Contra viento y marea

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Durante las batallas o asedios, los arqueros eran un recurso raro y valioso. A pesar de que para lograr ser uno, se tenía que entrenar desde temprana edad y requería un gasto de energía alto, la precisión que tenían determinó el final de varias batallas. Por eso, una de las principales órdenes durante un combate era acabar con todos los arqueros presentes. Ser arquero era una posición de riesgo pero un buen activo en la guerra.

...

Se estaba enfadando. No, no era eso; se estaba enfadado y mucho.

Y tenía todas las razones para estarlo - concluyó Elladan, con su voz interior sonando más que un poco enojada - Estaba rodeado de personas que querían matarlo y también a sus guerreros, no había visto a Celylith en mucho tiempo y lo mismo sucedía con su padre, no sabía si Glorfindel había encontrado a Erestor o si aún estaba vivos, no parecían ser capaces de atravesar las líneas de hombres y, para colmo, no sabía dónde estaba Elrohir.

El semblante de Elladan se ensombreció aún más, algo que un observador casual hubiera considerado muy improbable - Elrohir debería saber que había mejores cosas que desaparecer así, ¿verdad? Él era, supuestamente y después de todo, el más razonable de los dos, el que siempre, bueno, casi siempre, pensaba antes de actuar, el que era más diplomático, cuidadoso y controlado. ¡Él no debería simplemente desaparecer en el aire, y menos en medio de una batalla!

"Solo espera hasta que Glorfindel se entere de esto, hermanito" - pensó, sabiendo muy bien lo irracional que era realmente ese pensamiento - "Te quitará el pellejo por esto".

Si Glorfindel todavía estaba vivo, por supuesto - agregó mordazmente el gemelo de cabello oscuro, esquivando un golpe que uno de los soldados le había asestado en la cabeza con un hábil movimiento que ningún hombre sería capaz de imitar, sin importar cuánto tiempo o con qué tanta fuerza entrenara. Dándole al humano una mirada tan gélida que debería haberlo congelado en el acto, Elladan arremetió con su espada, y su hoja encontró una debilidad en las defensas de su enemigo con una facilidad que casi parecía venir sin esfuerzo. El acero se clavó profundamente en el costado del hombre, y este ya estaba comenzando a desplomarse con un grito de dolor y el arma cayendo de unos dedos repentinamente inertes, cuando el gemelo tiró de la espada hacia atrás, vagamente consciente del hecho de que no debería tener que hacer esto de forma tan completamente fría y absolutamente indiferente. Eran humanos, parientes de su hermano, sus parientes; por el bien de Elbereth, ¡no orcos u otros secuaces del Oscuro! Debería sentir algo, una oleada de piedad o lástima, por pequeña y débil que fuera, pero no era así. Con una pequeña punzada de sorpresa, se dio cuenta de que no le agradaba aquél sentimiento, esa fría y elevada crueldad que estaba dirigida a los miembros de los Segundos Nacidos, a los seres que eran hijos de Ilúvatar como él, pero no pudo evitarlo sentirlo al igual que no poodía dejar de preocuparse por Estel, Legolas y Elrohir o de tomar otro respiro.

Ni siquiera tuvo que analizar sus sentimientos para descubrir por qué se sentía así: estos humanos habían lastimado a su familia. Habían matado a sus compañeros guerreros, habían herido a sus hermanos, a sus amigos y a su maestro, y eso era algo que no perdonaba, nunca. Una vez le habían dicho que, de todos los hijos de Elrond, él había heredado la mayor parte de la sangre Noldorin que compartían sus padres. La sangre del pueblo de Finwë corría por las venas de su padre, todavía fuerte e indómito después de todas estas edades, y él también había heredado las repentinas oleadas de sentimientos, de orgullo y venganza y la incapacidad de retroceder ante cualquier cosa. Era de los Noldor, y había cosas que su sangre no le permitía perdonar u olvidar.

Ese pensamiento lo trajo de vuelta a Glorfindel, quien encajaba en esa descripción casi a la perfección, incluso a pesar de su evidente herencia vanyar. Sabía que el corazón del señor elfo de cabellos dorados pedía a gritos venganza, venganza por lo que le habían hecho a su gente y especialmente a Erestor. Y eso era exactamente lo que temía - prosiguió el gemelo, sin siquiera darse cuenta de que se movía automáticamente con los guerreros que lo flanqueaban a izquierda y derecha, tratando de abrirse camino a través de las defensas de los hombres - En circunstancias normales, no se preocuparía por Glorfindel. ¿Por qué lo haría? El elfo había sobrevivido a cosas que ningún otro, elfo o mortal, había superado; incluida su propia muerte. Sabía muy bien cómo cuidarse, regresar a casa y al mismo tiempo asegurarse de que sus adversarios no lo hicieran.

Un mar de problemas (Libro 06)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora