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Una gota

Otra gota

Y ... otra más

Aragorn gruñó para sus adentros, una reacción bastante irracional a algo tan simple como la lluvia, pero simplemente ya no podía verla. Había estado lloviendo desde que se despertó (y tal como le habían asegurado fuentes confiables, incluso antes de eso) por lo que ahora mismo estaba comenzando a molestarse seriamente con este tipo de clima.

No lo admitiría ante nadie, pero se estaba volviendo loco de aburrimiento. Estaba lloviendo, hacía frío, ya era de noche, y aunque la mayoría de las personas que conocía y especialmente su familia y amigos se sorprenderían de escucharlo, no era un completo idiota. No tenía absolutamente ningún deseo de salir de la casa de su padre solo para verse atrapado en este tipo de clima que le ocasionaría mínimo un resfriado, por no decir neumonía o algo igualmente desagradable.

El joven se reclinó en el sillón que había arrastrado frente a las puertas de su balcón para ver la lluvia, siendo un testimonio de su aburrimiento. Ver algo tan monótono como las gotas cayendo era el último recurso en su lista de pendientes, pero no había nada más que hacer.

Aragorn miró fijamente a la lluvia que caía implacablemente y apoyó la parte de atrás de su cabeza contra el respaldo tallado del sillón. Ya que había pasado más de una semana desde su pequeño ... percance en la cresta, los sanadores lo estaban dejando solo ahora. Incluso Gaerîn parecía curiosamente desinteresada en su recuperación, lo que, por supuesto, podría estar relacionado con el hecho de que ahora pasaba bastante tiempo 'paseando por los jardines'. Ni ella ni Isál se lo confirmarían, pero estaba seguro de que el hecho de que ambos estuvieran sospechosamente ausentes al mismo tiempo era más que una mera coincidencia.

Pensar en Isál lo llevó al tema de sus hermanos y a ese elfo del bosque que insistía en pasar un tiempo insoportable largo bajo el techo de Elrond.

El montaraz de cabello oscuro sonrió, no realmente enojado con su amigo. Legolas lo había dejado hoy más temprano de lo usual, con la excusa bastante vaga de que necesitaba encontrar algunas cuerdas de repuesto para su arco, afilar sus cuchillos, disparar sus flechas, remodelar su habitación demasiado noldor, leer todos los volúmenes de un increíblemente ancho y voluminoso libro llamado 'La historia de Arda' y, en general, hacer todo lo posible para asegurarse de no tener que volver a poner un pie en su habitación todo este siglo. De hecho, entendía el repentino impulso del elfo rubio de dejarlo solo; ahora que lo pensaba, podría haber estado un poco malhumorado hoy. Solo un poquito, por supuesto; Legolas claramente estaba exagerando.

Aún así, el hecho seguía siendo el mismo: Legolas se escondía en algún lugar, y sabía que era mejor no intentar encontrarlo. Después de las miradas medio molestas y medio asesinas que el elfo le había estado dando ayer (y el día anterior), sabía que lo mejor que podía esperar si lograba localizar al príncipe elfo sería una flecha que, accidentalmente, lo inmovilizaría contra una pared.

Entonces, pasar tiempo con Legolas estaba claramente fuera de discusión. Glorfindel se había marchado alrededor del mediodía con un grupo de guerreros para inspeccionar la cresta donde casi se había roto el cuello hace unos días, por lo que eso también lo descartaba. La razón oficial de esta pequeña expedición era que quería asegurarse de que su pequeña aventura no hubiera provocado que la ladera se volviera aún más inestable de lo que ya era y que la cresta no se deslizaría hasta el valle en cualquier momento, pero Aragorn no estaba seguro de creer eso. Glorfindel probablemente solo quería echar un vistazo al lugar de su desgracia para poder burlarse de ellos de manera más efectiva en el futuro, algo que era muy probable, considerando el hecho de que el señor elfo de cabello dorado se había comenzado a reír histéricamente cuando Aragorn sugirió con cautela que podía acompañarlo.

Un mar de problemas (Libro 06)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora