviéndose a mirar al elfo al que se estaba dirigiendo.

Finalmente lo hizo, y lo lamentó casi instantáneamente. La expresión en el rostro del elfo de cabello dorado, una mezcla de leve diversión, indignación, ira e incredulidad, no era algo que le gustara ver en el rostro de alguien. Y ciertamente no en el rostro de Glorfindel cuando estaba teniendo un día malo.

"Lo siento" - agregó después de un momento, decidiendo tardíamente que podría intentar un enfoque más comprensivo - "Realmente lo estoy, amigo mío, pero tiene que ser así".

Glorfindel simplemente siguió mirándolo sin decir nada, y Elrond se cruzó de brazos y le devolvió la mirada con la misma fiereza. Era Elrond Peredhil, hijo de Eärendil y Elwing, la Blanca, ¡y no se dejaría intimidar por otro elfo en su propia casa! Ni siquiera si ese elfo era Lord Glorfindel de Gondolin.

Cuando el elfo rubio no dijo ni una sola palabra durante varios largos minutos, Elrond le dirigió una mirada de resignación y descruzó los brazos.
"¡Di algo! ¡Incluso las palabras más cortas son bienvenidas!"

Glorfindel lo miró fijamente, con una ceja dorada arqueada con profundo odio o con incredulidad.
"Siempre pensé que sabías el significado del término 'ridículo', hasta el día de hoy, claro".

Elrond exhaló con cansancio y cerró los ojos, recostándose en su sillón. El siempre presente dolor de cabeza se había convertido en algo muy parecido a una migraña, a pesar de que no sabía que los elfos podían tener migrañas.

"Es lo mejor" - dijo finalmente el semielfo, con tanta calma como pudo.

"¿Para quién es mejor, Elrond?" - preguntó Glorfindel, con pleno sarcasmo en su voz - "¿Para mí? ¿Para ti? ¿Para Erestor? ¿Para el capitán Elvynd, o para esos jóvenes que murieron con él? ¿Para quién, Elrond?"

"Para todos ellos" - asintió Elrond, con un indicio de advertencia en su voz.

Si Glorfindel notó dicha indirecta, no lo mostró y simplemente levantó la otra ceja.
"Me corrijo" - anunció burlonamente - "Esto está dejando lo ridículo muy atrás y está comenzando a rayar en la farsa".

Las cejas de Elrond se juntaron, reflejando la molestia que comenzaba a acumularse dentro de él. A veces, realmente comenzaba a comprender a ese balrog que había tenido la desgracia de conocer al señor elfo de cabello dorado hacía muchas edades. Si Glorfindel le había hablado con este tipo de voz, él absolvía al balrog de cualquier culpa. Después de todo había sido una cuestión de legítima defensa.

"¿Has terminado?"

"No, Elrond, no he terminado!" - exclamó su amigo, incorporándose aún más. Todos los demás elfos se habrían visto un poco ridículos sentados en el borde de una cama con dos tobillos vendados y vestidos solo con una bata, pero Glorfindel se las arregló para verse muy, muy aterrador - "¡Aún no he terminado! ¿De verdad esperas que yo, yo, el capitán de nuestras fuerzas, me quede aquí mientras envías a niños a cumplir con mi deber?"

Elrond sabía que Glorfindel estaba irritado, molesto, afligido por la pena y también con más dolor del que quería admitir, pero eso no significaba que debía reaccionar bien a tales palabras.
"¿Me acusas de negligencia o irresponsabilidad? ¿Tú, quién me conoce mejor que nadie?"

"Sí, te conozco, Elrond" - el elfo de cabello dorado asintió, con la indignación y la ira aún brillando en sus ojos - "Y tú me conoces, por eso te pregunto: ¿Cómo puedes exigirme esto? Has sido mi amigo durante muchos años y, sin embargo, me ordenas que me quede. ¿Cómo podría vivir conmigo mismo si alguno de ellos saliera herido?, ¿y más aún haciendo lo que yo debería estar haciendo? ¿Cómo puedes ordenarme esto, Elrond, díme, porque yo no lo sé!"

Un mar de problemas (Libro 06)Where stories live. Discover now